lunes, 29 de noviembre de 2010

Jornada de reflexión

En cada cita electoral hay una jornada de reflexión. No es el día antes, claro está, cuando todos saben qué van a votar o, lo peor, ya saben que van a quedarse en casa o paseando por la ciudad sin acercarse a su colegio.

La jornada de reflexión no es el día antes, como decía, sino el de después.

Así que hoy, este lunes de frío nacional, es la jornada de reflexión para Cataluña. Para todos los catalanes y catalanas. Unos reflexionarán qué hicieron mal para no saber transmitir cuatro años de gestión. Otros deberán asimilar la victoria abultada. Y hay quienes, como UPyD, que ha sacado menos votos que Carmen de Mairena (la que prometía follódromos en todas las ciudades), deberán pensar cómo enderezan el rumbo para dejar de ir dando esos bandazos, esas subidas y bajadas constantes.

Es una lectura que se debe hacer de forma regional, en cualquier caso. Desde la distancia es fácil caer en generalismos erróneos y sin sentido. Extrapolar los resultados al Parlamento catalán como el anticipo de las futuras elecciones generales de 2012, tal y como ha hecho el Partido Popular en la figura de María Dolores de Cospedal (sí, la que tiene tres sueldos millonarios), es una forma de no querer reflexionar sobre ese exiguo 1,6% que han subido en votos, después de una campaña que, a pesar de lo que nos quieran vender, los aleja cada vez más del centro democrático de la esfera política y los sitúa muy próximos, terriblemente próximos, a la derecha más radical.

Y hablando de esa derecha radical, xenófoba y racista, también deberíamos reflexionar (todos, tanto en Cataluña como en el resto de España) si los 75.000 votos que ha recibido Josep Anglada son anecdóticos o muestra de una tendencia. Habría que reflexionar adónde irá a parar esa masa de votos en futuras elecciones que no cuenten con la participación de Plataforma per Catalunya... Habría que reflexionar y detener cuanto antes esa marea xenófoba que en tiempos de crisis parece planear a sus anchas sobre el ideario común. Y es que cuando no queremos admitir la culpa, resulta facilísimo echársela al que viene de fuera.

En cuanto al ya saliente Gobierno catalán, también deberán reflexionar. Y mucho. El PSOE a nivel nacional ya lo ha hecho: reconociendo la victoria de CiU y ofreciéndose a ayudar en lo que sea necesario. Es de humildes saber ganar, y de sensatos saber perder.

Sin embargo, no han sabido transmitir una gestión, la del tripartito, que todos los catalanes veían como positiva. Y a falta de una buena explicación, los electores, rechazando la propuesta para nada clara de la popular Sánchez Camacho, se han decantado por Artur Mas. Era una victoria que ya se sabía. Como también se entreveía la presencia de Laporta en el Parlament. Independentismo con dosis derechistas, pero vía libre al escaño y cuatro diputados.

Extrapolar esos resultados, como ya quieren hacer otros a niveles más cercanos, a lo que les puede pasar a todos los gobiernos de coalición en próximas elecciones es otra manera de leer erróneamente los resultados en una comunidad autónoma como anticipo y muestra de lo que pasará en un futuro en otros lugares. Es otra forma de esperar que el descenso de los demás sirva para maquillar la ineficacia, incoherencia y falta de discurso de uno mismo. O como decía ayer en su columna del Magazine Lucía Etxebarría: «nadie es más infeliz que el que sabe hacer infelices a los que le rodean».

En cualquier caso, hoy también hacemos frente a otra jornada de reflexión, esta ya a nivel nacional. Durante el día de hoy, y hasta las nueve de la noche, todos (o una buena parte de nosotros) reflexionaremos y haremos cábalas sobre el resultado del Barça-Madrid, el «clásico» de nuestro fútbol. Esperemos que sea un buen partido.

jueves, 25 de noviembre de 2010

Otro 25 de noviembre

Hoy se conmemora el Día internacional contra la violencia de género, uno de esos días (como el del sida, el de la mujer, el de los derechos del niño o el del cáncer de mama, pero también el de difuntos o el de los enamorados) que sirven de excusa para acercarse (no se preocupen, no voy a escribir lacra) a una problemática a nivel mundial, fruto de diversos desórdenes mentales y educativos en algunos hombres, que cada año elimina a miles de mujeres por culpa de ese machismo rancio que no acaba de enterrarse en nuestra vida diaria y que sigue basándose, a pesar de que ya hemos entrado en el siglo XXI, en la supremacía física, moral y a todos los niveles del hombre sobre la mujer.

Una supremacía que, por cierto, se cuidó muy mucho de normalizar, extender y regularizar la Iglesia, con la propagación de un Pentateuco donde la mujer no es ya únicamente un personaje secundario sino, además, la causante y la iniciadora de todos los males del mundo.

En esas hemos ido avanzando a lo largo de la Historia de la Humanidad. Unas culturas obligan a la mujer a cubrirse de pies a cabeza para no despertar la libido de otros hombres. Otras culturas castigan el adulterio con la muerte. Otras culturas incitan, mediante la publicidad, a que las mujeres se desvistan a los ojos de los hombres en pro de una conquista amorosa y sexual, pero luego permiten que esos mismos hombres controlen el vestuario de sus parejas en base a la protección ante ataques de violadores, muestra de una contradicción de base que tolera la sensualidad siempre y cuando la hagan las mujeres que están fuera de nuestro círculo más íntimo.

La solución a este machismo reinante que ve a la mujer como objeto, premio o desafío, está en una mejor educación. Es fácil decirlo, claro está, pero nuestros jóvenes, habitantes del mundo en el mañana, están en manos de profesores machistas, gobernados por políticos machistas, sentados a la mesa con padres maltratadores y controladores... Esas jóvenes conviven con amigos y parejas que las subyugan, acuden al cine a ver películas que presentan a la mujer como un objeto débil ante las adversidades que solo puede solucionar junto a un hombre, ven anuncios en cualquier medio de comunicación donde las chicas son maniquíes de escaparate de talla 36, etcétera, etcétera.

¿De verdad la solución está únicamente en una mejor educación? ¿O acaso hay que cambiar todo nuestro sistema de valores?

Mejor la segunda opción, ¿no? Las personas que creen en la igualdad entre sexos no tienen que celebrar un día para la igualdad, al igual que la persona que demuestra diariamente su amor hacia su pareja no espera al 14 de febrero para declarar ese amor. Ni siquiera espera al 1 de noviembre para acudir al cementerio, pues esa siempre recuerda a sus amigos y familiares fallecidos.

Los «Días de» son la excusa para que la materia salga a la luz y todo el mundo tome conciencia, aunque sea un solo día.

Hoy toca la violencia machista. Hoy saldremos a la calle, con pancartas y proclamas, pero las mujeres seguirán sufriendo acoso y vejación por parte de los hombres, ya sea en la familia, en el trabajo, en la calle o en los medios. Hoy todos luciremos lazos color morado, pero miles de mujeres seguirán sufriendo el control de sus parejas, sus padres o sus amigos. Hoy todos pitaremos y sacaremos tarjeta roja al maltratador, pero continuaremos silbando a las compañeras de trabajo y mirándoles el culo de reojo. Triste pero cierto.

¿Cambiará algo? ¿Cambiaremos algo? Pienso que todavía queda una generación completa, que nazca en completa, plena y real convivencia e igualdad, para que mujeres y hombres dejen de dividirse por su sexo y pasen a considerarse seres humanos íntegros, con su pensamiento, su ideología, su fortaleza como personas, indistintamente de que sean hombres o mujeres.

Entonces, y solo entonces, habremos alcanzado la verdadera igualdad. Hasta ese momento queda muchísimo por recorrer.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

La buena voluntad

Dice Immanuel Kant al principio de su Fundamentación de la metafísica de las costumbres: «Ni en el mundo ni, en general, fuera de él es posible pensar nada que puede ser considerado bueno sin restricción excepto una buena voluntad».

La buena voluntad es buena per se, en sí misma, y es, igualmente, «la ineludible condición que nos hace dignos de ser felices».

Todo eso, que es muy idealista y de valores absolutos y universales, a menudo se corrompe en el contacto diario de seres imperfectos como nosotros, los humanos, pues esa buena voluntad en toda acción se traduce, en la mayoría de los casos, en provecho propio; es decir, hacer lo que creo que es bueno solo si después obtendré a cambio algo beneficioso para mí: reconocimiento, respeto, admiración, poder… De esa forma podríamos acceder a la felicidad, obviamente, pero se trataría de una felicidad engañosa y pasajera, fruto de haber andado por el camino contrario a una buena voluntad pura.

Por ello debemos entregar esa buena voluntad a la razón. Sin embargo, si esa voluntad es la condición de la felicidad, y entendemos la felicidad como realización plena y personal, ¿no sería mejor haberla entregado al instinto? No lo creo. Quizá sea este el que conoce mejor nuestros impulsos, pero es la razón la que sopesa las probabilidades de nuestras elecciones.

Por fortuna, seguimos moviéndonos por razones, no por instintos. De no ser así, quizá la Humanidad ya habría desaparecido hace mucho. De ese modo, y salvo excepciones en las que actúa el puro instinto animal de nuestros antepasados (lo que obligará después a arrepentirnos de aquellas acciones que, miradas a través de la razón, consideremos reprobables), las mujeres y los hombres racionalizamos todas nuestras acciones, sobre todo pensando en las posibles consecuencias futuras. Si queremos comprarnos un coche, por ejemplo, pensaremos en cómo nos irá en el futuro cuando tengamos que hacer frente a los pagos mensuales del automóvil, si será seguro, si su motor aguantará los kilómetros diarios que hacemos entre el trabajo y el hogar... Si queremos expresar nuestros sentimientos hacia alguien, pensaremos primero si ese grado de exposición será beneficioso para nosotros en el caso de que seamos rechazados, o si llenará el vacío interior la presencia de esa persona en nuestras vidas, o si seremos realmente lo mejor para su vida.

Así, aunque a veces intervenga el instinto a la hora, sobre todo, de hacer gastos innecesarios (como pueda ser el de adquirir un coche cuando el que tenemos aún está en condiciones de seguir rodando), principalmente juzgaremos nuestras acciones en disposición a los acontecimientos que puedan venir. Y teniendo en cuenta que lo que todos buscamos es, simple y llanamente, vivir y ser felices, en un primer momento con nosotros mismos y, por extensión de acuerdo al resto de personas que nos acompañan en el camino, podríamos deducir que todas las acciones que hagamos movidos por la razón, evaluando consecuencias futuras, caerían acaso en el egoísmo de obtener algo a cambio o por bien nuestro y, por el contrario, que toda acción que llevemos a cabo mediante inclinación o instinto, sin llevarla a la balanza de lo que vendrá, no conllevaría egoísmo en cuanto a que no actuamos por un beneficio claro global hacia con nosotros mismos sino por un entretenimiento o placer a corto plazo que muy poco tiene que ver con el beneficio personal en la totalidad de nuestras vidas y sí con el placentero.

¿Paradoja? ¿Contradicción? Puede ser, pero ateniéndonos a la base de la felicidad de la que habla Kant (esto es, la felicidad como deber moral y no por inclinación a sentirnos mejor), cuando buscamos ser felices habremos de hacerlo sin estar movidos por la inclinación (impulso y deseo de un aspecto mejor, unas vacaciones idílicas…), valores inmateriales que desaparecerán antes o después, tornándose en contra nuestra una vez evaporados, cosa que nos sumirá o bien en una mayor tristeza o bien en una espiral infinita de búsqueda de la felicidad que acabará por costarnos la felicidad.

Esto último nos sitúa ante la realidad de aquellas personas que, por mucho buscar la felicidad a través de la razón, encuentran todo lo contrario (es decir, la opinión de que podrían ser mejores, saber más, visitar más lugares, conocer más culturas…), lo que podría hacer que se sumieran en la tristeza y renegar finalmente de la razón. Esas personas sirven de ejemplo para aquellos que únicamente buscan el disfrute presente y la suma constante de momentos de corta felicidad. Estos últimos piensan que dedicar una vida al estudio y la reflexión es alejarla del disfrute y el placer.

No obstante, y a mi entender, ambas ideas son compatibles una con la otra. A fin de cuentas, como decía Gandhi, «no hay camino para la paz, sino que la paz es el camino». Y eso mismo podríamos considerar de la felicidad. Ella es la suma de todo, piedra a piedra ladrillo a ladrillo.

De ese modo, podríamos entenderla como la suma de momentos cortos y pasajeros o como el todo de nuestra vida, y así diríamos, como Gandhi también, «vive como si fueras a morir mañana, aprende como si fueras a vivir siempre». Podemos decir que la felicidad es conservar la salud, o tener un buen saldo en la cuenta bancaria, o llegar a casa y encontrar el abrazo y el calor de la familia. Podemos incluso opinar, como yo mismo, que la felicidad es acostarse con la conciencia tranquila y con ganas de levantarse al día siguiente (enlazado esto con la buena voluntad kantiana).

Cada cual tiene su felicidad, desde luego, y, siempre y cuando no incida en la de los otros de forma que la merme o la modifique; esto es, cuando nazca de una verdadera y pura voluntad buena, será totalmente respetable y admitida.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Santa Cecilia

Hoy, en el santoral católico y en el imaginario de todo músico occidental, se celebra la festividad de Santa Cecilia.

Pocos son los datos que sobre ella se tienen en la hagiografía cristiana, la mayoría de ellos sometidos a leyendas y mitos. Pocas son también las referencias o los porqués que se hallan detrás de ese patronazgo de la Música (pero también de la ceguera, de los poetas y de algunas ciudades). Es más, puede ser incluso que ese patronazgo se deba a un error de traducción (no sería el primero ni el último en textos latinos o religiosos).

Sea como fuere, nos encontramos que desde 1594, gracias al Papa Gregorio XIII (a quien debemos el calendario gregoriano), conmemoramos el 22 de noviembre la onomástica Cecilia, Patrona de la Música, por ser esta la fecha de su nacimiento. Así lo celebramos buena parte de los músicos del mundo. De este modo, en este día, son muchas las agrupaciones, bandas u orquestas que organizan actividades, conciertos, conferencias, etc., todo ello (lógicamente, por otro lado) de ámbito musical, todo ello obviando la figura (mito o realidad, no importa ahora) de la mujer/mártir que llevamos por bandera y que, en algunos casos, da nombre a tales orquestas, bandas o agrupaciones.

La Unión Musical «La Artística», banda a la que pertenezco desde 1994 (momento en que me incorporé a su formación juvenil) no iba a ser menos, por supuesto. Desde hoy mismo (con una misa y el tradicional pasacalles que recorrerá las principales vías de Novelda que llevan nombre de músico) y hasta este mismo sábado (con el concierto de la Banda Juvenil y la Banda principal, la presentación de las nuevas incorporaciones y educandos y la posterior cena de hermandad), una serie de actividades se dan cita en nuestra sede: intercambios con bandas de los alrededores, charlas, proyecciones... Todo ello organizado para los educandos de una Escuela a la que me siento honrado de pertenecer como profesor.

Esta misma tarde, durante la misa en la Parroquia de San Pedro, se podrá ver la imagen de Santa Cecilia que la misma Banda regaló a la Iglesia y que pasa los días, solitaria y olvidada, en el vacío coro, lejos de todas las miradas, esperando con ansias el siguiente 22 de noviembre. Es una lástima. Me duele como músico. Nosotros, en nuestra sede, en el salón de ensayos, tenemos una fotografía enorme de esa misma figura. A nadie le molesta. Todo lo contrario: es nuestra Patrona, la Santa que guía lo designios de todos los amantes del Arte del pentagrama. Tampoco creo que le moleste a la Parroquia, a pesar de estar sola en el coro, al que se accede por una puerta cerrada. Por fortuna, nuestra Iglesia de San Pedro está colmada de imágenes, tesoros y pinturas (como genialmente retrataron el fotógrafo Vicent Pina y el cronista de Novelda Pau Herrero en un reciente libro sobre este templo), y puede ser difícil encontrarle un hueco a Santa Cecilia.

No obstante, yo lo encontré, y así se lo hice saber al Párroco.

Da la casualidad de que los salones parroquiales, situados a espaldas de la Iglesia, están en la calle Santa Cecilia, lugar donde finalizamos, cada 22 de noviembre, el pasacalles, luego de pasar por las calles Ruperto Chapí, Maestro Ramis, Maestro Parra y detenernos en el parque de la Unión Musical «La Artística», donde interpretamos el pasodoble La Artística de Novelda, compuesto por Jesús Mula.

Mi idea es que la imagen de Santa Cecilia, en lugar de reposar lejos de toda posible visita y veneración, se ubique en la entrada de esos salones parroquiales. Así, cada día de Santa Cecilia, cada 22 de noviembre, podría sacarse a las puertas de los salones y toda la Banda de Música podría dedicarle unas notas a nuestra querida Patrona. Una vez me contestaron que los salones parroquiales, de reciente construcción y por ende muy modernos en su estructura y estilo, no podían albergar a Santa Cecilia. Que rompería la estética.

Sin embargo, no cejaré en mi empeño. Sigo pensando que ese es el mejor lugar para nuestra Santa Cecilia. Seguiré intentándolo.

Por lo demás, feliz Día de la Música. Que lo disfruten, sobre todo con buena música y mejor compañía.

viernes, 19 de noviembre de 2010

Descubrimientos

Adoro la música.

La música buena, valga la redundancia, puesto que todas las músicas son buenas, del lado del mundo de que provengan, el idioma en que se canten o los instrumentos que participen.

Creo que he escuchado música de casi todos los países del globo terráqueo y de casi cualquier época, ya sea presente o pasada. Es más, incluso muy pasada, pues recuerdo que, durante una conferencia sobre música en el antiguo Egipto que organizaba la Asociación de Egiptología ITERU de mi ciudad, la profesora que impartía la charla puso un CD con música egipcia interpretada con instrumentos fabricados a la manera de los habitantes del valle del Nilo, hace varios miles de años. Una música preciosa, todo hay que decirlo, que parecía adentrarte en las pirámides y hacerte respirar el ambiente de aquellos días.

Adoro la música y, por ello, me considero receptivo a toda música nueva que llega a mis oídos. Salvo contadísimas excepciones, relacionadas con antipatías hacia ciertos estilos de música (como el bakalao, por ejemplo), puedo escuchar de todo y mis oídos reciben con entusiasmo cualquier canción, tema, melodía o armonización que llegue hasta ellos.

El martes pasado tuvimos ocasión, en clase de italiano, de escuchar una canción de Jovanotti titulada «Tanto». La canción está bien, el videoclip es original, pero, sin embargo, algo me decía que detrás de ese tema (que ya tiene algunos años) tan repetitivo, encontraría la voz propia de uno de esos cantautores italianos perfectos en su estilo y en su técnica que, desde que conocí a Eros Ramazzotti, me apasinan.

No me equivocaba. Esa misma noche, buceando en Spotify, encontré un disco de Jovanotti del año 2007. Se titula Safari. El primer corte, «Fango», suena así:



La letra es preciosa. En el vídeo se puede ver la traducción al español. Llega a decir: «pero el único peligro que siento en realidad es llegar a no sentir nada», para rematar, en el estribillo, «yo sé que no estoy solo, ni siquiera cuando estoy solo».

Yo sé que no estoy solo, ni siquiera cuando estoy solo.

Fue un agradable descubrimiento. Desde entonces, habré escuchado esa canción decenas de veces, una tras otra, leyéndola sin parar, intentando cantarla en italiano (si mi voz es mala en español, cantando italiano roza cotas insospechadas...), escuchando cada acorde, cada melodía, cada suspiro de aire entre palabras.

Lo dicho: preciosa.

El mensaje es cierto. Nunca estamos solos. Incluso cuando, rodeados de la crítica ajena, nos vemos abocados a la soledad más absoluta, nunca estamos solos. Siempre hay una mano amiga cerca, siempre hay una palabra amable. Y si no la hay, siempre existirán aquellas canciones que nos acompañan muy en lo profundo de nuestro ser, que no hacen falta que suenen porque las tenemos almacenadas en el archivo infinito de nuestra memoria. Esta ya es una de ellas para mí.

Y sobre la soledad (o sobre la soledad que se deriva de la constante crítica), ningún problema. Recuerdo ahora las palabras de Javier Cercas en su artículo de El País Semanal del pasado domingo 14: «Deberíamos respetar a nuestros enemigos casi tanto como a nuestros amigos, porque los amigos nos estimulan a veces, pero los enemigos nos estimulan siempre, obligándonos a mantener alta la guardia para que no nos amarguen la vida». Sé que tengo muchos enemigos. La política tiene eso y, sobre todo, la política entendida como blanco o negro. (Ya hablé de ello en este mismo blog, analizando la posibilidad de que aún existieran dos Españas.) Por ser de un partido u otro, todo lo que se pueda pensar, proponer u organizar, va a estar mal visto o criticado por el otro sector. Sin miramientos.

Sin miramientos, pero ojo, sin ningún problema por mi parte, claro está. Hace poco se lo iba diciendo a varios amigos e, incluso, también lo dejé caer en mis clases: «Acostaos siempre con la conciencia tranquila y ganas de levantaros al día siguiente». Es lo fundamental.

Y es lógico y comprensible que no podamos gustarle a todo el mundo. Por eso, cuando la gente me dice que no entiende cómo el Ayuntamiento de Novelda tiene una Concejalía de Turismo y sigue asistiendo a la Feria Internacional de Turismo (FITUR) de Madrid, les comento que, en 2005, el presupuesto de Turismo era de 140.000 euros, y se gastaban 20.000 euros en una semana en la capital del reino. El actual presupuesto de Turismo, en 2010, es de 61.000 euros, y en FITUR nos gastamos tres mil euros. A eso hay que añadirle la creación, durante esta legislatura, de las Jornadas Gastronómicas, la Ruta del Tapeo, el Trofeo de Cocina con Azafrán, el Mes Dolç, el Foro de Turismo de Interior, las Jornadas Formativas de Turismo, la Fira del Raïm, la Festa del Xanxullo y un largo etcétera, campañas que vinieron a descubrirnos las amplias posibilidades que tenía el Turismo con mayúsculas (un turismo hecho con cabeza y aprovechándonos de nuestra riqueza como municipio). Se pasó del gasto por el gasto a una inversión exhaustiva en un turismo de calidad. Lo que está mal ahora, ¿no estaría peor hace unos años? ¿O es que la concepción de bueno y malo depende del partido político que esté en el gobierno? Si es así, siento tristeza por las personas que piensan de esa forma, puesto que están desperdiciando todo su poder de construcción y participación.

Ahora mismo estamos recogiendo los frutos de construir y crear toda una serie de actividades turísticas donde antes solo había viajes y gastos sobre gastos. Esperemos que cuando esas campañas se afiancen, unidas a otras promociones y con la Hoja de Ruta del Turismo elaborada, podamos decir que Novelda es 100% turística. Yo creo en eso.

Por desgracia, otros únicamente pretenden cubrir de humo nuestra labor, criticando el trabajo diario de técnicos y auxiliares en una concejalía que ha sufrido el recorte presupuestario más grande de su corta historia pero que nunca se ha rendido y ha seguido, como suele decirse, al pie del cañón. No en vano, todos aseguran que el sector turístico es uno de los pilares industriales que nos hará salir de la actual situación de crisis.

Pero hablábamos de descubrimientos. No quiero descubrirle a nadie las virtudes que tiene el turismo para una población. Los datos están ahí. Tendremos muchos enemigos, de acuerdo, personas que gustan de la crítica fácil y sin fundamento, incluso llegando a lindar con la mentira y el desprestigio personal hacia quienes formamos la Concejalía de Turismo de Novelda.

No pasa nada. Asumo las críticas y los insultos. Lo leí no hace mucho, no recuerdo en qué lugar: «si hablan de mí a mis espaldas es señal de que voy delante». Pues eso: seguiré acostándome con la conciencia tranquila, con ganas de levantarme al día siguiente y escuchando a diario buena música. Eso sí, espero que nunca llegue ese día de color gris oscuro casi negro en el que me levante sin sentir nada...

lunes, 15 de noviembre de 2010

Un pez gordo

El pez gordo (The big kahuna en su título original) es una de esas películas que se estrenan, pasan sin pena ni gloria por las taquillas y las tiendas de alquiler y luego reaparecen en el abismo cultural de una generación. No puedo dejar de nombrar como paradigma de estos casos a la brillante El club de la lucha, que nadie fue a ver al cine pero que ya ha pasado a formar parte de la cultura popular e ideológica.

Dirigida en 1999 por John Swanbeck y protagonizada por Kevin Spacey, Danny DeVito y Peter Facinelli, El pez gordo está basada en la obra de teatro homónima de Roger Rueff, quien también firmó el guión. Actualmente se puede encontrar en español la pieza, editada desde hace pocos años por Ediciones Irreverentes, e incluso creo que rueda por nuestro país una compañía que la está llevando a escena.

Es la historia de tres puntos de vista distintos, tres maneras de ver la vida, tres formas de acercarse a la realidad desde filosofías contrarias, aunque no por ello no complementarias.

Phil (DeVito), Larry (Spacey) y Bob (Facinelli) son tres vendedores de una empresa de aceites lubricantes, que se adivina en crisis, que han alquilado la suite de un hotel en Wichita (Kansas) para organizar una fiesta en la que esperan que acuda un tal Dick Fuler, un verdadero «pez gordo» de las finanzas que debe salvar la empresa y las vidas de los tres personajes, sobre todo de Phil y Larry, más veteranos, pero también de Bob, lo que podría significar un espléndido inicio en su carrera comercial.

Como en muchas otras películas basadas en obras de teatro (me vienen ahora la cabeza La soga y Crímenes perfectos, ambas de Alfred Hitchcock), está genialmente plasmada y más parece el visionado desde una butaca en un palco que desde el sofá de nuestras casas. Salvo unos breves instantes, en ningún momento se rompe la unidad de lugar.

La película es intensa, con un denso guión que no da tregua al mínimo despiste, lleno de diálogos y frases geniales. Tres personas sobre el escenario, tres hombres en la misma habitación, pero formas diferentes de ver el mundo.

Bob es un hombre de fe, y sus principios están basados en esa fe. Es el más joven del grupo, y considera necesario hablar de Dios y de la Biblia por encima de otras cuestiones comerciales. Larry está en busca de su fe y, por ello, entra en numerosas contradicciones en cuanto a cuestiones de religión, amistad o ideologías. En cuanto a Phil, el más mayor de los tres, es un hombre que ha vivido los escollos del camino, tras el fracaso de su matrimonio y algunos problemas con el alcohol. Parece que ahora está reconciliándose con una fe perdida en la juventud.

Totalmente recomendable para una sesión de cine-fórum (¿todavía seguirán existiendo?). Lo que más llama la atención, sin embargo, es su epílogo. Aquí os lo dejo.



Es un monólogo repetido hasta la saciedad en correos y reenvíos varios, en Power Points y vídeos con fondos de paisajes y cascadas al atardecer. Dice así:

Disfruta de la fuerza y belleza de tu juventud.
No me hagas caso: nunca entenderás la fuerza y belleza de tu juventud hasta que se hayan marchitado. Pero, créeme, dentro de 20 años cuando, mirando fotos, te veas a ti mismo, verás como no puedes ver ahora cuántas posibilidades tenías ante ti y lo guapo que eras en realidad. No estás tan gordo como te imaginas.
No te preocupes por el futuro. O preocúpate, pero sabiendo que hacerlo es tan efectivo como intentar resolver una ecuación de álgebra masticando chicle. Es probable que los problemas más serios que te surjan en la vida sean cosas que ni se te pasaron por la cabeza, de esas que te sorprenden un martes cualquiera a las cuatro de la tarde.
Todos los días haz algo que te dé miedo.
Canta.
No juegues con los corazones de los demás. No aguantes que la gente juegue con el tuyo.
Cepíllate los dientes.
No pierdas el tiempo sintiendo celos. Unas veces irás ganando y otras perdiendo. La carrera es larga y al final solo compites contra ti mismo.
Recuerda los elogios que recibas; olvida los insultos. Y, si lo consigues, dime cómo.
Conserva las viejas cartas de amor, tira los recibos viejos del banco.
Yérguete.
No te sientas culpable si no sabes qué quieres hacer con tu vida. Las personas más interesantes que conozco no sabían lo que querían hacer con su vida a los 22 años. Algunas de las personas más interesantes que conozco tampoco lo saben a los 40.
Toma mucho calcio. Trata bien a tus rodillas, las echarás de menos cuando te fallen.
Quizá te cases, quizá no. Quizá tengas hijos, quizá no. Quizá te divorcies a los cuarenta. Quizá bailes el rock en tus bodas de platino. Hagas lo que hagas no te congratules demasiado. Ni tampoco te censures. Siempre has optado por una cosa u otra como el resto del mundo.
Disfruta de tu cuerpo. Úsalo de todas las maneras que puedas. No le tengas miedo ni te preocupe qué piensen los demás; es el mejor instrumento que tendrás jamás.
Baila. Aunque tengas que hacerlo en el salón de tu casa.
Lee las instrucciones aunque no las sigas.
No leas revistas de belleza, solo harán que te sientas feo.
Conoce a tus padres. Nunca sabes cuándo se irán para siempre. Sé bueno con tus hermanos. Son el mejor vínculo con tu pasado y los que probablemente seguirán contigo en el futuro.
Entiende que los amigos vienen y se van pero que hay unos escogidos que debes conservar. Esfuérzate en no desvincularte de ciertos lugares y costumbres porque, cuanto más mayor te hagas, más necesitarás a las personas que conociste cuando eras joven.
Vive en Nueva York alguna vez, pero vete antes de endurecerte. Vive en el norte de California alguna vez, pero vete antes de ablandarte.
Viaja.
No te hagas demasiadas cosas en el pelo o cuando tengas 40 años parecerá el de alguien de 85.
Ten cuidado con los consejos que compras y ten paciencia con quienes te los vendan. Los consejos son una forma de nostalgia. Ofrecerlos es una manera de rescatar el pasado del vertedero, sanearlo, pintar las partes feas y reciclarlo, dándoles más valor del que tienen, pero créeme en lo del protector solar.
Precioso. La letra es de la periodista norteamericana Mary Schmich, y el texto está escrito como un discurso leído durante el final de un curso académico. Después se empleó como epílogo de la película que nos ocupa, El pez gordo, aunque quizá todos deberíamos colgar esos consejos en algún lugar visible de nuestras casas (o nuestras vidas).

En cualquier caso, son unas palabras hermosas de automotivación y superación, la mejor forma de empezar la semana y continuarla.

Como posdata, os dejo el vídeo con ese mismo texto, pero rapeado y con imágenes acompañando a las palabras.

 


Y ya sabéis: disfrutad. Disfrutad siempre. Sed vuestros propios peces gordos.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Con la sonrisa al viento

Lo primero que recuerdo de mi llegada a los campamentos saharauis de Tindouf (Argelia) es que era noche cerrada. Luna creciente. Las estrellas brillaban en la cúpula negra del cielo como puños encendidos. Fue una lástima no acudir a allí con una cámara en condiciones para inmortalizar la hermosa nocturnidad de un paisaje sin contaminación, puro, humilde y poderoso a la vez, de una fuerza poética indiscutible.

El cielo de ese Sáhara es especial, para nada comparable a las noches en campos o en playas, al aire libre, tumbados en hamacas mirando arriba.

En África todo se magnifica, se hace inmenso. Allí la emoción corre entre la arena, aquí se pierde entre las rendijas del asfalto de las calles, en esta habitual modernidad a la que los primermundistas estamos tristemente acostumbrados. Allí cada amanecer, cada anochecer, cada brisa, se disfrutaba como si fuera la última.


No me costó habituarme a los sonidos de los campamentos: los niños correteando, las cabras lanzando chillidos, el motor de los todoterrenos cruzando de aquí para allá.

A la mañana siguiente, cuando mis ojos contemplaron a la luz del día la grandiosidad del desierto, me paré unos minutos a mirar el horizonte. Allá donde mirara, había arena y cielo raso. Allá donde mirara, jaimas y casas de adobe y uralita rompían el horizonte. Esas viviendas eran provisionales hace treinta años. Para los cientos de niños que han nacido en los campamentos como refugiados y expatriados es su único hogar.

Pronto me acostumbré al día a día de los campamentos: la llamada de alguien que quiere que veas cómo sacrifica al cordero que luego cocinará en tu honor, las ceremonias del té, las visitas a una jaima y a otra, la gente que te preguntaba por España y sus conocidos de allí.

Yo estaba ubicado en Bir Lehlu, en Smara, ciudad hermanada con mi Novelda natal. Íbamos a llevarles unas placas solares como proyecto del 0,7% del presupuesto municipal. Llevábamos, también, comida, ropa y dinero.

Al segundo día de ir de campamento en campamento, caminando entre el desierto o botando por las dunas con los jeeps, aprendes que todas las comodidades de las que gozamos en el Primer Mundo son lo que nos alejan de disfrutar de la cercanía de la gente, del trato humano y personal, del abrazo próximo.

Por las noches, sentado en la jaima, cobijados del frío externo, iluminados por la poca luz del fuego que calentaba el té y un fluorescente sobre la alfombra, nuestras caras eran sombras y nuestras voces se perdían en el aire, ese que agita la arena y cambia el desierto a cada pestañeo. Quizá supe ahí, en esos momentos, que ya no existe el o el yo, sino que todo es nosotros. Que no existe distinción entre ellos y nosotros, sino que todos somos hijos de una misma tierra y un mismo sol. Solamente cambia la suerte, aquella que nos hace nacer y crecer en mundo tan diferentes, injustos y separados.





Cuando regresé a España, también de madrugada, lo primero que observé es que habíamos perdido la Naturaleza. Ya no había estrellas, no había quietud, no había apenas negrura. Los coches nos adelantaban por la autovía, veloces e inquietos.

Al amanecer, al pisar la calle de asfalto, con sus prisas y sus caras cabizbajas, mi mente voló al Sáhara, hasta ese mundo de sonrisas infinitas sin horas ni minutos, donde el tiempo se mide por los instantes de felicidad verdadera. Y los saharauis, a pesar de todo, eran felices.

Cuando recuperen su tierra, esa felicidad será eterna. Así lo espero.


* Las fotos están hechas por mí mismo durante el viaje que una delegación noveldense efectuó en diciembre de 2008 a los campamentos saharauis de Tindouf. En su día escribí un artículo, publicado por el Diario Información de Alicante, que se puede leer en aquí.

martes, 9 de noviembre de 2010

¿Lenguas españolas?

Desde finales de los años setenta, en España vivimos de acuerdo a la última Constitución aprobada. En ella, en el tercer artículo de su título preliminar, se puede leer:


1. El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla.
2. Las demás lenguas españolas serán también oficiales en las respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos.
3. La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección.
Mucho se ha hablado de ese tema. Y muchos dolores de cabeza y ríos de tinta nos hubieran evitado a los lingüistas de haber existido una mejor redacción y concreción de nuestra carta magna.

En el primer punto hay varias fórmulas erráticas, como considerar al castellano como lengua española oficial del Estado. En realidad, el castellano es la variante dialectal del español que actualmente se habla en las zonas que antiguamente conformaban Castilla la Vieja, demarcación geográfica que aún hoy emplea el llamado castellano y que tiene ciertas particularidades; esto es, hablantes que son laístas, que terminan sus palabras en -d pronunciándolas con -z, etc. Una persona de Cantabria, de Gran Canaria o de Uruguay no habla, técnica y filológicamente hablando, castellano.

El castellano no es una lengua española, sino que es una variedad de la lengua española.

Y, lógicamente, no puede ser oficial una sola variedad (que además no comparten la mayoría de españoles y hablantes del español oficial en buena parte de los países de Sudamérica), dejando fuera otras variedades de nuestra lengua. Todas juntas forman el español.

Entonces, la única lengua oficial de todo el Estado español ha de ser la lengua española o el español. Cuando decimos «castellano o español», empleando ambos términos como sinónimos, estamos errando de igual forma, ya que no lo son, como hemos visto. Una persona de Valladolid puede hablar castellano, pero no así alguien de Tenerife. Los dos hablan español, pero cada uno lo hace en una variante muy distinta. Ni mejor ni peor. Simplemente distinta. Por eso no podemos decir que alguien de Málaga habla mal el castellano, porque, en primer lugar, no habla castellano sino el español con variedad geográfica andaluza y particularidades de la zona de Málaga y, en segundo lugar, porque toda variante lingüística (en cuanto a pronunciación, léxico, etc.) le aporta a la lengua española un punto de riqueza que no debemos rechazar o menospreciar.

Con lo que llevamos dicho, ¿existe realmente el español? Por supuesto, pero el español como tal, como lengua e idioma, es más bien un ente sin forma clara. Hay unas normas básicas de escritura y construcción de oraciones, pero sus ramificaciones son extensas, casi infinitas, y, en algunos casos, también su pronunciación. Así, por ejemplo, una persona de la provincia de Alicante (como yo), que ha crecido sus buenos años de vida escuchando las dos lenguas oficiales de la Comunitat Valenciana (español y valenciano o catalán), habla un español con variedad geográfica alicantina, algunas palabras prestadas del valenciano, y todo eso dependiendo del estatus social en que haya nacido, sus vivencias personales, su cultura, etcétera.

Por lo tanto, y aunque parezca ambiguo, no hay una única lengua española, sino que cada hablante tiene la suya propia. Parece una solución sencilla para contentar a todos, pero (siempre según mi criterio, obviamente) considero que es la que mejor se aproxima a la realidad lingüística de cualquier idioma.

Y, claro está, no es mejor hablante de español quien se acerca más a la norma castellana que aquel que cecea o sesea. Ahí recae la riqueza de nuestra lengua. Por supuesto, a la hora de escribir, una persona de Cádiz y otra de Logroño han de hacerlo de forma similar, de acuerdo a una misma gramática, a pesar de que difieran en vocabulario o en algunas expresiones.

En cuanto al segundo punto de ese tercer artículo, está claramente mal redactado, puesto que no existen, tal y como se ha explicado, «demás lenguas españolas». A lo que se refiere el citado artículo es al resto de lenguas que se hablan también en España, como son el galego, el euskera y el català o valencià (me dejo fuera el aragonés, el asturleonés y el aranés), y que también son oficiales en sus respectivas comunidades autónomas. Desde luego, no son lenguas españolas, ni tan siquiera son lenguas de España (al fin y al cabo, el catalán es oficial en Andorra). A nadie se le ocurriría decir que el inglés, el rumano o el árabe son lenguas españolas porque se hablan en España, lo mismo que el español nunca será lengua inglesa porque haya quien lo hable en Australia o lengua sueca por la comunidad española de ese país nórdico.

Realmente el término justo que debería haber empleado la Constitución es el de «otras lenguas habladas en España». En ese artículo habrían de aparecer esas tres lenguas mencionadas antes (galego, euskera, català o valencià), indicando lo que sigue, que serán oficiales en sus respectivas comunidades autónomas.

De tal manera que quedaría así, correctamente expresado.



1. El español es la lengua oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla.
2. El resto de lenguas habladas en España (euskera, galego y català o valencià) serán también oficiales en sus respectivas Comunidades Autónomas de acuerdo con sus Estatutos.
3. La riqueza de las distintas modalidades lingüísticas de España es un patrimonio cultural que será objeto de especial respeto y protección.
Es mi opinión como filólogo. Tal vez una mejor redacción de ese tercer artículo de nuestra Constitución habría evitado muchas discusiones y muchos debates.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Correos electrónicos

Últimamente me han llegado numerosos correos electrónicos, de reenvío fácil y origen completamente visible, en contra del PSOE.

Esos correos hablan de los cargos de confianza de los políticos, de los estudios universitarios de unos y otros, de los padres y los hijos de no sé quién... Siempre, claro está, no creo que haga falta decirlo, sobre políticos que militan en las filas socialistas.

Por esa regla de tres, lo mismo se podría hacer con el Partido Popular, y en algunos casos no tendríamos ni siquiera que salir de los límites de la propia ciudad, pero bueno, seamos serios.

Creo que a estas alturas de la vida, todos tenemos claro que todo alcalde, presidente y ministro puede nombrar a sus cargos de confianza en base a eso mismo: la confianza en esa persona en cuestión. Lo dice la palabra. También existe el hecho de que en ningún sitio está escrito que un político deba tener estudios superiores, un doctorado y un máster, a ser posible en alguna universidad del extranjero. No seré yo quien lo exija. Ni tampoco seré yo el que ponga en duda o desmerezca la labor de un político, de cualquier partido e ideología, personas que, buscando la mejora y el beneficio de sus correspondientes municipios, provincias, comunidades o países, encuentran (la mayoría de las veces) un mundo de soledad e intimidad vulneradas. Tanto a los políticos que actúan en público como a aquellos cuya labor (ya sea como asesores o como cargos de confianza) está más oculta, a todos hay que agradecerles el hecho de dejar atrás su vida personal, su familia y sus amistades (amén de tiempo libre e intimidad, ya mencionada antes) para dedicarse al bien general.

Y que conste que no me meto con nadie, a pesar de que la extrapolación sesgada e intencionada que se pueda hacer de mis palabras pueda molestar a alguien. Repito: no es mi intención molestar a nadie.

Pero no entiendo esos correos electrónicos en contra del PSOE. Si los elaboran personas en contra de la clase política en general, ¿por qué no se menciona en ellos el caso Gürtel, Carlos Fabra, el caso Brugal y demás escándalos que protagonizan cargos públicos del Partido Popular? ¿Por qué no se habla del sueldo millonario que todos los españoles pagamos a la señora María Dolores de Cospedal? ¿Por qué no se mencionan los miles de niños y niñas de la Comunitat Valenciana que tienen que estudiar dentro de barracones? ¿Por qué no se le da voz a todas esas personas que ven evaporizadas las ayudas que el Gobierno central concede por la Ley de Dependencia, ayudas que se extinguen cuando tocan suelo valenciano?

¿Qué quieren demostrar con esos correos? ¿Quieren, quizá, tapar con acusaciones sobre otros las vergüenzas propias? ¿Pretenden que no se hable de los casos de corrupción que inundan al Partido Popular, casos de corrupción abiertos por jueces y perseguidos por la policía? ¿Quieren extender una cortina de humo? ¿Quieren falsear la realidad? ¿Quieren hacernos pensar que todos, jueces, policías, periodistas, están en contra suya?

La respuesta es obvia: las personas que confeccionan esos Power Point plagados de faltas de ortografía y verdades a medias tienen intereses creados. Como en la obra de Jacinto Benavente, hay personas que fingen ser cultas y de alma limpia para conseguir el beneplácito y los votos de quienes les rodean. Es una auténtica lástima...

Y también es una lástima el tener que recurrir a la elaboración de documentos que solo muestran una parte de la realidad con la única intención (pobre, por cierto) de presentar al PSOE y a quienes lo forman como cúmulo y causante de todos los males que envuelven al mundo.

A todas esas personas, libres de tiempo y carentes de vida social, les recomendaría que se pasasen por cualquiera de las tres diputaciones provinciales de la Comunitat Valenciana, o por cualquiera de las consellerías de nuestra Generalitat. Ahí podrán encontrar muchos temas con los que seguir creando sus entretenidos Power Point.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Un pequeño cambio

Anoche tuve la grata ocasión de ver Un pequeño cambio, película dirigida por Josh Gordon y Will Speck con guión de Allan Loeb. Los protagonistas son Jennifer Aniston (nueva reina de la comedia romántica estadounidense tras Exposados y Qué les pasa a los hombres) y Jason Bateman, aunque también podemos ver a Jeff Goldblum y Juliette Lewis. Aquí, en la página oficial en español, podéis ver el tráiler.

No deja de ser una comedia romántica al uso, con sus idas y venidas de guión (muy inteligentes), sus previsibles finales felices y sus momentos graciosos. Todo ello regado de frases ingeniosas, una trama no demasiado utilizada en cine (en esta ocasión la de una mujer que quiere quedarse embarazada mediante la compra de esperma) y actores y actrices que están de moda y saben hacer su trabajo ante la cámara.

Hasta aquí nada del otro mundo.

No obstante, la película gana audiencia e interés cuando el fruto de ese embarazo (el pequeño Sebastian, interpretado por el niño Thomas Robison) hace su aparición en escena. Un niño de siete años algo tímido, un poco neurótico y muy leído, que es la delicia del ya de por sí interesante y atractivo guión. El personaje del niño, genialmente interpretado salvo por un par de detalles que carecen de naturalidad, está magistralmente esbozado en el guión y, después, transmitido a la pantalla.

Desde el primer momento, el niño es creíble y su historia cobra fuerza (sobre todo gracias a la metáfora de los marcos de fotos que el pequeño colecciona), llegando a cotas de emoción que me recordaron a otra comedia romántica, esta vez alemana: Un conejo sin orejas. Aquí tenéis el tráiler.



Esta película está protagonizada, escrita y dirigida por Til Schweiger. En ella también cobra protagonismo el personaje interpretado por la hija de Schweiger, una de las alumnas de la guardería donde tiene que cumplir horas de servicio a la comunidad el periodista.

Ambas son igual de previsibles, pero se alejan de la ya manida y sobradamente utilizada fórmula del chico-conoce-a-chica, se gustan, se juntan, se pelean, se soluciona el conflicto, se vuelven a juntar, títulos de crédito.

Existen otros muchos ejemplos (y muy buenos), pero en estas dos películas de las que hablamos, totalmente recomendables desde mi punto de vista, Un conejo sin orejas y Un pequeño cambio, el guión viene enriquecido por ese algo más que enseguida se descubre (sobre todo cuando, como yo, has visto decenas de comedias románticas de corte clásico). Parece que hay vida después de Meg Ryan... Parece, también, que la comedia romántica, europea y americana, está viviendo una nueva época dorada, tomando un nuevo rumbo, con historias frescas creadas por guionistas de mentes abiertas y actores más o menos consolidados.

Y eso me gusta. Que siga así.

miércoles, 3 de noviembre de 2010

La creación como profesión

Cuando a uno le preguntan «¿qué eres?» en el sentido de a qué se dedica, en qué trabaja o qué ha estudiado, puede entrar en un conflicto interno complicado donde varios estadios de su mismo Yo pelean por brotar a la superficie y hacerse notar.

Hay personas que no, obviamente. Hay personas que han estudiado la carrera de Matemáticas y se dedican a la investigación o al estudio. Estos son, sin duda alguna, matemáticos. Sin embargo, los licenciados en Matemáticas que dan clases en un instituto, no se llamarían matemáticos sino profesores de Matemáticas. Lo mismo pasa con la Filosofía, la Química o la Arquitectura.

Y otro tanto, aunque bien distinto, ocurre con la Filología, rama en la cual soy licenciado. No soy profesor de Lengua y Literatura Españolas, pero sí he ejercido como corrector y revisor de textos, aunque tampoco me considero corrector o revisor. Supongo que como experto en lingüística española tengo unos conocimientos aprehendidos que me sirven para emitir un veredicto hacia un texto, justificando la inclusión o exclusión de una palabra en concreto en algún momento determinado.

Tampoco es algo que sea demasiado habitual. Por desgracia, la intrusión laboral del corrector ortográfico del Word está haciendo mucho daño a mi carrera... Y luego están todos esos conocimientos adquiridos de las personas a lo largo de sus vidas en materia de lengua (al fin y al cabo, es algo que utilizamos todos a diario), experiencia que lleva a emitir juicios de valor erróneos que anulan la presencia importantísima del filólogo. Por ejemplo, decir que el catalán y el valenciano son lenguas distintas, o decir que el idioma en que está escrito este blog es el castellano, etcétera, etcétera, juicios de valor equivocados que en ningún momento se expresan bajo el amparo técnico y experto del filólogo.

El presente comentario viene a cuento de mis clases de italiano. Ayer, como parte del tema 2, la profesora nos invitó a averiguar el trabajo del resto de compañeros y compañeras de clase (E tu, che lavoro fai?). Cuando me lo preguntaron a mí, dudé unos instantes antes de decir: Insegnante di musica. Esto es, profesor de música. Después, el orgullo me pudo, y añadí: «Aunque soy licenciado en Filología...».

Si uno trabaja como profesor de música se le presuponen unos conocimientos en la materia, obviamente, e incluso la capacidad de tocar algún instrumento, en mi caso la trompeta y el piano. (No pasaba así con mi profesora de música en el instituto, la cual venía de ciencias y tenía verdaderos problemas a la hora de diferenciar el Barroco del Clasicismo..., pero esa ya es otra historia.)

Y dije que me dedicaba a la docencia del apasionante mundo del solfeo y el canto porque no puedo considerar que mi actual paso por la política como Concejal del Ayuntamiento de mi ciudad natal sea una «profesión», puesto que es algo pasajero y circunstancial. ¡Ay de los pueblos cuyos dirigentes consideren ese puesto como su trabajo y única manera de carrera en la vida! Por fortuna, para mí, la política no es más que una etapa de mi vida que tuvo su principio y tendrá su final: perpetuarse en el poder por los siglos de los siglos, y tener en ese mundo la única salida profesional y laboral, es la única manera de corromperse uno mismo y, por ende, corromper a un sistema que necesita y exige el cambio eventual de personas y pareceres que conlleven nuevas perspectivas y evoluciones.

Tampoco dije que era corrector, redactor y revisor de textos. Tampoco les dije a mis compañeros de clase que componía música o escribía poemas y relatos. Tampoco les hablé de las novelas que duermen en el cajón de la memoria esperando el momento justo de su publicación.

Hoy que lo pienso mejor, en esta mañana soleada en que parece que el frío nos concede una tregua, creo que me considero creador: creo textos, uniendo palabras y conformando oraciones cuando redacto (para mí o para otra persona) artículos, cuentos, poemas o novelas; creo música, entrelazando notas, matices y sonoridades distintas (e intentando hacer que mis alumnos también lo hagan) cuando me siento ante el piano para que la inspiración mueva los dedos y haga aparecer la melodía necesaria; y creo campañas de turismo (ayudado por el saber hacer de la técnica y las auxiliares municipales), dirigidas a fomentar el progreso y la industria de Novelda.

No obstante, la creación no está considerada una profesión como tal. Pero sí es una manera de afrontar el mundo.

Intentaré seguir haciéndolo (me refiero a vivir) desde la creatividad. Llevo veintisiete años haciéndolo y no me ha ido, por fortuna, demasiado mal.

lunes, 1 de noviembre de 2010

Principios del matrimonio

A Mariano Rajoy Brey no le gusta que los homosexuales tengan los mismos derechos que los heterosexuales.

No le gusta, vaya.

Más bien incluso le molesta. Está claro que para gustos los colores, pero para alguien que aspira a dirigir los designios de nuestro país durante cuatro años deja a la luz cierto tufillo a intolerancia (nótese que en la palabra intolerancia viene incluida otra) hacia las personas que no convergen con sus ideas.

Mal asunto.

Lo expresé en estos mismos términos en algún artículo del pasado: si antes de ser Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy ya empieza a anunciar recortes sociales, coartar libertades y derechos y derogar leyes, mal vamos.

También pretende hacer el Sr. Rajoy lo que David Cameron en Reino Unido. Para ello ya ha proclamado, en una reciente entrevista al diario El País, que, de ser Presidente, aplicará medidas parecidas a las que se han tomado en las islas británicas; esto es, subir las tasas universitarias, recortar las becas, destruir el estado de bienestar y echar a cuantos empleados públicos le sobren, amén de privatizar todas las empresas que se le crucen por el camino. Los sindicatos ya lo han avisado: futuro negro el que nos espera...

No es nada nuevo. En muchas de las cosas, ya llueve sobre mojado. La derecha conservadora (aquí, en Alemania, en Francia, en Reino Unido y donde sea) funciona de la misma manera: dinamitar los avances sociales que se consiguieron con la izquierda. Y si a eso le sumamos el ultraconservadurismo latente en todas las democracias modernas alrededor del mundo que empieza a resurgir cuando cree que la izquierda le está usurpando el poder durante demasiado tiempo, UGT y CC.OO. tienen razón: las palabras del Sr. Rajoy hacen «temer lo peor».

Sin embargo, la seña de identidad de nuestra derecha es otra bien distinta a la del resto de países europeos. Aquí hay una dependencia mayor (o total) a la Iglesia Católica y a los dictados de la Conferencia Episcopal, algo que no sucede en ninguna otra parte de nuestro querida Europa.

Y por eso a Mariano Rajoy Brey no le gusta que las personas del mismo sexo tengan los mismos derechos que el resto de conciudadanos y, por ende, puedan contraer matrimonio.

La etimología de la palabra viene del latín: matri-monium, donde mater es «madre» y munium es «función o cargo». Es decir, el derecho que adquiere la mujer de poder ser madre, subordinando así la figura femenina a la de un marido que sea padre futuro y cabeza de familia. Aquí un inciso: esta concepción del matrimonio y de la figura femenina que todavía tiene parte del mundo conservador entronca a la perfección con las declaraciones machistas del Alcalde de Valladolid, Javier León de la Riva, y otras lindezas que ciertos dirigentes y cargos del Partido Popular dirigen a las mujeres, señal indiscutible de que aún quedan personas que no creen en la verdadera igualdad entre sexos.

La definición anterior de matrimonio debería limitarse únicamente a la unión religiosa y católica, puesto que es la Biblia la que prohíbe las relaciones antes de la unión entre esposo y esposa por considerarlas fornicio (por ejemplo, y entre otros muchos pasajes, en 1ª Tesalonicenses 4:2-5). En el mundo civil eso no pasa, así que el mismo matrimonio civil rompe con esa etimología (he asistido a bodas e incluso he oficiado ceremonias donde los hijos de los contrayentes eran quienes portaban los anillos).

De todo eso se deduce que al PP no le molesta que se le llame matrimonio a la unión civil entre un hombre y una mujer, aun cuando rompa con la idea primigenia del matrimonio. Al PP solo le molesta que se casen personas del mismo sexo. En contra de la ONU, cuya Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos considera el matrimonio como un derecho de todas las personas con independencia de su orientación sexual, el Partido Popular quiere prohibir ese tipo de uniones, haciendo que las parejas ya casadas entren en el limbo legal de los «nuevamente solteros» y los hijos de esas parejas caigan en el marco de los «sin padres».

En Holanda, Bélgica, Canadá, Sudáfrica, Noruega, Suecia, Portugal, Islandia, Argentina y España el matrimonio entre personas del mismo sexo es legal. Además, también lo es en algunos estados de los EE.UU. y en México D.F.

Si el problema es el nombre que le damos al hecho, también debería serlo, etimológicamente hablando, en el caso de los matrimonios civiles. Sin embargo, mucho me temo que el problema no es la denominación, ni siquiera el argumento de la procreación (que se soluciona mediante adopción), ni mucho menos la teoría psicológica (ningún estudio coherente y sensato se atravería a afirmar que el niño o la niña crece con mermas mentales cuando lo hace con dos padres o dos madres).

Pienso que el Partido Popular tiene un problema con el principio del Orden Natural, herencia clara de la Iglesia Católica, entidad que todavía maneja los hilos ideológicos del conservadurismo español. Y la separación entre política y religión en ciertos partidos de nuestro país solamente la pueden conseguir las cúpulas de esos partidos. Por ejemplo, el Presidente del PP, Mariano Rajoy Brey.

Sería difícil, les restaría seguramente algunos votos, pero con total probabilidad ganarían la confianza de muchas personas que de verdad creen en este estado aconfesional que es España (artículo 16.3 de nuestra Constitución), un país donde los partidos políticos deberían representar a todos los ciudadanos y no a una parte radical y extremista de la población, un país que (como toda Europa) debería abrazar el laicismo sin caer en consideraciones históricas, ideológicas o sociales, únicamente pensando en la globalidad del mundo y el entendimiento entre las distintas culturas.