miércoles, 31 de agosto de 2011

La inmersión lingüística

El DRAE define inmersión, en su tercera acepción, como «acción y efecto de introducir o introducirse en un ámbito real o imaginario, en particular en el conocimiento de una lengua determinada». Por lo tanto, inmersión lingüística es, por ejemplo, lo que una persona alemana realiza cuando se va a estudiar un año a Madrid con tal de aprobar un curso universitario y, además, aprender español. La inmersión la realizaría conociendo y entablando amistad con sus compañeros de clase españoles, yendo al cine a ver películas dobladas al español, leyendo periódicos, viendo la tele y, a fin de cuentas, paseando por las calles madrileñas, además de asistiendo a clase, por supuesto. Yendo a comprar el pan, pidiendo la cuenta en el bar o comprando libros en las librerías de su barrio aprendería el uso común de una lengua nueva y, con total seguridad, durante todo ese curso académico este ciudadano alemán aprendería a desenvolverse en nuestra lengua con casi plena normalidad.

Lo mismo sucede cuando un estudiante español de 3º de E.S.O. marcha un verano a Irlanda para aprender inglés. Allí vivirá con una familia irlandesa, hablará con ellos, irá a clases de inglés, verá la televisión y escuchará la radio, paseará por las calles y leerá los letreros y anuncios, etc. Es posible, no obstante, y sobre todo si viaja con más españoles, que acabe practicando más su lengua materna que la que quiere mejorar, pero en cualquier caso efectuará una inmersión lingüística que ayudará a ese estudiante en su pronunciación (el principal problema de nuestra enseñanza de idiomas) o en la adquisición de un lenguaje más coloquial, lejos de la doctrinal sintaxis a la que están (y estábamos) acostumbrados en las escuelas.

Y es que la enseñanza de idiomas en España ha preparado, durante muchísimo tiempo (y de estos barros estros lodos), a miles de jóvenes para escribir y leer con absoluta perfección y pureza, dignos del mejor Shakespeare, pero la preparacion para entender lo que se oye y expresarse era prácticamente nula. El resto de Europa nos gana por goleada en ese sentido. Los jóvenes españoles, gramaticalmente perfectos pero sin vocabulario, se pierden más allá de nuestras fronteras en un idioma (hablamos del inglés, por ser el más estudiado) que pocas veces, por no decir ninguna, han escuchado en el centro educativo de boca de un verdadero nativo y mucho menos hablado de forma coloquial. En este mismo blog, hará ya unos meses, publiqué una entrada titulada «Enseñar idiomas» y que ahora me viene a la mente.

El caso contrario a la inmersión lingüística es lo que el Diario Información, en su edición de la Vega Baja, lleva hoy a sus páginas. Es un fenómeno que se está produciendo desde hace muchos años: ingleses de mediana o avanzada edad, atraídos en su día por el boom inmobiliario y el cambio monetario entre libras y pesetas y entre libras y euros después, compraron sus segundas residencias o incluso un «retiro tranquilo» en nuestro país. Y lo hicieron, lógicamente, en la costa, preferentemente la alicantina y la murciana, allá donde el clima era diametralmente opuesto al de su país y allí donde la construcción no parecía tener freno.

Si primero llegaron los ingleses a nuestras costas y luego los empresarios decidieron venderles los pisos, o si se construyeron los pisos y los ingleses vinieron a quedarse, es como lo del huevo y la gallina.

En cualquier caso, estos ingleses, reacios a conocer la lengua propia del lugar al que iban, demandaban que se les hablara en su lengua y nosotros, que vivimos principalmente del turismo (y en estos tiempos de crisis, más todavía), aprendimos su lengua correctamente y en todos los comercios de la costa ya había alguien dispuesto a hablarles y servirles en inglés. Lógicamente, todo fue tomando mayor calado, y los mismos ingleses, ya asentados y con una situación economía buena o muy buena, iniciaron negocios, negocios en los que únicamente se hablaba inglés (o alemán, ya que muchos veranean aquí), con letreros en esa lengua y contratando, obviamentre, a sus compatriotas.

Y así es como se rompe cualquier tipo de inmersión lingüística, permitiendo la creación de guetos ingleses que, aunque reducidos, se pueden ver a lo largo de casi toda la totalidad de la costa mediterránea.

Esto que, aunque nos choca, vemos normal, lo criticaríamos (y de hecho se critica, en la ciudad de Crevillente sin ir más lejos) si en vez de ingleses fuesen argelinos o marroquíes, y fueran ellos quienes montaran sus negocios o establecimientos, rotulando las fachadas en árabe y dirigiéndose a ti primero en árabe o en francés en lugar de en español. Quizá sea un problema de europeidad, y los inmigrantes ingleses que montan empresas nos resultan más «simpáticos» que los africanos que montan empresas. Todo ello teniendo en cuenta que la mayoría de argelinos y marroquíes que viven en España hablan español y van a tiendas y bares donde el dueño es oriundo de aquí.

«Es que los moros hacen guetos y no se mezclan con nadie...», se oye decir. Pero, si nosotros tuviéramos que irnos a otro país a buscarnos la vida y así poder mandar dinero a nuestra familia, ¿tendríamos mucho tiempo para relaciones cordiales? Es una cuestión de actitud, sobre cómo tratamos a los diferentes inmigrantes que vienen a España, vengan de donde vengan. Y en la cuestión que nos atañe hoy, la de la inmersión lingüística, es patente que es mayor y mejor la inmersión que realizan argelinos o subsaharianos (o incluso los ciudadanos chinos) que la de los ingleses. ¿No será que al final todo se resume a una cuestión de poder económico...?

Todo esto, para algunos filólogos o lingüistas, podría hacernos poner el grito en el cielo, pero depende del cristal con que se mire y de cómo veamos el vaso, medio lleno o medio vacío. En una ocasión escuché la anécdota de dos vendedores de zapatos ingleses que van a África para intentar abrir negocio. Uno de ellos envió un telegrama a su país en el que ponía: «Panorama desolador. Nadie lleva zapatos». El otro vendedor mandó un telegrama escribiendo: «Oportunidad de negocio estupenda. ¡Nadie lleva zapatos!».

Algo así podría pensar un licenciado en Filología Hispánica cuando comprueba el panorama descrito en la noticia. «¡Nadie sabe español!». Aquí el problema es que en principio nadie quiere aprender español porque no lo «necesita», pero emprender es eso mismo: «acometer y comenzar una obra, un negocio, un empeño, especialmente si encierran dificultad o peligro». De momento ha sido la Diputación Provincial de Alicante la que ha empezado unos cursos gratuitos de inglés. Es la primera piedra. La segunda, la de la voluntad, la tienen que poner los ingleses. Esperaremos noticias, y deseamos que sean buenas.

sábado, 27 de agosto de 2011

¡Qué bueno el regaliz!

Fue ayer por la tarde, viendo ese entretenidísimo programa de Antena 3 «¡Ahora caigo!», presentado por Arturo Valls. Para el que no conozca la dinámica del concurso, unos pequeños apuntes: un concursante principal se coloca en el centro del plató rodeado de diez participantes, a los que irá retando en una serie de preguntas hasta que alguno de los dos falle. Entonces se abren las compuertas sobre las que están colocados y los concursantes, literalmente, caen al vacío. He oído que la caída es de tres metros, así que más vale saberse la respuesta...

Para ayudar un poco, la solución viene marcada en la pantalla por espacios en blanco y algunas letras están visibles, con lo que el concurso (al menos, desde casa, tumbado en el sofá y con el aire acondicionado puesto) es relativamente sencillo, a no ser que la respuesta sea muy enrevesada o el participante se quede en blanco.

En el programa de ayer, la pregunta era algo como «Golosina que también fue un grupo infantil de los 80». La respuesta era «regaliz». Dicho sea de paso, yo no conocía ese grupo de música. Me quedé en Parchís, Bom Bom Chip y Enrique y Ana. Regaliz se me pasó... El caso es que el presentador dijo «qué buena está la regaliz». Y mi novia, que veía el programa conmigo, me preguntó si no era en realidad el regaliz. Lo que tiene salir con un filólogo...

Por supuesto, respondí. Un error frecuente. Incluso, he llegado a escuchar personas que lo llaman «regalicia», posiblemente debido al influjo de la voz catalana «regalèssia». En cualquier caso, el Diccionario panhispánico de dudas lo deja bien claro:


De ese influjo de otras lenguas viene el despiste del presentador Arturo Valls. Él, como valenciano que es, está inmerso en el bilingüismo de la Comunitat Valenciana, aunque otro asunto sería debatir si existe realmente el bilingüismo en esta tierra...

Vayamos ahora al DRAE, en su 22ª edición:

Como bien nos informaba el Panhispánico de dudas, la forma original latina (de donde derivó al castellano antiguo y finalmente al español) era femenina, y es interesante observar que en el griego primitivo la etimología de la palabra venía a significar «raíz dulce». También nos explica el Panhispánico (recuerden que ambas obras se pueden consultar digitalmente a través de la página web de la Real Academia Española) que esa -a de regaliza se perdió en la Edad Media, debido al influjo del árabe, un pueblo (con su lengua, su cultura y sus costumbres) que ya estaba plenamente instalado en la península ibérica, debido al «sinónimo de origen árabe orozuz».

De hecho, orozuz es la primera acepción de regaliz.


La planta, muy común en nuestro país y en Oriente Próximo, recibe muchos nombres, además de regaliz: agarradera, alcazul, alcarzuz, alfendol, findoz, la muy curiosa chocolate del moro, orojué, paliduz, palo dulce, etc. Su nombre científico es Glycyrrhiza glabra; la primera parte del término ya está explicado en el DRAE y, respecto a la segunda, únicamente señalar que glabra se refiere a la ausencia de pilosidad.


Otra curiosidad de esta planta es que tiene hojas imparipinnadas; esto es, que cada hoja está dividida en varios pares de foliolos (o pinnas), excepto en el ápice, donde solo tiene uno.

De los rizomas de esta planta se extrae el regaliz, hirviéndolos con agua para sacarles el jugo y preparar esta golosina tan popular, acompañante eterna de todas las infancias a lo largo de muchísimos años.

A mí me gustaba más el regaliz de color rojo

También eterna (o casi) es la compañía de otro producto que se comercializa desde hace más de cien años y cuyo ingrediente principal es el regaliz: las Pastillas Juanola.


El origen de estas «pastillas» hay que buscarlo en 1906, cuando el farmacéutico Manuel Juanola Reixach empieza a comercializarlas en su farmacia del barcelonés barrio de Gràcia a partir de una fórmula que él mismo había creado y que ayudada a «aclarar la tos y refrescar la boca». Dicha fórmula, que incluye regaliz, mentol, eucalipto y aceites esenciales, sigue intacta después de más de cien años, y hay que reconocer que las Pastillas Juanola son un producto que ya forma parte del imaginario cultural de nuestro país.

Además, gracias al hecho de que solo se venden en farmacias (desde 1998, el producto depende del grupo italiano Angelini Farmacéutica S.A.), quizá exista una creencia generalizada de que son algo más que un simple caramelo de menta (o de regaliz, que también los hay), el mejor paliativo contra la ronquera o el mal aliento, sin llegar a ser un medicamento, y encima desarrollado a partir de ingredientes naturales.

No obstante, la pregunta del programa «¡Ahora caigo!» tenía relación con el grupo musical Regaliz, que debutó en mayo de 1980 y que, como cualquier otro grupo musical infantil, tuvo una trayectoria efímera: tan solo tres años. Eso sí, durante ese corto espacio de tiempo, su discografía se encargó de que publicaran cinco álbumes de estudio y protagonizaran dos películas, La rebelión de los pájaros (en 1981) y Buenas noches, señor monstruo (de 1982), esta última dirigida por Antonio Mercero, que venía de rodar la archiconocida serie de televisión Verano azul. A continuación les dejo un tema interpretado por Regaliz, un clásico rock'n'roll.



Sea como fuere, en caramelos, pastillas, tiras, barritas..., o directamente de la raíz, y hasta como nombre de un grupo infantil de música, ¡qué rico está el regaliz!

viernes, 12 de agosto de 2011

Superhéroes en la gran pantalla: ¿demanda o falta de ideas? (I)

El último en llegar, aunque no se trate de un superhéroe al uso, será Tintín. Lo hará en octubre de este año, de la mano de Peter Jackson y Steven Spielberg y mediante la técnica de motion capture, por la que primero se captan los movimientos de actores reales y luego se usa esa información para traspasarla a modelos digitales.



Tintín y el Secreto del Unicornio vendrá a poner de manifiesto -de nuevo- que la falta total de ideas originales se ha adueñado de Hollywood por completo, aunque sin olvidar (algo que tienen muy patente los productores) que el éxito de un cómic es la clave para llenar las salas. Y la serie de Tintín, con más de 200 millones de libros vendidos y traducida a más de 60 idiomas, tiene tirón, sin duda, tirón que se trasladará  seguramente a las salas, volviendo a hacer realidad esa máxima conocida de que «todo lo que toca Spielberg lo convierte en oro».

No hay que olvidar que existe toda una generación de jóvenes que heredaron las historias de Tintín de sus hermanos mayores o de sus padres (yo incluido) que iremos a ver la película de Tintín. Por supuesto. Pero ¿será lo mismo? Creo que en este caso, diferente al de cualquier superhéroe «normal y corriente», el fiasco puede ser mayor, pues la estética del cómic original (viendo el tráiler) se ha perdido por completo. Sin embargo, tampoco hay que olvidar que el propio dibujante, Georges Prosper Remi (más conocido por su seudónimo artístico, Hergé), entabló conversaciones con Spielberg en 1982, un año antes de morir, y el entusiasmo fue mutuo: Hergé por el director norteamericano y este hacia el dibujante belga, cuya creación fue la inspiración para el nacimiento del personaje de Indiana Jones.

Pero no adelantemos acontecimientos.

Hagamos, sin embargo, un repaso, si no a todas, sí al menos a las más representativas versiones cinematográficas de los héroes clásicos y modernos del cómic.

Superman se publicó por primera vez en junio de 1938. Pocos años después ya habían aparecido un par de series animadas, seriales para cine o radio, además de que en un corto espacio de tiempo, Superman se había convertido en un elemento primordial de la cultura popular de Estados Unidos. Así, la primera versión cinematográfica llegó en 1952, de tan solo una hora de duración, que en realidad se trataba del capítulo piloto para una serie (Aventuras de Superman) protagonizada por George Reeves en el papel principal, serie que estaba patrocinada por la marca de cereales Kellogg’s y que presentaba unos efectos visuales muy avanzados para la época. La serie duró seis temporadas (las dos primeras en blanco y negro, y las cuatro siguientes en color), hasta 1958. Un año después, el actor acercaba una pistola a su cabeza y apretaba el gatillo.

La época dorada de Superman llegó a partir de los años setenta. En 1978 se estrenó la película, Superman, la que podríamos considerar como realmente la primera versión para cine, dirigida por Richard Donner (La profecía, Arma letal 4, etc.). Christopher Reeve hacía el papel principal (un papel que le perseguiría durante toda su trayectoria), acompañado por Margot Kidder, Marlon Brando y Gene Jackman.

Todos esos niños nacidos en los ochenta (yo incluido, de nuevo) crecimos bajo la estela del Hombre de Acero, con trajes en miniatura que vestíamos en Carnaval y esa respuesta que dábamos cuando nos preguntaban qué queríamos ser de mayores. Estaba claro: «Superman».

Hasta que descubrimos, gracias al cine, que había otros superhéroes aún mejores, personajes que no venían de otros planetas para salvar el nuestro sino que querían salvar el mundo para salvarse ellos mismos.

El guión de esta primera gran producción de cine sobre Superman corrió a cargo de Mario Puzo (autor de la novela El Padrino y de los guiones de la trilogía para cine que rodó Francis Ford Coppola) y la música, reconocidísima, fue firmada por el compositor John Williams.


Dos años después, en 1980, aprovechando el tirón, llegaría Superman II, con los mismos protagonistas, dirigidos esta vez por Richard Lester (quien también firmaría la tercera entrega o Help!, la película que protagonizarían The Beatles) y con guión también de Mario Puzo, quien ya no participó en la tercera.

En 1983 se produjo la clásica caída de las terceras partes y Superman III fue todo un fracaso, lo que provocó que una supuesta cuarta entrega tardara más tiempo en planearse. El propio Christopher Reeve impulsó su rodaje, y en 1987 se estrenó Superman IV: la búsqueda por la paz. Luego vino lo que todos ya saben: su accidente de caballo en 1995, su tetraplejía y, finalmente, en 2004, su muerte.

Tras muchos intentos de sacar a la luz de nuevo la historia del superhéroe de Krypton creada en 1938 por Jerry Siegel y Joe Shuster, parecía que la gran pantalla se resistía. Sí existieron algunas versiones para televisión, como la de Lois y Clark (cuatro temporadas, entre 1993 y 1997) o Smallville (que, tras diez temporadas, finalizó en mayo de 2011). Pero no fue hasta 2006 cuando se estrenó Superman Returns, dirigida, coproducida y con guión de Bryan Singer (director de las dos primeras partes de X-Men), con Brandon Routh en el papel principal, Kate Bosworth como Lois Lane y Kevin Spacey como Lex Luthor. Además aparecía el actor Marlon Brando (fallecido en 2004), mediante imágenes de archivo.

Brandon Routh caracterizado como Superman

La historia de Superman Returns continuaba a la clásica Superman II, con lo que se obviaban (afortunadamente) las historias de Superman III y IV. Actualmente, en agosto de 2011, se está rodando la que será la última versión cinematográfica del superhéroe: Superman: el hombre de acero (con idea de estrenarse antes del verano de 2013) con Henry Cavill como actor protagonista y Amy Adams como Lois, película que lleva la firma de los creadores de la última saga de Batman: el guionista David S. Goyer y el productor esta vez pero director de El caballero oscuro, Christopher Nolan.



Quizá los creadores de esa nueva estética oscura del superhéroe de Gotham City le devuelvan la fama, a base de trajes más ceñidos y musculados, a Superman.

De hecho es Batman el otro superhéroe clásico que más veces se ha llevado al cine. Nacido al año siguiente que Superman de la mano de Bob Kane, se publicó por primera vez en mayo de 1939. Poco después, en 1943, Lewis Wilson se convertiría en el primer actor que interpretaba a Batman en la pantalla, en una serie de trece capítulos para la televisión.
También para la pequeña pantalla nació la exitosa serie Batman (exhibida de 1966 a 1968), con Adam West en el papel del filántropo millonario Bruce Wayne que se viste de Batman para combatir el mal que azota la gran ciudad de Gotham. De esta serie, además de ese Batman entrado en carnes, reconocemos esa estética pop, las peleas surrealistas que tenían lugar y, ante todo, el tema principal, compuesto por Neal Hefti.




Después de pasar por algunas series de animación, Batman fue cayendo poco a poco en el olvido, hasta que en 1986 el dibujante Frank Miller (autor de Sin City o 300) publicó la novela gráfica El regreso del Caballero Oscuro y, poco después, Batman: año uno. En estas historias, Batman recupera el carácter de serie negra que su creador le había otorgado.

Debido al éxito  de esos cómics y a que la batmanía volvía a brotar (además, había que aprovechar el tirón de las versiones de Superman), Tim Burton dirigió en 1989 la primera adaptación cinematográfica de Batman. El papel principal fue para Michael Keaton, con un Jack Nicholson fantástico en el papel del Joker y Kim Basinger como la periodista Vicki Vale.

La banda sonora corría a cargo del colaborador habitual de Burton, Danny Elfman.



La película fue todo un éxito, lo que propició su secuela, Batman vuelve, en 1992, también dirigida por Tim Burton, y también con Michael Keaton en el papel de Bruce Wayne/Batman. Aparecían Danny DeVito en el inolvidable papel de El Pingüino y Michelle Pfeiffer como Catwoman.


De nuevo, el film fue un éxito, pero los productores consideraron que la película era demasiado oscura y que había que recuperar al público infantil (los que, para qué engañarnos, son los que llevan a sus padres al cine), así que decidieron cambiar al director.
La tercera entrega del superhéroe de Gotham City, Batman forever, fue dirigida por Joel Schumacher y se estrenó en 1995. Tim Burton era el productor, de acuerdo, pero no tuvo ninguna capacidad de decisión. Val Kilmer dio vida a Batman, Chris O’Donnell a Robin, con Tommy Lee Jones y Jim Carrey en los papeles de Dos Caras y Enigma, respectivamente.


Un elenco de caras conocidas (como Nicole Kidman o Drew Barrymore) completaba el reparto, pero la película, a pesar del éxito comercial, comenzó ese descenso que también se pudo ver en Superman III y que tuvo una desastrosa continuación con Batman y Robin (1997), una de las peores adaptaciones de películas de superhéroes que se han podido ver en la Historia del Cine.

De nuevo fue Joel Schumacher el director, esta vez con George Clooney en el papel principal y Chris O’Donnell repitiendo como Robin. Además se contaba con Alicia Silverstone como Batgirl, Arnold Schwarzenegger como Mr. Freezer (en uno de sus peores papeles) y Uma Thurman como Hiedra Venenosa. La película fue un fracaso como guión e interpretación, un fracaso en taquilla y, lo peor, un fracaso como adaptación de un cómic de gran calidad como es Batman. Todos recordamos el horrible traje de Batman con pezones dorados. Schumacher dirigiría después 8mm o El número 23, de mayor calidad, quizá para sacarse la espinita de su mediocre paso por la serie Batman.
Todo hacía ver que Batman no podría volver a la gran pantalla, y el único éxito que cosechaba en la televisión, con series de dibujos animados o películas animadas que reforzaban la idea de un Batman de serie negra, que intenta ocultar el cruel pasado y la muerte de sus padres poniendo todos sus medios al servicio del bien.

Hasta que llegó el director inglés Christopher Nolan (responsable de las geniales Memento u Origen), quien pareció entender la idea primigenia del cómic y se puso manos a la obra para contar la historia de Batman desde el principio.

Así nació Batman Begins, estrenada en 2005, con guión de David S. Goyer y excepcional música de los compositores Hans Zimmer y James Newton Howard.



El papel principal era para Christian Bale, que venía de hacer la fantástica El maquinista, y además también aparecían Michael Caine como Alfred, y otros actores reconocidos como Liam Neeson, Katie Holmes, Gary Oldman, Morgan Freeman y Rutger Hauer (el inolvidable líder de los replicantes de Blade Runner).

Christian Bale es el último Batman

Batman Begins fue un éxito de crítica y público y tuvo su continuación en 2008 con El caballero oscuro, de nuevo dirigida por Nolan (quien también coescribía el guión) y también protagonizada por Christian Bale. En esta nueva entrega hacía aparición el principal enemigo de Batman, Joker, genialmente interpretado por el malogrado Heath Ledger, que obtuvo el Óscar a título póstumo por su actuación.


De nuevo, éxito de crítica y público (excelentes los primeros cinco minutos que marcan un tono y una tensión que nunca se pierden y que culmina con un espléndido final), y récord de recaudación. Con ello se aseguraba una tercera entrega, última de la trilogía de Christopher Nolan: Batman. El Caballero Oscuro renace comenzó a rodarse en mayo de este mismo año y se estrenará en julio de 2012.
Estos dos superhéroes (el extraterrestre Superman y el millonario Batman), como se puede ver, han dado para mucho después de más ochenta años de historia. A partir de sus cómics se han hecho seriales para radio, series de televisión, series o películas animadas, películas de grandes presupuestos y, por último, videojuegos, además de toda una lista interminable de productos merchandising. El tirón y las posibilidades son inmensas, y únicamente cuando hablamos de estos dos superhéroes de la factoría DC.

En futuras entradas hablaremos de otros superhéroes llevados a la gran pantalla, con mejor o peor fortuna, adaptaciones cinematográficas que en los últimos tiempos vienen siendo demasiado habituales, demostrando esa falta de ideas originales (a pesar de que los guiones no sean en algunas ocasiones del todo desdeñables) que inunda en la actualidad la industria de Hollywood.

viernes, 5 de agosto de 2011

Rosencrantz y Guildenstern han muerto

William Shakespeare compuso Hamlet entre 1599 y 1601, aunque, como suele suceder en esta época y sobre todo con el género dramático, la fecha exacta de composición es difícil de delimitar. En todo caso, y como asegura José María Valverde en la introducción a la obra en la edición de Planeta de 1999,
es en 1602 cuando se registra y cuando consta que se representa en más de una ocasión; entre las posteriores representaciones, aparte de una triunfal gira por provincias, con ocasión de una peste en Londres (1603), destaca la noticia de una puesta en escena a bordo de un barco rumbo a la India, en 1607.
En 1603 se publica la obra, algo no demasiado frecuente entre las piezas shakesperianas, lo que sin duda evidencia el éxito que tuvo, éxito no secundado por todos (sin ir más lejos, T.S. Elliot la consideró un «fracaso artístico»). Y es que, a pesar de que Hamlet no sea una de las mejores obras del autor inglés, sin duda alguna es (junto a Romeo y Julieta, El sueño de una noche de verano o Mucho ruido y pocas nueces) una de las más célebres y representadas. Así, el famoso monólogo del tercer acto, escena primera, es quizá una de las líneas dramáticas mejor conocidas del teatro universal: «Ser, o no ser; esta es la cuestión».

El argumento de la obra es sencillo: el Rey Hamlet de Dinamarca, aparecido en forma de espectro tras su muerte, le dice a su hijo Hamlet que fue asesinado por su hermano Claudio para usurparle el poder. En efecto, Claudio es ahora el nuevo Rey, tío-padrastro de Hamlet al casarse con la madre de este, la Reina Gertrudis. Movido por la venganza que le infunde el espectro de su padre asesinado, Hamlet trama un plan en el que, fingiendo su propia locura, tratará de que su tío pague con su sangre el fratricidio del legítimo Rey.

En el segundo acto, llamados por el Rey Claudio y la Reina Gertrudis, aparecen dos personajes secundarios: Rosencrantz y Guildenstern, quienes son presentados como amigos de la infancia de Hamlet. Estos dos singulares personajes tienen la difícil misión de descubrir qué aflige al príncipe, pero este, que algo sospecha, no se deja sorprender e inicia una serie de juegos dialécticos cada vez que entabla conversación con ellos.

Molesto el nuevo Rey por una puesta en escena de unos cómicos llegados a la corte en la que se muestra cómo fue asesinado el padre de Hamlet, aquel manda a Inglaterra a su sobrino-hijo, con la misiva de que al llegar sea ajusticiado. Hamlet descubre la estratagema de su tío-padre y cambia la carta por otra en la que los que tienen que morir son los portadores de la misma, Rosencrantz y Guildenstern, para así poder volver a la corte de Dinamarca y ejecutar la venganza.

Una venganza que acaba en un baño de sangre general.

Simba, Pumba y Timón, o Hamlet,
Rosencrantz y Guildenstern
Muchísimas han sido las adaptaciones de Hamlet, tanto en versiones teatrales (más o menos contemporáneas o fieles al texto o a la época original del texto), como en cinematográficas y televisivas (donde sí ha existido una mayor actualización del tiempo del texto, dejando en algunos casos el lenguaje shakesperiano del original y en otras modernizándolo). Incluso, existe una nueva revisión de la obra en dibujos animados, en la conocida película de Disney El Rey león, y una versión de Hamlet en uno de los capítulos de la serie Los Simpsons (aunque en inglés se puede ver ese fragmento en Youtube).

Pero sin duda, una de las más curiosas (y extraordinarias) es la pieza teatral de Tom Stoppard titulada Rosencrantz y Guildenstern han muerto, frase textual de la obra de Shakespeare, ya al final de la misma, en boca del personaje del Embajador Primero.

La obra de teatro de Stoppard, una muestra perfecta de teatro dentro del teatro, o metateatro, con esa confusión latente entre realidad y ficción, se centra en estos dos personajes secundarios, pero importantísimos para la trama, de Hamlet, iniciándose con su llegada a la corte. La obra es un drama cómico plagado de juegos de palabras y debates filosóficos acerca de la esencia del ser y los problemas de identidad. Aquí les dejo un fragmento, dividido en cuatro vídeos, de la pieza, en un montaje de Agustín Meza para el teatro de la UDLA, la Universidad de Las Américas, en Chile.









Veintitrés años después del estreno, el mismo Stoppard dirigió (y escribió el guión, enriqueciendo su pieza teatral) la versión cinematográfica, con Gary Oldman y Tim Roth en los roles de Rosencrantz y Guildenstern, respectivamente (¿o quizá no...?).

Pero esta película, así como la pieza teatral (pocas veces representada en España), ha pasado desapercibida durante estos veinte años, encontrándose actualmente descatalogada, como descatalogado se encuentra el libro en español con el original en teatro. Otros guiones de Tom Stoppard son más conocidos; sin ir más lejos, el oscarizado Shakespeare in love. Y, al menos para mí, la calidad de una y otra película no han hecho merecer el diferente destino de las cintas.

Sea como fuere, Rosencrantz y Guildenstern han muerto es una de esas películas pequeñas, no comerciales, protagonizadas por grandes actores, que complementan a Shakespeare y acercan al público la figura literaria de Hamlet. Entremezclando pasajes de la pieza original con textos de Stoppard, la película construye el paso por la corte danesa de estos amigos del joven príncipe, basándose, en primer lugar, en esa crisis de identidad que rodea toda la obra y, en segundo lugar, en esos juegos de palabras y de pregunta-respuesta con los que uno y otro, Rosencrantz y Guildenstern, Guildenstern y Rosencrantz, o los dos con Hamlet, intentan sonsacarse información y descubrir algo más de sus personalidades.

Una de esas películas tan difíciles de ver, porque nunca se reponen en televisión, quizá porque no estamos acostumbrados a asistir a esa profunda carga filosófica y literaria. Yo tengo la suerte de tenerla en casa, en VHS, de una colección de obras de William Shakespeare que venía acompañada de una de sus mejores versiones cinematográficas. La suerte fue que en la entrega de Hamlet, en lugar de recurrir a cualquiera de las numerosas versiones para cine, los editores de la colección entregaran la película de Stoppard. Ahora, gracias a las nuevas tecnologías, he logrado pasar ese VHS a un DVD, con lo que he podido revisionar el film, un film que nunca se olvida tras su primer visionado, un film que, si me lo permiten, les recomiendo ver encarecidamente.