sábado, 17 de septiembre de 2011

Bloguero, retuit, feisbuquear: neologismos en la Red

Un neologismo es, como ya dice la etimología del término (neo, nuevo; logos, palabra), una voz de una lengua que es adoptada por otra lengua dada la imposibilidad o dificultad de encontrar un término propio. Del inglés proceden casi la totalidad de términos informáticos. Algunos, como pueda ser netbook, e-book o tablet van sustituyéndose por palabras nuevas creadas mediante sistemas propios (la prefijación en el caso de miniportátil para netbook), locuciones nominales (como en el calco libro electrónico, de electronic book, para e-book) o españolización, como tableta (aquí la RAE ya se ha pronunciado a favor de la adaptación cuando hablamos de ordenadores portátiles con tecnología táctil). Esto es, aún se puede oír y es perfectamente correcto escribir (en cursiva o entre comillas) los términos en el original inglés, si bien se recomienda emplear la adaptación española. De hecho, la misma palabra web es un neologismo, que la Academia trata de regularizar. El Panhispánico de dudas señala:
web. 1. Voz tomada del inglés web (‘red, malla’; pron. [guéb]), que se usa en español con los sentidos siguientes:
a) Como sustantivo femenino, escrito con mayúscula inicial, designa, por abreviación de la expresión inglesa World Wide Web, el servicio de Internet que permite acceder a la información que ofrece esta red mundial de comunicaciones: «La Web constituye el mercado más grande del mundo» (NProvincia [Arg.] 18.2.97). Con este sentido es preferible usar la palabra española Red, con mayúscula inicial por tratarse de una antonomasia: «En la Red es fácil buscar, lo difícil es encontrar» (Mundo [Esp.] 6.7.97)
b) Como adjetivo significa ‘de la Red o de Internet’. Se usa normalmente en la expresión página web, que significa ‘documento de la Red, al que se accede mediante enlaces de hipertexto’: «Otra página web servirá para cursar pedidos por correo electrónico» (Mundo [Esp.] 30.3.97); y, más frecuentemente, ‘conjunto de páginas conexas pertenecientes a una entidad o referidas a un mismo tema, al que se accede mediante una dirección electrónica’: «El Colegio Oficial de Médicos de Barcelona ha inaugurado recientemente una página web para facilitar el acceso directo a las fuentes de información» (Mundo [Esp.] 11.5.97). Pueden emplearse en su lugar, y son más recomendables, las denominaciones página electrónica y ciberpágina: «Cancún [...] contará con su propia página electrónica» (DYucatán [Méx.] 1.9.96); «La ciberpágina ha sido diseñada [...] con asesoramiento técnico especializado» (NEspaña@ [Esp.] 10.12.01). Para el último sentido indicado, se emplea también la expresión sitio web, traducción del inglés web site: «En el sitio web del Frente Atlético se encuentran las letras de las canciones» (Mundo [Esp.] 18.5.97). Se recomienda emplear, en su lugar, las expresiones sitio electrónico o cibersitio; también, si se refiere a una empresa o institución, sede electrónica o cibersede. Cuando este adjetivo se sustantiva, puede usarse en ambos géneros; en femenino (la web), si se sobrentiende el sustantivo femenino página: «Podemos visitar la web del Gobierno de Navarra» (DNavarra [Esp.] 5.5.99); en masculino (el web), si se sobrentiende el sustantivo masculino sitio: «La dirección de Skinemedia, el web de Vail Reese, es: http://www.skinema.com/» (Mundo [Esp.] 15.5.97).
El título de esta entrada vendría a reseñarse en la primera acepción.

Otros neologismos, como chat, ya están plenamente integrados. Y así lo expresa también el Diccionario panhispánico de dudas.
chat. Voz tomada del inglés chat (‘charla’), que significa ‘conversación entre personas conectadas a Internet, mediante el intercambio de mensajes electrónicos’ y, más frecuentemente, ‘servicio que permite mantener este tipo de conversación’. Es voz masculina y su plural es chats: «Los españoles se conectan a los chats una media de 6,3 días al mes» (Teknokultura [P. Rico] 8.01). Es anglicismo asentado y admisible, aunque se han propuesto sustitutos como cibercharla o ciberplática. Está igualmente asentado el uso del verbo derivado chatear, ‘mantener una conversación mediante el intercambio de mensajes electrónicos’.
Como dice el diccionario, de chat se ha derivado el verbo chatear, la acción chateo, etc. Una palabra plenamente incorporada a nuestra lengua, con un cortísimo recorrido: solo ha aparecido en el Diccionario panhispánico de dudas, aunque es muy probable que ya aparezca en la próxima edición del DRAE, prevista para 2013, conmemorando el tercer centenario de la Academia de la Lengua.

Y es que la Real Academia espera un mínimo de cinco años antes de incorporar una palabra al Diccionario. Hay muchos neologismos que ni siquiera entran debido a que realmente se trata de modas pasajeras, como pueda ser las palabra fistro, que aunque reconocida actualmente (no sé hasta qué punto) no deja de ser representativa de una época ya pasada. Es posible, incluso, que los nuevos hablantes del español (o aquellos que no hayan nacido en España) desconozcan su origen, en qué contexto usarlo y qué significa.

No sucede lo mismo con otros neologismos, llegados a nuestra lengua a través de la informática o la tecnología y, más en concreto, de las redes sociales. Igualmente, la RAE esperará algún tiempo antes de incorporar este tipo de palabras, ya que estas plataformas apenas tienen cinco o seis años de vida (la versión española de Facebook llegó en 2007, y la de Twitter en 2009). Sin embargo, han crecido muchísimo en número de usuarios y, por tanto, también han nacido palabras relacionadas con esas redes.

Por lo que respecta a la red social de microblogging, Twitter, la Fundación del Español Urgente recomienda adaptar la pronunciación a una grafía española. Y así nacerían palabras como tuitear, retuitear, tuit, tuitero, etc. Aunque seguiríamos escribiendo Twitter para referirnos al nombre de la red, ya que al ser marca registrada no podemos españolizarla. Aun así, a veces yo mismo he escrito Tuiter, adaptando la pronunciación al español, tal vez emulando la famosa anécdota de Miguel de Unamuno.

Asimismo, esta red social ha extendido el uso de otros extranjerismos, como trending topic, follower, hashtag… Veamos qué nos dice la Fundeu sobre esto:
En los medios de comunicación se emplea cada vez con más frecuencia la voz inglesa trending topic para referirse a las tendencias o a los temas del momento: «España no es el único país en el que la banda terrorista ETA se ha convertido en trending topic», «Operación Triunfo se cuela en los trending topic mundiales».
Sin embargo, se trata de un término inglés, propio de la red social Twitter, que debe escribirse en cursiva o entrecomillando, aunque es preferible utilizar en su lugar alternativas españolas como temas del momento, traducción de Twitter en su versión en español, tendencias, temas destacados o temas de moda.
Así, en los ejemplos anteriores hubiera sido más adecuado escribir: «España no es el único país en el que la banda terrorista ETA se ha convertido en el tema del momento», «Operación Triunfo se cuela en las tendencias mundiales».
Siguiendo esto, en lugar de follower tendríamos que emplear seguidor (de hecho, creo que esto ya es así) y en lugar de hashtag, etiqueta.

Más antiguos son los blogs. De mediados de los noventa, fueron (y lo siguen siendo) muy populares a partir de los primeros 2000. El término viene del inglés weblog y se considera acuñado por John Barger, el 17 de diciembre de 1997. La forma corta, blog, fue usada por vez primera por Peter Merholz, ya en 1999. No hace falta decir que recibe el nombre de blog aquellas páginas de Internet donde uno o varios autores escriben artículos o vivencias a modo de diario, apareciendo en primer lugar las más recientes, y ordenándose por fechas a las que poder acceder fácilmente o mediante «etiquetas», palabras clave por las que también podemos buscar entradas de ese blog.

Sin ir más lejos, esto que ustedes están leyendo es un blog.

Hay tantos estilos de blog como usuarios (blogueros); y así podemos encontrar blogs que son simplemente diarios personales (más o menos públicos), otros que mantienen una misma temática u otros que, firmados o escritos por varias personas, son ideas echadas al viento. A lo largo de todos estos años, los blogs se han ido extendiendo mucho y su diseño ha ido mejorando, facilitando, entre otras cosas, la interconexión con otras redes sociales, la posibilidad de «colgar» vídeos o música, hacer comentarios a las entradas para una mejor comunicación entre bloguero y lector, etc.

Esta palabra (blog) ha sido introducida en el Diccionario panhispánico de dudas, pero dirigiéndonos a bitácora, ya que el estilo de escritura de un blog puede tener semejanza con esos cuadernos en los que se apuntan sucesos diversos de la navegación. Así lo define el Diccionario, editado en 2005:
bitácora. ‘Armario, junto al timón, donde está la brújula’. Se emplea a menudo en la locución cuaderno de bitácora, ‘libro en que se apunta el rumbo, la velocidad, las maniobras y demás accidentes de la navegación’. A partir de esta expresión, se ha tomado la voz bitácora para traducir el término inglés weblog (de web + log (book); abreviado, blog), que significa ‘sitio electrónico personal, actualizado con mucha frecuencia, donde alguien escribe a modo de diario o sobre temas que despiertan su interés, y donde quedan recopilados asimismo los comentarios que esos textos suscitan en sus lectores’. La equivalencia (cuaderno de) bitácora se halla bastante difundida en español y traduce con precisión el término inglés log(book): «Los corresponsales de guerra italianos ofrecen nuevas perspectivas del conflicto iraquí a través de sus cuadernos de bitácora en Internet» (País [Esp.] 2.9.04); «No es cosa de broma esto de las bitácoras, como también se conoce a tales webs» (Luna [Esp.] 14.3.03). Para hacer más explícita su vinculación con Internet (como hace el inglés weblog), podría usarse el término ciberbitácora o, como ya hacen algunos, ciberdiario: «Como en otras ocasiones, no le quedó otra opción que publicar el hallazgo en su ciberdiario» (Mundo@ [Esp.] 25.4.02); no obstante, este último término tiene el inconveniente de que también se emplea como equivalente de periódico digital.
Personalmente, y dado que la palabra bloguero (escritor de un blog) está muy extendida en la actualidad, no veo la problemática de referirnos a este tipo de páginas como blogs. No tiene una ortografía complicada ni tampoco una pronunciación extraña para que un hispanohablante la pueda escribir y decir correctamente. De hecho, hay otras muchas palabras terminadas en -g en nuestra lengua, como bulldog, grog, gong, iceberg, zigzag, gag…, olvidándome de otras, como boomerang o camping en las que ya se recomienda una grafía españolizada. En el primer caso, búmeran (pronunciación en Argentina, México o Ecuador, cuyo plural, como ya dijimos, no varía al ser esdrújula: los búmeran) o bumerán (como se pronuncia en España y otras partes de América, con su plural en bumeranes); y en el segundo caso, campin, voz que propone el Diccionario panhispánico de dudas, con plural en cámpines, distinguiéndola de campamento, que se especifica para acampadas militares, juveniles o en aquellos lugares donde no haya infraestructura previa.
campin. Adaptación gráfica propuesta para la voz inglesa camping, ‘zona acotada en que está permitido acampar y que cuenta con diversas instalaciones y servicios’ y ‘actividad que consiste en acampar en este tipo de lugares’. Su plural debe ser cámpines. La voz campin se considera un anglicismo lícito, ya que el término español campamento, que podría funcionar como equivalente, se usa para referirse más específicamente al militar, al juvenil o al montado por cualquier persona o grupo de personas en lugar despoblado, sin infraestructura previa. Para referirse a la actividad, existe el equivalente español campismo: «Quienes decidan alargar su estancia en el país podrán disfrutar [...] de una de las opciones más naturales y atractivas: el campismo» (Granma [Cuba] 5.97); aunque es un término más genérico que campin, pues puede referirse también a la acampada libre. El adjetivo o sustantivo derivado es campista: «La temporada campista acostumbra a inaugurarse [...] por Semana Santa» (Vanguardia [Esp.] 27.3.94); «Duchas: Una por cada 60 campistas» (Ruiz Acampar [Esp. 1993]).
Todos esos plurales de palabras terminadas en -g, según la norma, hacen el plural en -s. Y así tendremos bulldogs, gongs, grogs, icebergs, zigzags, gags y blogs. No hay razón, pues, para que blog, voz que está plenamente instalada en nuestra lengua, sea sustituido por bitácora.

La lengua evoluciona. En un mundo globalizado donde los neologismos fluyen a golpe de clic, es lógico y normal que nuevas palabras surjan en nuestro idioma. Hemos de aceptarlas, españolizando o adaptando su pronunciación hasta donde podamos (caso de tuitear, tuitero o bloguero del inglés blogger), incorporando nuevas voces como traducción del original (temas destacados o tendencias para trending topic, o etiquetas para hashtag) y, por qué no, aceptando algunos extranjerismos que ya están incorporados en la lengua hablada y escrita (como pueda ser blog, ¿o es que acaso chat no es un extranjerismo?).

De ese modo, quizá dentro de poco, la RAE o la Fundeu acepten el neologismo feisbuquear (cuando alguien utiliza la red social Facebook), palabra que está siendo utilizada por los hablantes de español.

sábado, 10 de septiembre de 2011

No era Rebeca, pero vestía una rebeca

Tengo dos ediciones de la novela Rebeca, publicada por Daphne du Maurier en 1938: la versión original inglesa, en una edición de febrero de 1971 de Avon Books (Nueva York) y la traducción que Fernando Calleja hizo, también ese año, para la editorial barcelonesa Plaza & Janés, en reimpresión de marzo de 1999.
Un gran libro. La primera frase («Anoche soñé que había vuelto a Manderley») es sublime, evocadora, principio de un párrafo mágico y un capítulo introductorio que, a pesar de la ensoñación, nos mete perfectamente en la trama de la obra.

Así comienza también la adaptación cinematográfica que Alfred Hitchcock dirigió en 1940, con Laurence Olivier en el papel de Maxim de Winter y Joan Fontaine en el de la joven tímida y encantadora que habría de convertirse en la siguiente señora de Winter, después de que la primera (la Rebeca del título) muriera.



En el libro, y también en la película, nunca conocemos el verdadero nombre de la protagonista. De hecho es ella, la narradora, la que en su obsesión por querer adaptarse a esa nueva vida en la mansión Manderley, en su deseo de caerle bien a la siniestra ama de llaves señora Danvers (magistral Judith Anderson), va obligando al lector a identificarla con la desaparecida Rebeca de Winter.

Alfred Hithcock hizo una versión muy digna de la novela de du Maurier, película que fue nominada a once premios Óscar (entre ellos, los de mejor director, mejor actor y actriz principales, mejor actriz de reparto, mejor guión adaptado y mejor banda sonora original), consiguiendo finalmente dos: mejor película y mejor fotografía en blanco y negro. Sobre esto hay que decir que en aquella ceremonia de entrega de los Óscar, celebrada la noche del 27 de febrero de 1941, se presentaban, entre otras obras maestras del cine americano, las películas El ladrón de Bagdad, El gran dictador, Pinocho, Las uvas de la ira o Historias de Filadelfia... Como se puede ver, difícil decidirse.

La palabra rebeca referida a una prenda de vestir comenzó a ser utilizada a raíz del estreno, y gran éxito, de la película en España, ya que la protagonista femenina, Joan Fontaine, usaba ese tipo de jersey con botones en la parte delantera.




La RAE esperó más de cuarenta años y algunas ediciones de su Diccionario antes de incluir la palabra, por primera vez, en 1984:


Y así se ha mantenido hasta la actual edición del Diccionario, la vigésimo segunda, con la pequeña y para nada importante modificación de «exhibía prendas» por «usaba prendas».

Aquí tenemos una palabra que nos ha venido heredada del cine, con una etimología que viene del título de una película y nace de esa confusión que lector y espectador sufrimos al relacionar la fallecida Rebeca con la nueva señora de Winter.

Un sinónimo para rebeca sería cárdigan, palabra también de corto recorrido en el Diccionario de la Real Academia. Solo ha aparecido en las dos últimas ediciones. La última definición dice:




Curiosa etimología también la de esta palabra. Al igual que sándwich (voz relativamente reciente en la RAE que viene de John Montagu,1718-1792, cuarto conde de Sandwich), cárdigan también viene de un título nobiliario. En este caso, referido a James Thomas Brudenell (y no «Brunnell» como pone el DRAE), séptimo duque de Cardigan.

Sobre esta palabra, una puntualización referente al plural. No varía. Es decir, no podemos decir los cárdiganes*, los cardiganes* ni los cárdigans*. Lo correcto es los cárdigan, ya que en español no existen los sustantivos sobresdrújulos. Del mismo modo, tal y como nos indica el Diccionario panhispánico de dudas, los plurales de polisíndeton, cáterin trávelin tampoco varían. Una excepción sería el plural de hipérbaton que, siendo esdrújula, hace el plural en hipérbatos.

Y es que, en ocasiones, la etimología de nuestras palabras refleja orígenes muy distintos a los conocidos; esto es, que vengan del latín, del griego, del árabe o de otras lenguas con las que alguna vez el español haya tenido contacto.

martes, 6 de septiembre de 2011

Participios y femeninos

Hace unos días me volvió a llegar. Al principio no le di importancia: lo leí por encima un par de veces y lo borré. Otro de esos correos en cadena en contra del Gobierno socialista, pensé, este además con temática lingüística. Sin embargo, la segunda vez que me enviaron el mensaje (¿o fue la tercera?) reflexioné algo más. Se trataba de un supuesto artículo (en otras versiones del correo en cadena se trataba de una carta al director publicada en un periódico) escrito por una supuesta maestra de escuela que narraba su experiencia educativa y, de paso, intentaba «explicar» algo de Gramática Española.Veamos lo que dice ese correo electrónico.


CONTRA LA TONTUNA LINGÜÍSTICA, UN POCO DE GRAMÁTICA BIEN EXPLICADA

Yo no soy víctima de la LOGSE. Tengo 50 años y he tenido la suerte de estudiar bajo unos planes educativos buenos, que primaban el esfuerzo y la formación de los alumnos por encima de las estadísticas de aprobados y de la propaganda política. En párvulos (así se llamaba entonces lo que hoy es «educación infantil», mire usted) empecé a estudiar con una cartilla que todavía recuerdo perfectamente: la A de «araña», la E de «elefante», la I de «iglesia» la O de «ojo» y la U de «uña». Luego, cuando eras un poco más mayor, llegaba El Parvulito, un librito con poco más de 100 páginas y un montón de lecturas, no como ahora, que pagas por tres tomos llenos de dibujos que apenas traen texto. Eso sí, en El Parvulito no había que colorear ninguna página, que para eso teníamos cuadernos.
En Primaria estudiábamos Lengua Española, Matemáticas (las llamábamos «tracas» o «matracas») Ciencias Naturales, Ciencias Sociales, Plástica (dibujo y trabajos manuales), Religión y Educación Física. En 6º de Primaria, si en un examen tenías una falta de ortografía del tipo de b en vez de v o cinco faltas de acentos, te suspendían.
En Bachiller, estudié Historia de España, Latín, Literatura y Filosofía. Leí El Quijote y el Lazarillo de Tormes; leí las Coplas a la muerte de su padre de Jorge Manrique, a Garcilaso, a Góngora, a Lope de Vega o a Espronceda…
Pero, sobre todo, aprendí a hablar y a escribir con corrección. Aprendí a amar nuestra lengua, nuestra historia y nuestra cultura.
Y... vamos con la Gramática.
En castellano existen los participios activos como derivado de los tiempos verbales. El participio activo del verbo atacar es atacante; el de salir es saliente; el de cantar es cantante y el de existir, existente. ¿Cuál es el del verbo ser? Es ente, que significa «el que tiene entidad»; en definitiva, «el que es». Por ello, cuando queremos nombrar a la persona que denota capacidad de ejercer la acción que expresa el verbo, se añade a este la terminación -nte.
Así, al que preside, se le llama presidente y nunca presidenta, independientemente del género (masculino o femenino) del que realiza la acción.
De manera análoga, se dice «capilla ardiente», no ardienta; se dice «estudiante», no estudianta; se dice «independiente» y no independienta; «paciente», no pacienta; «dirigente», no dirigenta; «residente», no residenta. 
Y ahora, la pregunta: nuestros políticos y muchos periodistas (hombres y mujeres, que los hombres que ejercen el periodismo no son periodistos), ¿hacen mal uso de la lengua por motivos ideológicos o por ignorancia de la Gramática de la Lengua Española? Creo que por las dos razones. Es más, creo que la ignorancia les lleva a aplicar patrones ideológicos y la misma aplicación automática de esos patrones ideológicos los hace (sic) más ignorantes (a ellos y a sus seguidores).
No me gustan las cadenas de correos electrónicos (suelo eliminarlas) pero, por una vez, os propongo que paséis el mensaje a vuestros amigos y conocidos, en la esperanza de que llegue finalmente a esos ignorantes semovientes (no ignorantas semovientas, aunque ocupen carteras ministeriales).
Lamento haber aguado la fiesta a un grupo de hombres que se habían asociado en defensa del género y que habían firmado un manifiesto. Algunos de los firmantes eran: el dentisto, el poeto, el sindicalisto, el pediatro, el pianisto, el golfisto, el arreglisto, el funambulisto, el proyectisto, el turisto, el contratisto, el paisajisto, el taxisto, el artisto, el periodisto, el taxidermisto, el telefonisto, el masajisto, el gasisto, el trompetisto, el violinisto, el maquinisto, el electricisto, el oculisto, el policío del esquino y, sobre todo, ¡el machisto!
Si este asunto no te da igual, pásalo por ahí, a ver si le termina llegando a la ministra de Igual-da.
La primera parte es un repaso de la memoria educativa de parte de nuestro país (la mía propia, incluso), con unos libros de texto que eran realmente libros, plagados de lecturas y sin apenas dibujos o fotografías y unos profesores que bajaban puntos por faltas de ortografía. El motivo de que todo eso se haya perdido es otro tema. Cómo hemos llegado al punto de que el profesorado valore los contenidos pasando (un poco) por alto la ortografía igual es tan fácil de explicar si partimos del hecho de que si una tilde mal colocada bajara medio punto y una g en lugar de j bajara un punto, es muy probable que de una clase de veinticinco alumnos aprobaran tres. Y quizá con la nota raspada…

Pero vayamos al tema del participio activo. Dice textualmente la carta-artículo-correo electrónico, «en castellano existen los participios activos como derivado de los tiempos verbales». Pasando por alto el asunto de la denominación de nuestra lengua (español/castellano), ya muchas veces explicado en este mismo blog, la mitad del texto (escrito con la única idea de menospreciar la labor del desaparecido ministerio de Igualdad) está basado en una auténtica falacia, la cual, espero, haya sido producto de la ignorancia o el error.

Según la Nueva gramática de la lengua española, publicada por la RAE (última edición en 2009), en su tomo segundo, página 2.086, dentro del capítulo 27 referido a las formas no personales del verbo: gerundio y participio, dice claramente:

No existen en el español actual PARTICIPIOS DE PRESENTE, frente al italiano y otras lenguas romances, pero eran abundantes en el español antiguo, como se hizo: Vos santa sodes e temiente de Dios (San Vicente Ferrer, Sermones). Quedan, sin embargo, algunos restos fosilizados de su antiguo valor verbal, como son no obstante lo cual o Dios mediante, que tienen su origen en construcciones absolutas. Igualmente se percibe un resto verbal en la sintaxis del adjetivo distante, cuyo complemento cuantitativo en secuencias como un aeropuerto distante 60 kilómetros no resulta propio de un adjetivo. La actual preposición durante era un antiguo participio de presente, que conservaba sus propiedades verbales, tal como atestigua la concordancia de número.
En el caso de causante, procedente, proveniente y otros muchos adjetivos, la herencia del régimen verbal que ponen de manifiesto en su sintaxis (proveniente de allí) es compatible con las pautas sintácticas admitidas por el sistema lingüístico en la actualidad.
Es decir, en español únicamente existe el participio pasivo, pasado o de perfecto, y no los activos o de presente. Sí hay un gran número de sustantivos y adjetivos derivados con sufijación -nte que «mantienen la terminación de los antiguos participios de presente, aunque no siempre sus propiedades gramaticales». Obviamente, según la norma, «la mayor parte de los sustantivos de persona acabados en -e son comunes en cuanto al género. Cabe decir el detective y la detective». E, igualmente, el/la contable, el/la consorte, el/la conserje, el/la cómplice, el/la cónyuge, etc.

Sin embargo, otros sustantivos en -e admiten femeninos en -a. Por ejemplo, jefe/jefa, alcahuete/alcahueta, nene/nena, infante/infanta… Por otro lado, las voces duque, conde, alcalde, jeque y príncipe hacen su femenino en -esa, con la particularidad del par príncipe/princesa en lugar del antiguo principesa. También son sustantivos de una sola terminación muchos nombres de persona acabados en -nte, procedentes en gran parte de participios de presente latinos. Nos dice la Nueva gramática:

Cabe usarlos, por tanto, con modificadores masculinos o femeninos, como en He tenido {muchas estudiantes aplicadas ~ muchos estudiantes aplicados}; A los médicos no les gusta tratar a pacientes poco {sufridas ~ sufridos}. La misma alternancia se aplica entre otros, a estos sustantivos: agente, amante, aspirante, cantante, combatiente, concursante, delincuente, demandante, denunciante, descendiente, donante, drogodependiente, escribiente, garante, informante, manifestante, narcotraficante, penitente, pretendiente, remitente, representante, simpatizante, televidente, terrateniente, traficante, viajante, viandante.
En cambio, sí se dan algunas oposiciones -ante/-anta e -(i)ente/-(i)enta, «sin connotaciones o significados añadidos»: cliente/clienta; comediante/comedianta; congregante/congreganta; dependiente/dependienta; figurante/figuranta; intendente/intendenta; presidente/presidenta; sirviente/sirvienta. De modo que es correcto decir y escribir La presidenta de nuestro país nunca viaja al exterior.

Termina la supuesta maestra, autora del texto, con una ristra de sustantivos comunes en cuanto al género, como son los nombres de persona acabados en el sufijo -ista, que no varían. Una rarísima excepción es el sustantivo modista, «que generó la forma –anómala morfológicamente, pero ya extendida– modisto (varón), frente a modista (mujer)», palabra ya aceptada por el diccionario de la RAE. Debemos decir el/la pianista, el/la taxista, el/la paisajista, etc.

Igualmente, hay numerosos sustantivos de persona que designan cargos, títulos, empleos, profesiones y actividades diversas cuyo masculino es en -o y su femenino en -a. Muchos de ellos eran considerados antiguamente comunes en cuanto al género, pero en la actualidad las dos formas son perfectamente válidas: abogado/abogada, árbitro/árbitra, arquitecto/arquitecta, banquero/banquera, biólogo/bióloga, candidato/candidata, escribano/escribana, filólogo/filóloga, informático/informática, matemático/matemática, médico/médica, notario/notaria, quiosquero/quiosquera, síndico/síndica, torero/torera, veterinario/veterinaria...

Es más, llega a decir la Nueva gramática que «el hecho de que los sustantivos femeninos de persona que coinciden con nombres de ciencias, artes o disciplinas puedan dar lugar a dos interpretaciones no es óbice para que se recomiende su uso: física, informática, matemática, música, política, práctica (de un puerto), química, técnica. Se ha observado que algunos de estos sustantivos encuentran mayor resistencia que otros en su empleo como nombres de persona (Es música de profesión; Era una política de pura cepa)», pero son también perfectamente válidos esos femeninos. Incluso se acepta perita como femenino de perito, a pesar de la coincidencia con el diminutivo de pera.

Por otra parte, son muy escasos los masculinos en -o formados a partir de sustantivos originalmente femeninos en -a, pero existen: azafata/azafato, ama de casa/amo de casa.

Debería, a la hora de ponerse uno a divagar sobre cuestiones lingüísticas, tener un mínimo de conocimientos sobre la materia, sobre todo cuando el producto no es una simple opinión personal sino que pretende servir como modelo gramatical. Para más inri, ese producto después se envía a cientos de miles de correos electrónicos.

Es cierto que la ex ministra de Igualdad, Bibiana Aído, tuvo una desacertada intervención cuando se refirió a las miembras de la Comisión de Igualdad, pero no es más cierto que miembro, como afirma el Diccionario panhispánico de dudas, «normalmente se usa como epiceno [cuando un único género gramatical puede designar seres de uno y otro sexo: Luis es una víctima, Ana es una víctima] masculino, con independencia del sexo del referente, pero hoy se está extendiendo su empleo como sustantivo común en cuanto al género (el/la miembro); uso que se admite como válido cuando se desee hacer explícito el sexo del referente».



¿Es posible que de ese empleo actual como sustantivo común en cuanto al género (un/una miembro) pasemos, por contagio de otras palabras, a la aceptación del par miembro/miembra? Nadie lo sabe. En cualquier caso, cuando lo dijo Bibiana Aído era incorrecto. ¿Fueron necesarios todos los insultos y descalificaciones que recibió por ese lapsus lingüístico, incluso por parte de académicos de la lengua, como Arturo Pérez-Reverte, quien le dedicó un artículo en el que la llamaba 
«tonta y analfabeta»? Obviamente, no.

Y ahora, para finalizar, la pregunta, copiada de la que lanza la supuesta maestra del correo electrónico y que yo le devuelvo, es: ¿usted hace un mal uso de la lengua y tergiversa la realidad por motivos ideológicos o por ignorancia de la Gramática de la Lengua Española?

domingo, 4 de septiembre de 2011

Con k de kilo

Antes de nada, una apreciación: kilo se escribe con k. Obviamente, pensarán. Pero todavía se ve escrita con q, así que no viene mal recordarlo. De hecho, la RAE ya declara en desuso la forma quilogramo o su acortamiento quilo. Y, referida a esta palabra, una curiosidad: mientras en todo el ámbito hispánico pronunciamos [kilográmo], palabra llana, en Chile se pronuncia de forma esdrújula: [kilógramo].

Continuando con el título, también podríamos decir: con k de kárate (o karate, llana, forma igualmente válida pero más extendida en América), kimono, kiwi... Pero, ¿se podría decir con k de kiosco? ¿O se escribe quiosco?

Septiembre es mes de colecciones, de todo tipo de colecciones (algunas tan sorprendentes y/o absurdas que podrían llevarnos a elaborar toda una entrada sobre el tema). Los negocios de prensa y papelería se llenan estos días de estas variadísimas colecciones por entregas, eternas a veces. En ocasiones nos resignamos a adquirir el primer ejemplar, siempre que haya regalo de por medio, claro está, para luego dejar el fascículo dentro de un cajón o en el contenedor de reciclaje. Por mi parte, únicamente he terminado una colección, una serie de CD y fascículos para encuadernar sobre la obra de Johann Sebastian Bach, editada en 2000 para conmemorar el 250º aniversario del nacimiento del compositor. Una edición genial, dicho sea paso.

Pero a lo que íbamos. Todas estas colecciones, en su mayoría anunciadas por televisión, vienen con el consecuente logotipo de «Ya en su kiosco». O «Ya en su quiosco». Se puede ver escrito de las dos formas. ¿Qué nos dice la RAE? Si buscamos kiosco nos remite a quiosco, un dato a tener en cuenta.



El Panhispánico de dudas nos resuelve cualquier duda, valga la redundancia:



Si volvemos a la definición de quiosco encontramos su curiosa etimología. Y es que el término español viene del francés, y este a su vez del turco, que lo tomó del persa, adoptándolo el persa del original en pelvi.

El pelvi (o pahlavi) era una forma escrita de la lengua persa, principalmente usada durante el Imperio sasánida (226-651), mezcla del habla irania y la escritura aramea.

Por lo que se refiere a la procedencia turca, tras la toma de Constantinopla en 1453, era habitual la instalación de glorietas o pequeñas casitas de recreo, llamadas «köşk» o «kusk», nombre tomado del persa. El rey Estanislao II de Polonia (1732-1798) adoptó este tipo de pabellones a finales del siglo XVIII y no tardaron en extenderse por el resto de Europa. En Italia, estas casetas fueron llamadas chiosco; en Inglaterra, kiosk; y en Francia, quiosque, palabra que recogió el español, traducida como quiosco o kiosco. Kiosk aparece en inglés desde 1625 y quiosque en francés, algunos años después, desde 1654. No obstante, hubo que esperar hasta 1884 para que el Diccionario de la lengua castellana de la RAE lo registrara, como kiosco.




En la siguiente edición, de 1899, kiosco ya nos remite a quiosco.




Una palabra con largo recorrido, como hemos podido comprobar, con una k- etimológica, una letra que el Panhispánico de dudas define así:




O la palabra kiko, que siendo tan breve posee dos kas. Otra palabra curiosa con dos kas es la voz esquimal kayak, que es además un palíndromo; esto es, se lee igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda.


En total, habrá unas treinta palabras que comienzan por esta letra, la gran mayoría de ellas, como nos dice el Panhispánico de dudas, procedentes de otras lenguas. Treinta palabras..., casi tantas como colecciones nos podemos encontrar durante estos días por los quioscos de nuestro país.