martes, 22 de noviembre de 2011

Santa Cecilia: de mártir a patrona sin querer

Gregorio XIII, el Papa que instauró en 1582 el actual calendario, que modificaba al juliano que venía empleándose desde el 46 a.C., fue también quien nombró oficialmente a Santa Cecilia como patrona de la música.


La Enciclopedia Católica de 1913, que hoy se puede consultar en Internet aquí, nos lo relata así: «La referencia histórica más antigua de Santa Cecilia se encuentra en el Martyrologium Hieronymianum. […] La fiesta de la santa que se menciona el 22 de noviembre, en cuyo día es todavía celebrada, fue preservada en el templo dedicado a ella del barrio del Trastevere en Roma. Por consiguiente, su origen probablemente se remonta a esta iglesia. Las primeras guías medievales (Itineraria) de los sepulcros de los mártires romanos señalan su tumba en la Vía Apia, al lado de la cripta de los obispos romanos del siglo tercero. […] Hacia la mitad del siglo quinto aparecen las Actas originales del martirio de Santa Cecilia, que habían sido transmitidas en numerosos manuscritos; estas actas también se tradujeron al griego. Fueron utilizadas en los prefacios de las misas del mencionado Sacramentarium Leonianum. Ellas nos informan que, Cecilia, una virgen de una familia senatorial y cristiana desde su infancia, fue dada matrimonio por sus padres a un noble joven pagano, Valeriano. Cuando, tras la celebración del matrimonio, la pareja se había retirado a la cámara nupcial, Cecilia le dijo a Valeriano que ella se había desposado con un ángel que celosamente guardaba su cuerpo; por consiguiente, Valeriano debía tener el cuidado de no violar su virginidad. Valeriano pidió ver al ángel, después de lo cual Cecilia lo envió junto a la tercera piedra miliaria de la Vía Apia donde debía encontrarse con el obispo (Papa) Urbano. Valeriano obedeció, fue bautizado por el Papa y regresó como cristiano ante Cecilia. Entonces se apareció un ángel a los dos y los coronó con rosas y azucenas. Cuando Tiburcio, el hermano de Valeriano, se acercó a ellos, también fue ganado para la Cristiandad. Como niños celosos de la Fe, ambos hermanos distribuyeron ricas limosnas y enterraron los cuerpos de los confesores que habían muerto por Cristo. El prefecto, Turcio Almaquio, los condenó a muerte; el funcionario del prefecto, Máximo, fue designado para ejecutar la sentencia, se convirtió y sufrió el martirio con los dos hermanos. Sus restos fueron enterrados en una tumba por Cecilia. Ahora la propia Cecilia fue buscada por los funcionarios del prefecto. Antes de que fuera apresada, dispuso que su casa debiera conservarse como un lugar de culto para la Iglesia romana. Después de una gloriosa profesión de fe, fue condenada a morir asfixiada en el baño de su propia casa. Pero, cuando permaneció ilesa en el ardiente cuarto, el prefecto decidió su decapitación en ese lugar. El ejecutor dejó caer su espada tres veces sin separar la cabeza del tronco y huyó, dejando a la virgen bañada en su propia sangre. Vivió tres días, hizo disposiciones en favor de los pobres y dispuso que, después de su muerte, su casa debía dedicarse como templo. Urbano la enterró entre los obispos y los confesores, es decir, en la catacumba de Calixto».


Tumba de Cecilia en la cripta de Calixto.
En poemas basados en las Actas de Santa Cecilia podemos leer: «Venit dies in quo thalamus collacatus est, et, cantantibus organis, illa in corde suo soli Domino decantabat: fiat Domine cor meum et corpus meus inmaculatum et non confundar», cuya traducción es: «Vino el día en que el matrimonio fue celebrado, y, sonando los instrumentos, ella en su corazón solo alababa al Señor diciendo: haz, Señor, mi corazón y mi cuerpo inmaculados y no sea yo confundida». Seguramente, tal y como nos dice la Enciclopedia Católica, «el cantantibus organis fue interpretado erróneamente, como si la propia Cecilia fuera la organista. De este modo se relacionó estrechamente a la santa con la música. Cuando se fundó en Roma la Academia de la Música (1584) fue nombrada patrona del instituto, después de lo cual su veneración como patrona de la música de la iglesia se generalizó universalmente».


Porque organum puede referirse tanto al instrumento de música en sí (el órgano) como a todos los instrumentos de música en general. En la asignatura de Literatura Comparada, en la Universidad, el profesor insistía en que el traductor es un traidor, de ese binomio italiano de «tradurre e tradire». En este caso, puede que la traición al original haya provocado que Santa Cecilia sea nuestra patrona. Asimismo, y esta vez por una similar escritura de las palabras latinas cæcitas (ceguera) y Cæcilia (Cecilia), también es Santa Cecilia, junto a Lucía de Siracusa, la patrona de los ciegos.


Nuestra palabra música, como nos indica el Diccionario etimológico de Joan Coromines, viene del latín musica, y este del griego antiguo μουσική (musiké), uso sustantivo de μουσικός (musikós), «propio de o relativo a las musas». Homero se había referido a ellas, tanto de forma individual como colectiva, incluso citando su número: «Nueve Musas cantando por turno con voz melodiosa entonaron sus trenos» (Odisea, canto XXIV, vv. 60-61). Sin embargo, fue Hesíodo, en su Teogonía (vv. 75-80), quien las presenta por su nombre: «las Musas que habitan las mansiones olímpicas, las nueve hijas nacidas del poderoso Zeus: Clío, Euterpe, Talía, Melpómene, Terpsícore, Érato, Polimnia, Urania y Calíope». Euterpe, que en griego significa «la muy placentera», era considerada la musa de la música, después sustituida por Santa Cecilia, en cuyo honor se celebran, aquí y allá, numerosos actos. Pero la imagen de nuestra Patrona, en Novelda, está…, bueno, de dónde está y de cómo podríamos «honrarla» mejor no queda tiempo ahora para debatir. Quizá en otra revista… Hasta entonces, ¡feliz día de Santa Cecilia, amigos, socios y músicos de La Artística!

jueves, 17 de noviembre de 2011

Cualquier lengua, nuestra lengua

En el mundo existen cientos y cientos de lenguas. En cualquier continente, habladas en ciudades o aldeas, por más o menos personas, todas representan un medio de comunicación, una forma de entenderse; una manera de entender la vida, en suma.

En el anexo final del libro de Lengua Castellana de 1º de ESO hay un sucinto monográfico sobre nuestra lengua: el español. Hablado por casi 440 millones de personas alrededor del mundo, «es la cuarta lengua con mayor peso demográfico del mundo. Es el idioma oficial de 21 países: España, diecinueve países americanos y Guinea Ecuatorial (África). También es lengua oficial en la República Árabe Saharaui Democrática. Además, existe una importante población hispanohablante en Filipinas y Estados Unidos (alrededor de 36 millones de personas)».

Luego pasa a describir qué es un dialecto y cuáles son los dialectos más importantes de nuestra lengua. Y antes de eso, el libro de texto explica lo que es una lengua («sistema lingüístico o código que emplea una comunidad para comunicarse, [que] tiene sus propias unidades y reglas gramaticales»), además de hacer una especificación que considero fundamental: «son lenguas, por ejemplo, el español, el catalán o el francés».

Como es sabido, en España conviven distintas lenguas, algunas de ellas oficiales también en sus respectivas regiones junto al español, como son el gallego, el euskera y el catalán (o valenciano). Existen otras lenguas en España, por supuesto, como el aranés, el asturleonés o el aragonés, que aunque no sean oficiales no por ello son menos importantes o dejan de estar reconocidas. Todas ellas son lenguas. Ninguna es dialecto del español, ninguna está por debajo de otra (al menos en teoría, claro).

Es fundamental, por lo tanto, que ya desde la escuela se enseñe a los más pequeños ese amor y respeto por todos los idiomas, se hablen donde se hablen, sea cual sea su número de hablantes o el país donde se usen. Es fundamental que aprendan a amar cualquier lengua como si fuera su propia lengua.

Por ello es necesario que aprendan esos conceptos básicos (por ejemplo, el español y el catalán son lenguas distintas, como lo son el quechua y el francés; el catalán y el valenciano son denominaciones distintas de una misma lengua, como pueda ser el español que hablamos en la península ibérica y el que se habla en Venezuela o Argentina, etc.).

Despolitizar este tema desde la escuela, mostrándoles la realidad lingüística (no solo de España sino del mundo), hará que crezcan amando todas las lenguas, respetándolas por igual, aunque esas lenguas únicamente se hablen en un solo país, aunque se hablen tan solo en una comunidad autónoma, a pesar de que solo la hablen cien personas en todo el mundo.

De ese modo, cuando crezcan, cuando esos niños y niñas de hoy sean los periodistas, los profesores, los escritores, los publicistas, los obreros, los conductores, los científicos, los albañiles, los políticos... del mañana, nos evitarán algunas de las situaciones que estamos viviendo actualmente.

Destaco dos ejemplos: el primero de ellos acerca de una campaña publicitaria que se puede escuchar en las radios y ver en las cadenas de televisión desde hace varios meses. Se trata del anuncio del cuponazo de los viernes de la ONCE, donde, con el reclamo de los 9 millones de euros que dan («mucha pasta») y sobre todo atendiendo al doble significado que tiene la palabra pasta (la primera, «masa hecha de una o diversas sustancias machacadas» y otra acepción, coloquial, referida al dinero), han elaborado una publicidad donde un supuesto italiano vende las bondades del cupón. Aquí tienen el anuncio en sí.



Cargado de errores gramaticales forzados en italiano, el anuncio no está ni en una lengua ni en otra y no se sabe si se trata de un español hablando italiano de forma incorrecta o de un italiano burlándose de su propia lengua, cayendo en ese tópico hollywoodiense de Italia = mafia. La lengua italiana se entiende perfectamente; salvo algunas palabras o expresiones, un hablante de italiano que se dirija a nosotros no muy deprisa es perfectamente entendible. Lo digo por experiencia propia: el año pasado estuve recibiendo clases de italiano en la Escuela de Idiomas y nuestra profesora siempre nos hablaba, en todo momento, usando la lengua de Petrarca. Respecto al anuncio de la ONCE, ¿tan difícil era conseguir un auténtico italiano o alguien español que supiera italiano, aunque sea básico? Imagino que no. El resultado, con esa mezcla absurda entre italiano y español, a lo spaguetti western o al modo del spanglish, me parece una burla, un chiste.


Por eso hay que demostrar más respeto por las lenguas. Y no solo demostrarlo, sino ejercerlo. Algo que desde las instituciones públicas ha de convertirse en toda una obligación moral y legal. En Novelda (Alicante), lugar donde la lengua valenciana ha tenido siempre un predominio lingüístico superior al del castellano, la Regidoria de Normalització Lingüística ha desaparecido prácticamente.


Subida al carro del ahorro y la austeridad que pregona pero no practica el nuevo equipo de gobierno, esta concejalía ha olvidado todos los puntos para los que fue creada, hace más de diez años, obviando sistemáticamente todos y cada uno de los puntos del reglamento de normalización lingüística del Ayuntamiento de Novelda (que pueden consultar aquí y que fue aprobado por unanimidad el Pleno municipal en marzo de 1991). En primer lugar, algo fundamental, y es que la Regidoria de Normalització nació para servir como eje transversal que implicara a las demás concejalías en el respeto, el uso y la promoción del valenciano. Eso, que se practicaba en el pasado, ha quedado hoy como una simple anécdota, mermando sus funciones a casi exclusivamente ofertar cursos (y para cubrir el expediente del concejal de turno). Lo más grave se vivió en la festividad del 9 d'Octubre, Dia del País Valencià (o Comunitat Valenciana, como quieran llamarlo, ambas válidas), donde la señora alcaldesa efectuó un discurso institucional en bilingüe, algo que nunca había pasado. Está claro que el castellano y el valenciano son oficiales, pero ese día «tocaba» leer (que no escribir, porque a la vista quedó que se lo acababan de imprimir) un discurso íntegro en valenciano. Se olvidaron del respeto por la lengua. Como también se «olvidaron» de imprimir la publicidad del concierto posterior al acto institucional en valenciano. Y también la del concierto de la banda de música de la tarde, aunque en esta ocasión la banda la envió en valenciano y el Ayuntamiento la tradujo al castellano, hecho que roza lo esperpéntico.


El nuevo equipo de gobierno, del Partido Popular, comenzó con mal pie la legislatura, traduciendo todos los papeles e instancias oficiales, los rótulos en folletos y cartelería... Donde se leía «Ajuntament de Novelda» ahora pone «Ayuntamiento de Novelda», como si molestara el valenciano.


Lo expliquen como lo expliquen, lo vendan como lo vendan, es falta de respeto por la lengua, por una lengua que, como el español, proviene del latín y tiene muchas raíces y formas comunes. (Eso lo vengo a decir cuando se excusan en que hay algunas personas que no entienden esa lengua.) No se puede entender esta actitud, salvo que sea parte de una estrategia pensada y buscada para limitar el uso del valenciano en la vida pública.


La última, sucedida hace unos días, a simple vista. En la primera entrada de Novelda, llegando de Madrid por la autovía, una vez que se entra en la ciudad, puede leerse un cartel anunciando las próximas fiestas navideñas. Pone «Felices Fiestas».




El año pasado, por estas mismas fechas, se instalaba una parecida que decía «Bones Festes», en valencià.

lunes, 7 de noviembre de 2011

Prever y no preveer*

Es un error frecuente. Al hablar, es común (aunque no por ello aceptado en el habla coloquial) cambiar el verbo prever por preveer*, construcción por asimilación a proveer. El Diccionario panhispánico de dudas nos dice acerca del verbo prever:
Prever. ‘Ver [algo] con anticipación’, ‘conjeturar [algo futuro]’ y ‘disponer [lo necesario] para futuras contingencias’. Verbo irregular: se conjuga como ver: «Piensan que quien está por morir prevé lo futuro» (Borges Libro [Arg. 1975]). Es incorrecta la grafía preveer, debida al cruce con proveer (‘suministrar’; → proveer(se)), cuyo modelo es leer; por tanto, son incorrectas formas como prevee, preveyó, preveyendo, etc., en lugar de prevéprevió, previendo, etc.: «Un hombre que prevee su muerte con 10 años de anticipación y no cumple, no es serio» (Nacional [Ven.] 12.1.97).
Como hemos visto en el ejemplo que propone el DPD, es un error que traspasa el habla
coloquial y aparece incluso en los medios de comunicación, impresos y audiovisuales.

Sobre esto último, se pudo ver en televisión la semana pasada el nuevo comercial de la marca Audi sobre el modelo Q3. Aquí les dejo el vídeo.



En la versión original, se escucha claramente un «preveer» en boca del narrador en voz en off. Lo tuiteé en cuanto lo oí.

En el canal de Youtube de la marca de automóviles, el vídeo aparece subido desde hace pocos días, el 5 de noviembre concretamente. Ahí apenas se escucha esa malformación del verbo; quizá han cambiado el audio, algo que agradezco y valoro. En cualquier caso, no fui yo el único que captó ese desliz. En un foro de Internet, dedicado a los anuncios de televisión, dos comentarios hacían referencia a ese 
«preveer» que se había colado, el último de ellos publicado el 6 de noviembre por la noche. Cualquier duda queda disipada: tres personas no pueden escuchar el mismo error... En mi tuit también mencioné, además de a @audispain, a @fundeu, la cuenta en Twitter de la Fundación del Español Urgente. Me contestaron a las horas (Audi aún no lo ha hecho), redirigiéndome a un artículo sobre el tema. Aquí está lo que nos dice la Fundéu sobre esa confusión tan corriente:
El verbo prever está formado por el verbo ver y el prefijo pre-, es decir 'ver antes', y debe conjugarse igual que verA veces, se mezclan los verbos prever y proveer, lo que da lugar a la creación del verbo preveerDe ahí que resulten formas como preveyó, preveyera o preveyendo, en lugar de previó, previera o previendoSon incorrectas, por tanto, frases como «Preveyó graves problemas para los trabajadores de las petroleras», «Los directivos de la empresa no preveyeron los problemas económicos» o «Un contestador automático pedía que no bloquearan la línea, quizás preveyendo que los familiaresde los afectados...». Este error se extiende a todos los tiempos y formas del verbo prever: prevee, preveemospreveímos, etc. en lugar de prevé, prevemos, previmos, etc.
Entre todos, conseguiremos pulir la lengua para evitar caer en estos fallos que empañan nuestra habla, nuestra escritura. Aunque siempre, como ha hecho Audi, estamos a tiempo de corregirlos.

martes, 1 de noviembre de 2011

Un día como otro cualquiera

A esta hora ya serán muchas las personas que han pasado por los cementerios municipales de nuestra geografía nacional. Otros quizá aprovechen la tarde para hacer la visita a las tumbas de sus seres queridos o allegados. Por otro lado, serán pocas (o ninguna, aunque nunca se sabe cuánto se puede alargar una celebración) las que vuelven ahora a sus casas después de celebrar la noche de Halloween.

Sobre esta segunda celebración, me gustaría empezar con una frase que leí ayer mismo en Facebook, publicada por una amiga: «¿Os acordáis de cuando éramos pequeños e íbamos tocando las puertas de las casas, disfrazados, para que nos dieran caramelos? Yo tampoco».

Halloween, como ha pasado muchísimas veces a lo largo de la historia, no es más que el fruto de una suplantación. Esta forma de superponer celebraciones, quitando las que había y sustituyéndolas por otras (o simplemente implantando otras nuevas) se ha hecho siempre. Y los españoles somos expertos en eso. Aunque ahora no se haya llegado al derramamiento de sangre, la televisión, el cine y los centros comerciales nos han introducido, con calzador diría yo, una celebración que nos es ajena por completo.

Porque Halloween tiene su origen en el mundo celta, quienes celebraban el Samhain, «el fin del verano». Con esa fiesta se conmemoraba el final del tiempo de cosechas, iniciándose así el Año Nuevo. Los antiguos celtas creían que en esa noche, la línea que une nuestro mundo con el mundo de los muertos se estrechaba, algo que aprovechaban los espíritus para cruzar de una parte a otra. Por ello, todas las personas vestían trajes y máscaras de aspecto grotesco, para así alejar a los malos espíritus.

Los romanos, al conquistar los dominios celtas, asimilaron esa tradición, emparejándola con la fiesta en honor a la diosa de los árboles frutales, Pomona, que se celebraba a finales de octubre y principios de noviembre.

Y más tarde, impulsado por el papa Gregorio III en el siglo VIII pero llevado a cabo por Gregorio IV ya en el siglo IX, se suplantó finalmente esa fiesta superponiéndola con una cristiana: el Día de Todos los Santos, que se celebraba el 13 de mayo, pero que se pasó al 1 de noviembre.

El origen de esta festividad era paliar cualquier omisión dentro del amplio santoral anual. Poco, quizá, tenga que ver con lo que actualmente se lleva a cabo en un día como este, ¿no? En realidad, el día para que la cristiandad ore por sus difuntos y, ante todo, por aquellos que aún habitan en el Purgatorio en espera de purificación, es mañana, 2 de noviembre, celebración de los Fieles Difuntos. Igual sería mejor mover la festividad en el calendario, del primero de noviembre al segundo día del mes. O, mejor todavía, y ya que estamos en un estado constitucionalmente aconfesional, ¿no sería mejor pasar todas las fiestas religiosas (como la Inmaculada, San José, la Asunción, etc.) al domingo inmediatamente anterior o posterior para no crear agravios comparativos con otras religiones existentes en nuestro país?

Quizá eso ya sea más complicado, ¿no creen? Y es que, ¿por qué en este estado aconfesional todas las vacaciones, excepto las de verano, tienen que ver con la religión cristiana?

Sea como fuere, y como decía al principio, la suplantación de fiestas se ha hecho desde siempre. Cuando se arrebató la península ibérica a los árabes, las iglesias se construían sobre los restos de las mezquitas asoladas. Algo que también hicimos los españoles en América, cuando fuimos a cristianizarles (y a llevarnos todo el oro que pudimos, de paso): asolábamos los pueblos y sobre los templos se levantaban iglesias. Era sencillo. Si la gente tiene por costumbre ir a un sitio a reunirse y pedir a su dios por una época de lluvias benigna o por unas cosechas favorables, construyamos nuestros templos sobre las ruinas de los suyos. Los indios seguirán yendo a esos lugares, las iglesias se llenarán y todos contentos. La Conquista avanzaba.

La Iglesia Católica hizo lo propio, suplantando celebraciones paganas e inventándose ritos cristianos que todos pudieran aceptar sin problemas. Así pasó, por ejemplo, con la Navidad, adoptándose distintas fiestas paganas de cualquier cultura y región al calendario cristiano. Con ello se lograba acercamiento y, lo principal, adeptos.

Incluso el Camino de Santiago, ideado por los monjes benedictinos de Cluny en el siglo IX, recoge una antigua tradición que se remonta al Neolítico, en la que hombres y mujeres viajaban al final de sus vidas hacia donde se moría el Sol, llegando hasta las costas de Finisterre («el fin de la tierra»), el extremo más al Oeste del mundo entonces conocido. Si la gente ya peregrinaba, ¿qué hacía falta para que la Iglesia adoptara esa tradición? ¿Que aparecieran unos restos y se atribuyeran al apóstol Santiago? Pues eso mismo ocurrió.

Lo cierto es que estamos ante un día cualquiera. Hoy, 1 de noviembre, es la fecha en la que las floristerías hacen su agosto con esa generalizada tradición de acudir a los cementerios a limpiar y poner flores a nuestros difuntos. Únicamente este día. Al igual que el 14 de febrero, hoy, a mi juicio, no es más que otro día-excusa. Si en San Valentín toca decirle «te quiero» a nuestra pareja, hoy toca visitar el cementerio. Pero de mi novia y de mis muertos me acuerdo siempre, los llevo perennes en la memoria, presentes a cada paso. Mientras, me dedico a vivir el hoy. Y cuando muera, incinérenme. No les haré acudir al cementerio cada año, a limpiar mi lápida, cambiar la foto y ponerme flores. El que me recuerde, lo hará, sin necesidad de todo eso. Y luego echen mis cenizas en el cabo de Fisterra, allá en A Coruña, allá donde los hombres y mujeres del Neolítico iban a morir, allá donde moría el Sol, donde las cenizas se juntan con el agua, el agua se hará lluvia y la lluvia hará nacer frutos sobre la tierra.

Solo así se cumplirá el ciclo de la vida.