miércoles, 26 de diciembre de 2012

La imagen de 2012

Se acaba el año. Por estas fechas siempre acostumbro (acostumbramos, creo yo) a hacer balance del año que se nos marcha de los dedos. El año pasado incluí en ese resumen un vídeo con cincuenta fotografías del amanecer desde mi ventana, despuntando el alba detrás de la iglesia parroquial de San Pedro, en Novelda.

Este año no he podido hacer tantas fotografías como para elegir cincuenta. (¿Intuía con ello la importancia que iba a tener ese número para los amantes de la literatura...?) De hecho, no creo ni que llegue a una decena de instantáneas. El motivo es que entro a trabajar una hora antes y tengo que levantarme, por lo tanto, una hora antes. Me amanece en la autovía o, a veces, cuando ya estoy en el colegio. Y como casi siempre me olvido de levantar las persianas de la clase, cuando termino las dos horas de Bachillerato y subo para continuar con los muchachos de la ESO ya hace tiempo que el sol está arriba. Ya no puedo compartir en Twitter y Facebook esas hermosas fotografías (algunas personas, incluso, me lo recriminan por la calle), pero el amanecer sigue ahí y cualquiera de ustedes puede disfrutarlo. Los mayas no acertaron con su predicción, así que ahora, creo que más que nunca, tenemos que hacer nuestra la vieja y conocida máxima del carpe diem. Porque el mundo no se habrá acabado, pero hay algunos que están empeñados en acabar con nosotros.

Para mí, la imagen de este 2012 que termina es la del austriaco Felix Baumgartner saltando desde la estratosfera el pasado 14 de octubre.



Es la imagen, el hecho histórico y el logro personal que borra todo lo demás: las matanzas en Siria, los desahucios y los suicidios, el hambre en el Sahel, las estafas con las participaciones preferentes, los directivos bancarios yéndose de rositas (una vez más), la brutalidad policial, el paro, la corrupción política, la corrupción como estructura integrada en y asumida por el Estado, etc.

La hazaña de este austriaco de cuarenta y tres años, que yo seguí emocionado y expectante en casa de mi novia, me pareció, y todavía me sigue pareciendo a pesar de que su nombre no se haya incluido en la mayoría de listas de los personajes del año, una auténtica llamada de atención a toda la humanidad. Más que un salto, más que las ganas de batir varios récords mundiales y escribir con mayúsculas un capítulo en el libro del deporte de riesgo, la caída de Baumgartner es un mensaje lanzado al mundo: cualquier meta que nos pongamos es posible.


Y en estas fechas de propósitos personales es bueno recordar eso mismo: que, aunque todo se vea muy negro, a pesar de que dicen que el próximo 2013 será peor todavía, siempre queda un instante para la esperanza. No lo perdamos.

2013 está a la vuelta de la esquina. Queda menos de una semana.

Durante este año he publicado dos novelas (una en formato electrónico, La mirada del perro, y otra en papel, El asesino del pentagrama). El hecho de que lleve algún tiempo sin actualizar este blog es por ello: he estado algo liado con la corrección final de la novela, y ahora toca la promoción. Pueden seguir la evolución de esa última novela policíaca en un blog que creé sobre ella.

Este año también se ha publicado el espectacular libro de empresa de Carmencita, libro en el que he tenido el placer y el honor de participar. Ver mi nombre escrito junto al de Juan Cruz, María Dueñas, Ferran Adrià, Manolo Blahnik, Vicente del Bosque o Quique Dacosta es más que un lujo. La parte en la que participé era la dedicada a los protagonistas de la empresa, los trabajadores, retratados magistralmente por el fotógrafo Vicente Albero, en cuya página web se puede ver el trabajo.

Un año también que ha servido para ver cómo el cortometraje del amigo Emilio Vicedo obtenía el Primer Premio en el Festival Internacional Cinemobile de Sevilla y era seleccionado para el Certamen Cortos de Aquí de Elda. La música que compuse e interpreté para Sed de aire se puede escuchar en mi página web personal; el cortometraje se puede ver en mi página Facebook. Os lo recomiendo.

Son varios los proyectos que tengo para el próximo 2013, así que, si tuviera que hacer algún propósito, cosa que no suelo hacer, sería ese: tener la constancia para llevarlos a cabo.

Muchos de ellos están finalizados y verán la luz en futuros meses; otros aguardan en mi cabeza el tiempo y el momento de ponerlos en práctica.

Y si tuviera que pedir un deseo para este 2013 que está a punto de empezar sería algo parecido: que ustedes, que tú, que ahora has tenido la voluntad de seguirme hasta aquí, tengas la constancia y la fuerza de poner en práctica y ver cumplido todo aquello que te propongas. Suerte con todo. Y ya sabes, siempre que pueda ayudar, aquí me tienes.

domingo, 18 de noviembre de 2012

De chiripa, la serendipia

Apareció en prensa hace unas semanas: a principio de mes, la RAE celebró en Cádiz un pleno extraordinario, al cierre del cual se sucedieron las habituales discusiones acerca de palabras que debieran o no figurar dentro del diccionario.

Una de esas discusiones giró en torno a la palabra serendipia, que nosotros tomamos del inglés serendipity, neologismo acuñado por el escritor británico Howard Walpole en 1754 para referirse a un 'hallazgo casual' y que, al parecer, él tomó de un cuento persa titulado Los tres príncipes de Serendip (nombre árabe de la isla de Ceilán, actual Sri Lanka) en el que los protagonistas solucionan sus problemas mediante sorprendentes casualidades.

El término serendipity se relacionó en un primer momento con los descubrimientos científicos, pero fue cayendo en desuso hasta 2001, cuando el éxito de la película Serendipity, protagonizada por John Cusack y Kate Beckinsale (actriz, por cierto, que hizo el papel principal en esa pésima adaptación de la genial novela La tabla de Flandes, escrita por el académico Pérez-Reverte). Aquí les dejo el tráiler de la película.



El guión de Serendipity corrió a cargo de Mark Klein, del que poco o nada se sabe en Hollywood desde hace tiempo, y la película fue dirigida por Peter Chelsom, cuyo último trabajo fue, en 2009, Hannah Montana: la película (en 2004 dirigió ¿Bailamos?, con Jennifer López y Richard Gere).

Viendo el nivel, no parece desafortunado decir que la película Serendipity tuvo un éxito provocado por la propia serendipia a la que aludían (al final, una suerte de destino, para el que crea en él).

Pero, ¿realmente decimos serendipia en español? Venga, levanten la mano, sin miedo... Veo pocos.

Hace unos años, posiblemente tantos como hace que se estrenó esa película, una conocida me habló de la susodicha palabra, que ella había conocido (dicho sea de paso) gracias a esa película romántica que, como todas las películas románticas, tuvo una vida efímera en el recuerdo de los espectadores. Todo un éxito en taquilla, desde luego. Así que todo el mundo empezaba a hablar de repente de serendipia; no obstante, cuando se difuminó pasados unos meses, un año a lo sumo, la película y la palabra cayeron en el olvido.

Por eso resulta curioso que la RAE se plantee su inclusión en el diccionario precisamente ahora. Dicen que tiene 'uso científico'. Echando un vistazo por Internet, se puede comprobar que ese supuesto uso científico se reduce a comentarios en blogs acerca de la supuesta serendipia en algunos descubrimientos (científicos o no); por ejemplo, el del post-it, el de la Ley de la Gravedad o el de la penicilina. Y en todas esas páginas se nombra la película.

Sin embargo, buceando más por Internet, he llegado a una web en la que aparece una definición de serendipia:
1: Descubrimiento o hallazgo por accidente e intuición, de cosas por las que uno no se preguntaba.
*Sinónimos: serendipidad, chiripa, suerte.
*Hiperónimos: hallazgo, descubrimiento, encuentro, invención.
2: Descubrimiento o hallazgo por accidente mientras se investiga algo diferente.
Con total seguridad, todos preferimos referirnos a esta clase de hallazgos como suerte, chiripa, carambola (estas dos últimas palabras comparten la etimología en el juego del billar), potra, chorra..., todos ellos vocablos aceptados por la RAE y ampliamente utilizados en todas las zonas del español, si bien con distintos usos (los he escrito de menos a más coloquial).

Incluso, los de mi generación podemos decir con sentido del humor que 'tenemos Homer Simpson', recordando ese capítulo en el que Homer encuentra por pura chiripa el botón que detiene la fusión del núcleo, algo que (enorme responsabilidad de las exigencias del guión) solo puede hacer él desde su habitáculo del sector 7-G.



La repercusión en la serie de dibujos animados de esa casualidad, y gracias al empleo generalizado (hasta Magic Johnson la usaba, si lo recuerdan), hizo que Homer Simpson entrara en el diccionario. Pero me da a mí que la serendipia no aparecerá en el DRAE.

miércoles, 17 de octubre de 2012

De cabeza con los estadounidismos

El pasado 15 de octubre nos despertábamos con una curiosa noticia que hizo saltar algunas alarmas.

Como siempre sucede cuando se trata de la lengua, todos se lanzan a opinar sin escuchar a los que realmente saben: los lingüistas, los profesores de Lengua, los filólogos.

El problema, como muchas veces he señalado en artículos o en comentarios soltados aquí o allá, es que todos somos usuarios de una lengua y, por lo tanto, nos creemos conocedores de sus entresijos por el simple hecho de que llevemos hablándola toda la vida. Otro tanto sucede con las diversas faltas de ortografía que nos rodean y con las que convivimos a diario: mayúsculas sin tildar, carteles en los que impunemente se escribe garage*... La gente lo ve y piensa que es la forma correcta. Y, claro, es muy difícil corregir un error o explicar cualquier tema lingüístico cuando la otra persona se cierra en banda y dice: «Lo he visto escrito así miles de veces, siempre lo he dicho de esa manera».

Muchas explicaciones me ha tocado dar en ese sentido en clase, muchas discusiones me he ganado con conocidos y amigos, intentando rebatir la idea de que no todo lo que se escribe (aunque sea en los medios de comunicación) está bien escrito y que, al igual que los médicos saben de medicina, los químicos de química o los biólogos de biología, los filólogos sabemos de lengua.

Por eso, más que la noticia en sí (la inclusión en el próximo diccionario impreso de la RAE, en 2014, de una decena de palabras acuñadas en Estados Unidos), lo peor ha sido el alboroto que se ha creado en torno a esa noticia.

Enlazado con mi anterior entrada en este blog, volvemos a sentir, aunque lo neguemos, miedo al otro. Y eso a pesar de que el otro habla nuestro mismo idioma. No olvidemos, como dice la noticia, que en EE.UU. viven unos cincuenta y cinco millones de hablantes de español, más que los que vivimos en España. Aunque nuestra lengua común partiera de nuestro país, es lengua materna en muchísimos países. No son hablantes de segunda categoría. De ese modo, si una palabra surge en cualquiera de esos países, la Academia correspondiente la propone para su inclusión en el diccionario. Eso, obviamente, no nos afecta a los que vivimos en España, que seguiremos hablando como hablamos y escribiendo como escribimos. ¿Qué me cambia a mí que la RAE acepte rentar con el significado de alquilar (claro calco del inglés) si yo puedo seguir diciendo alquilar? ¿Que ahora la RAE reconoce que, en ciertas zonas del español, van se refiere a una caravana? Pues estupendo. No es más que el reconocimiento de la riqueza lingüística del español. No supone un atentado histórico contra nuestras raíces. No estamos borrando las huellas de la lengua de Cervantes.

Las lenguas son entes vivos que evolucionan, que entran en contacto con otras lenguas, enriqueciendo el vocabulario. Eso siempre ha sido así. Al igual que sucedió con la palabra matrimonio (de lo cual ya hablé en una entrada publicada en junio de este año), donde la RAE aportó un nuevo significado, aquí sucede lo mismo, pero con la diferencia de que los nuevos significados o los nuevos vocablos proceden de otro país. ¿Entendemos que, aunque la lengua se llame español, se habla en otros países? Esos países pueden hacer propuestas. De hecho, en el DRAE que se puede consultar por Internet o en las ediciones impresas, ya aparecen numerosas palabras con significados referidos a ciertos lugares: en cursiva aparece el país y, después, el significado que allí tieneí. Es válido decirlo, pero nosotros, en el español peninsular, nunca lo diremos. Lo mismo sucede con la decena de palabras que aparecerán en la vigésimo tercera edición del DRAE.

Algunas nos resultarán más raras que otras (por ejemplo, pienso que email ya está plenamente extendido como sinónimo de correo electrónico), pero supongo que las palabras que más han levantado espinas han sido billón y trillón.

Como saben los que se dedican a la traducción español-inglés o viceversa, nuestro billón es diferente al bilion inglés. Si nosotros lo usamos con el sentido de 'millón de millones, una unidad seguida de doce ceros', tomado del francés, para el mundo anglosajón significa 'mil millones'. ¿Qué pasará ahora? Muy sencillo: la RAE pondrá el significado primitivo como primera acepción y añadirá una segunda acepción indicando, en cursiva, que esa palabra se emplea con ese otro significado en EE.UU. Y nada más.

Lo mismo para trillón: si para nosotros significa 'un billón de millones, una unidad seguida de 18 ceros', ahora se añadirá una segunda acepción que contenga 'mil billones en ciertas zonas del español'.

Ellos lo han calcado del inglés americano, lo mismo que nosotros lo calcamos del francés en su día. Como he dicho antes, las lenguas son entes vivos que están en plena evolución y constante cambio. Y esos cambios son posibles, entre otros aspectos, por contacto entre lenguas vecinas.

Entonces, ¿a partir de 2014, millardo y billón son sinónimos? Solo sobre el papel, porque no olvidemos que en EE.UU. 1.000.000.000 es un billón y, para nosotros, en España, esa misma cifra es un millardo. Aunque, seamos sinceros, ¿alguien dice millardo? Esa voz, por cierto, también viene del francés.

domingo, 7 de octubre de 2012

Tots a una veu

Hace un par de semanas, yendo a tomar café a mi sitio de costumbre, me crucé con un par de argelinos hablando en castellano. Fumaban y hablaban distendidamente. Apoyados en la pared de una casa, en la única sombra libre de la plaza. Me saludaron, les saludé (Novelda es una ciudad pequeña y las caras se vuelven reconocibles al segundo vistazo) y seguí mi camino. Solo después pensé en el hecho de que estaban hablando en castellano. Podrían haberlo hecho en árabe, en francés o en bereber, pero eligieron la lengua del país que les acoge. Quizá para practicar, quién sabe. Lo más seguro es que si voy a Londres y me encuentro con un español, le hable en español.

El episodio de los argelinos es una excepción, por supuesto. Cuando conversamos, lo más usual es emplear la lengua más próxima, aquella que nos hace sentirnos más cómodos. Si esos argelinos hubieran estado charlando en francés, en bereber o en árabe, ¿pensaríamos que lo hacen para fastidiarnos? ¿Hubiéramos sospechado que traman algo, que rechazan el país, la cultura y las tradiciones donde se encuentran? ¿Que no se están integrando? Difícilmente. Lo mismo ocurre con los catalanes. Dos catalanes hablando en catalán en pleno centro de Madrid, ¿están haciendo un alegato independentista o únicamente repasan su amistad? He estado muchas veces en Cataluña. Nadie te obliga a hablar catalán en las tiendas. En serio. Y he estado una sola vez en el País Vasco, y nadie me obligó a hablar en euskera. Es más, ojalá pudiera defenderme igual de bien en euskera que en catalán o valenciano lo mismo que quiero creer que chapurreo el gallego.

Es más, ojalá pudiéramos entendernos todos, todos los ciudadanos del mundo. Dominar o al menos conocer cualquier lengua que se habla en el estado español debería ser obligatorio (u optativo, si en la región no se habla esa lengua). Conocer una lengua nos prepara a abrirnos al mundo y no hace falta mencionar que vivimos en un mundo globalizado y sin fronteras. Si hace tiempo dejamos caer las barreras geográficas de esta Europa que nos vertebra, ¿por qué no acabamos con la barrera psicológica de las fronteras lingüísticas? Tenga más o menos hablantes, una lengua conlleva una riqueza cultural, literaria, artística que es imborrable y que todos deberíamos cuidar como patrimonio de nuestra Historia.


Las lenguas que se hablan en España (que no lenguas españolas, ni dialectos del castellano ni nada que se le parezca) conforman nuestra riqueza, nuestra diversidad. El que aprendamos a convivir con los hablantes de esas otras lenguas (vengan de Pontevedra, Salamanca, Alicante, Cerdanyola del Vallès, Málaga, Genil, Mallorca o Durango) sería la mejor tarjeta de visita para pasearnos por Europa y el resto del mundo. Aprender a respetar la lengua del vecino es dar el primer paso para el entendimiento mutuo. Y esa es la base para echar abajo el miedo al Otro.

Los dos argelinos que les refería al inicio lo tenían claro al hablar en castellano. Nosotros, el próximo martes, al cantar eso de «tots a una veu, germans vingau» durante la Diada de la Comunitat Valenciana, quizá podríamos sembrar la semilla para empezar a disfrutar del conocimiento de una lengua, a pesar de que no sea la nuestra; es más, por el simple hecho de que no sea la nuestra. Porque todos los idiomas, incluso el hobyot que hablan menos de cien personas entre Omán y Yemen, merecen el respeto que sus hablantes (personas como usted y como yo a fin de cuentas) también merecen.

sábado, 8 de septiembre de 2012

Sobre la corrección de textos

Por muy filólogo que sea uno, está claro que no se puede estar leyendo (y lo dice alguien que siempre va cargado de un libro o una revista) siempre con el ojo avizor, dispuesto a desmenuzar cada texto hasta el último sintagma, con tal de encontrar errores lingüísticos, ortográficos o de expresión. Sin embargo, he de reconocer que últimamente me los encuentro demasiadas veces. Saltan sobre mí como queriendo agredirme. Te salen al paso en las marquesinas de las avenidas, en los rótulos de las tiendas o empresas (no, garaje no se escribe con ge), en el nombre de las calles (las mayúsculas llevan tilde, siempre la han llevado y siempre la llevarán; la RAE no ha dicho nunca lo contrario) o en el telediario, en las apenas dos líneas que esbozan una noticia o el lugar de los hechos (aunque parezca mentira, una vez vi escrito «redacción: Mayorca*»). Me tropiezo a diario con esos errores y pienso: ya está, ya me toca convencer a alguien de que eso no es así, porque claro, «lo pone en el periódico, lo dice la tele...», «¿cómo va a equivocarse el que rotula las calles…?».

Cuando empecé la carrera de Filología, pensaba que la única salida posible era la de estudiar unas oposiciones y dedicarme toda mi vida laboral a dar clases. Día tras día. Luego fui descubriendo las múltiples posibilidades de trabajo que tiene el filólogo más allá de la puramente académica. La más obvia, la más necesaria para el buen equilibrio del mundo es la de corrector de textos. Prácticamente en todos los sectores se necesita un corrector, alguien que dé el visto bueno a lo que una empresa o una marca quieren decir. La labor del corrector no tiene que verse y solo se nota cuando desaparece y las faltas afloran. No tiene por qué estar contratado en esa empresa, sino que un mismo corrector puede ejercer en distintos sectores, como asesor externo, cobrando por servicio o por palabra, e incluso redactando textos.

Aunque, para qué engañarnos, donde un corrector ejerce a tiempo completo, dedicado mañana y tarde a su labor, es en las editoriales.

El sector del papel —libros tradicionales o electrónicos, redacciones de periódicos o revistas— debería cuidar la presentación de sus productos. Y no solo en el nivel ortográfico, sino también en el expresivo. Será cosa de la crisis (esa creencia generalizada de que los periodistas escriben correctamente y entonces para qué gastar dinero contratando una corrección profesional), pero cada vez se pueden ver más errores en libros o revistas. Errores graves. Y en editoriales de supuesto renombre: elije*, encoje*, y hasta una hera* que no se refería a la esposa de Zeus sino a la segunda acepción del diccionario.

Errores inexcusables. Errores que se repiten y consienten en una larga cadena. Porque no hablamos de editoriales de autopublicación, donde el «escritor» paga por la edición e impresión de su libro y la editorial se lava las manos, en la mayor parte de los casos, exigiendo que el manuscrito llegue corregido a la imprenta. Hablamos de editoriales grandes, donde el libro ha sido escrito por alguien que entiende de eso de escribir (supuestamente), aunque haya un negro de por medio, y quizá el texto haya pasado por las manos de un agente literario que decide enviar el manuscrito a los lectores de varias editoriales. Hasta que finalmente le llega a un editor que aprueba que salga a la luz. Es decir, el libro, con sus errores, llega a imprenta después de ser leído por muchas personas. ¿Cómo puede ser que nadie haya detectado los errores? Es posible que se achaque, como siempre, a un fallo de maquetación o de imprenta (el último de la cadena paga los platos rotos), pero no me refiero a un espacio de más o de menos, a una coma que se resbala a la línea de abajo; se trata de uves y bes que permutan, ges que se convierten en jotas, tildes y haches que desaparecen…

Si mantener el ritmo de publicación y el caché de los escritores que más venden significa que los libros salgan plagados de faltas, conmigo no cuenten. Al autor hay que corregirle y, lo más importante, explicarle por qué esas correcciones enriquecen su texto (correcciones no solo ortográficas, sino de estilo o de expresión). Cuando leo un «hubieron personas» dejo de leer, porque eso no es un error justificable (¿cuántas veces se ha oído eso de que la uve está muy cerca de la be en el teclado?), porque eso demuestra que uno no se preocupa de lo que escribe ni, lo que es peor, de quien lo va a leer.

Gracias a, o por culpa de, las nuevas tecnologías (blogs, chats literarios, prensa digital…), está surgiendo todo un ejército de «nuevos escritores», curtidos a base de lecturas de clásicos o contemporáneos que, hinchados los oídos y el ego, escriben una literatura cargada de metáforas que no llevan a ninguna parte, poesía en prosa o prosa poética que no hace más que reincidir en errores comunes y cuya lectura no dice absolutamente nada; salvo, quizá, el demostrarse a ellos mismos el genial dominio que tienen del diccionario de sinónimos.

Lo primero que debería enseñarse en los cursos de escritura creativa (por favor, si a alguien le gusta escribir, que no se quede solo en eso, escribiendo para conocidos y amigos que le regalan el oído a cada frase: que lea teoría sobre el tema, que vaya a cursos; que se ejercite, vamos), lo primero que deberían explicarnos, y obligarnos a cumplir, es que todo texto, largo o breve, de opinión o de creación, de ficción o real, tiene que decir «algo» (utilizando cualquier excusa). Y claro, es mejor que lo diga enseguida. Si he de esperar dos párrafos (o cincuenta páginas) a enterarme de qué va la cosa, es muy probable que ya esté leyendo otro artículo u otro libro.

Pero ese ya no es el asunto de estas líneas. Una vez acabado nuestro texto, démosle un repaso. Posiblemente se nos habrán pasado algunas cosas, podremos quitar o añadir una frase, cambiar una palabra por otra más adecuada, evitar repeticiones. Tal vez nos hayamos comido una palabra o una letra. Aquí conviene que lo lea otra persona, porque nosotros, como autores, leemos aquello que queríamos escribir y podemos pasar por alto bastantes errores, a pesar de que repasemos nuestras palabras una y otra vez. Por eso es importante, sobre todo cuando el texto va dirigido al «gran público», recurrir al corrector profesional, a alguien que lea «hubieron personas» y frunza el ceño. De lo contrario, apañados vamos.

miércoles, 29 de agosto de 2012

Un saco de huesos

«Comparado con el hombre más vulgar que camina por la faz de la tierra y proyecta allí su sombra -dijo supuestamente Hardy-, el más brillante de los personajes de una novela no es más que un saco de huesos».

La cita de Stephen King está en la página 51, capítulo 3, de esa primera edición de Un saco de huesos (noviembre de 1998) que publicó en cartoné la editorial barcelonesa Plaza & Janés. El libro sigue estando sobre la estantería. Aguantó un brote de humedad hace unos cinco años en la pared donde está ubicado y ahora sus páginas están amarillentas y arrugadas. Parece más antiguo de lo que es, a pesar de que ya tiene casi quince años.

De Stephen King no he leído tanto como me gustaría, aunque sí sus obras principales (Carrie, It, El resplandor, Apocalipsis...). Cuando devoré Un saco de huesos (cayó en dos o tres días de lectura constante) yo tenía quince años y recuerdo que pasé miedo. Mucho miedo.

Y para alguien que, en aquel entonces, gracias al programa aquel de La 2 de TVE, Alucine, había visto la saga de Pesadilla en Elm Street, alguna de Muñeco diabólico y tres o cuatro de Viernes 13, además de otros clásicos del terror como La matanza de Texas o La noche de los muertos vivientes, eso de «pasar miedo» era algo habitual. Además, y como inciso, pocas películas consiguen provocar un miedo visceral y profundo. La mayoría basa ese terror en sustos provocados por subidas de volumen y acordes estridentes de la sección de cuerda de la orquesta que graba la banda sonora (véase, si no, la serie de Paranormal activity). Ni siquiera las escenas más sangrientas (las de la eterna saga Saw o las de Destino final) consiguen remover un poco el estómago acostumbrado.

Para miedo miedo, el que pasé cuando vi Al final de la escaleraEl resplandor (la versión de Kubrick) o, más recientemente, Llamada perdida (la original japonesa), la española Rec (lo reconozco: salí del cine corriendo para el coche) y la uruguaya La casa muda.

De esas tres últimas películas, por cierto, hay remake estadounidense. ¡Qué manía que tienen los americanos de hacer remakes!

Pero a lo que íbamos: Un saco de huesos. Volví a recordar esa gran novela de Stephen King cuando descubrí hace poco que contaba con una versión cinematográfica (de finales de 2011) en forma de miniserie para la televisión. Dos capítulos. Con Pierce Brosnan en el papel del novelista Michael Noonan. ¿Sería como esa otra adaptación televisiva sobre libro de King, El resplandor, protagonizada por Rebecca De Mornay? ¿Un guión débil, un actor famoso y el reclamo en grande «basado en una obra de Stephen King»? Tenía que verla.

El encargado de dirigir la miniserie fue Mick Garris, quien también dirigió la versión de 1997 de El resplandor (la actuación de Steven Weber en el papel de Jack Torrance no tiene ni punto de comparación con lo que Stanley Kubrick sacó de Jack Nicholson) y esa otra miniserie (muy larga, aunque interesante y con guión del propio autor de Portland) basada en una novela de Stephen King, Apocalipsis, que el año próximo tendrá su versión cinematográfica dirigida por Ben Affleck.



Un saco de huesos es una novela densa, profunda, donde los sueños, los recuerdos del narrador (el novelista Mike Noonan) hacia su esposa fallecida Johana, las dudas sobre ella, el oficio de escritor, los maleficios del pasado y el paisaje de Maine adquieren una importancia singular. ¿Todo eso puede ser trasladado a la pantalla, aunque sea en dos sesiones de una hora y veinte minutos? Pues no.

Por eso casi todas las adaptaciones de libros (la única excepción que me viene ahora a la cabeza es la película El club de la lucha, que complementa e incluso supera a la novela de Chuck Palahniuk; claro que detrás de la cámara estaba David Fincher) pecan de dejarse cosas en el tintero, eliminar personajes y simplificar tramas. Muchos lectores, cuando van al cine a ver esas adaptaciones, se quejan de eso mismo: que si el protagonista no tiene la misma edad que tenía en el libro, que si han cambiado la época, que si este personaje que tanto me gustaba no tiene el peso que tenía en la novela...

Por supuesto. Se trata de una «adaptación». Para original ya tenemos el libro.

Quizá como yo había leído el libro hacía quince años vi la miniserie desde otra perspectiva. Está claro que el Michael Noonan de la novela de King no podría haber usado nunca un iPad, pero la esencia principal estaba ahí: la muerte de la esposa (aquí ocurre de otra manera), el bloqueo del escritor, la cabaña junto al lago, la maldición que parece perseguir a los habitantes de esa zona por un terrible suceso del pasado, la pequeña Kyra y su madre Mattie, etc. La forma de presentarlo no puede ser igual que en la novela, obviamente. Así que considero que es una adaptación muy respetable de la novela (y sí, hay cinco o seis sustos provocados por subidas de volumen y acordes estridentes de la sección de cuerda), conociendo la complejidad de la misma.

Otra cosa es el título que decidió ponerle a la miniserie algún avispado productor o director de cadena. ¿La maldición de Dark Lake? Por favor...

viernes, 24 de agosto de 2012

Salobreña en la retina

Es la tercera vez que voy a Salobreña. Esta población se encuentra en el centro de la costa de Granada, la llamada Costa Tropical. La segunda vez que fui era diciembre y tocó quitarse las chaquetas porque estábamos a unos veinte grados. De ahí lo de «tropical». En la misma página web del Ayuntamiento de Salobreña nos indican que la media anual es de 17ºC, «con medias invernales en torno a los 12º y de 24º en los meses más cálidos».

No solo el clima es agradable. El paisaje es otro punto a su favor. Y, sobre todo, los contrastes de ese paisaje: playa de arena y playa de piedras, separadas por un peñón, un casco antiguo de casas blancas y calles estrechas que forman un laberinto coronado por un castillo árabe...


El peñón desde un chiringuito de la playa 
Así anochecía desde lo alto del peñón 
De fondo se aprecia el castillo de Salobreña 
Desde el peñón se lanzan algunos intrépidos

En mis dos primeras visitas siempre me alojé en el Hostal Jayma, en pleno centro de la ciudad, a un paseo de la playa y en mitad de toda una variadísima oferta de restaurantes y bares. Un hostal totalmente recomendable, familiar y con unas habitaciones exquisitas.

Sin embargo, esta vez quería cambiar. Y me alojé en el Best Western Salobreña, un hotel de tres estrellas cuya única pega es que dista unos tres kilómetros del centro del pueblo. Se trata de un hotel familiar, con múltiples actividades organizadas y desarrolladas por los monitores, dirigidas a todos los públicos y desde bien temprano. A partir de las diez de la mañana ya estaban buscando voluntarios para apuntarse a piragüismo, buceo, juegos alrededor de la piscina, waterpolo, voleibol acuático, gimnasia... Y por la noche siempre había fiesta: música en directo, espectáculos cómicos, etc. Para todas las edades, que para eso es un hotel familiar. Precisamente esa fue una de las críticas que leí (en páginas como TridAdvisor, por ejemplo): que, al ser familiar, había demasiados niños. No fue un problema. En todo momento se respetaban los horarios de sueño, quizá porque todos estábamos agotados. Así que pudimos hacer siesta (hasta las seis de la tarde, luego ya ponían la música en la piscina) y pudimos dormir por las noches plácidamente. Además, el hotel ha construido recientemente (ni siquiera en las fotos de la página web aparece) una piscina para los más pequeños, justo al lado de la principal.

Hablaba antes de que el único problema era la distancia que separaba el hotel del pueblo, pero eso también es su mayor ventaja. Ubicado en lo alto de un acantilado, las vistas desde el hotel son magníficas. Desde el balcón de la 238, donde estábamos alojados mi novia y yo, esto es lo que se veía:


En el centro de la imagen está el peñón y a la izquierda queda el castillo de Salobreña. Levantarse por las mañanas y ver este paisaje, con sus diferencias y sus matices, no tiene precio. Unos días, la bruma impedía ver más allá del mar; otros, la claridad te hacía distinguir hasta las sombrillas de la playa. La mayoría de las veces, el mar se confundía con el inicio del cielo. ¿O era el cielo el que se confundía con el final del mar?

Como el casco histórico ya lo habíamos visitado, incluyendo el castillo (recomendación: lleven calzado muy cómodo, las cuestas pueden llegar a ser traicioneras), únicamente pisamos el centro para cenar una noche (en el Bar Pesetas, parada obligatoria y excelente su leche frita) y otra para asistir a un concierto en directo de jazz a cargo de dos guitarristas, dentro de un ciclo de música organizado por el Ayuntamiento e interpretado por distintos rincones de ese laberinto interior.

De esta tercera visita, que no será la última, me quedo con un par de descubrimientos. El primero es una calita que hay justo debajo del hotel y a la que se accede por unas empinadas escaleras (de nuevo la recomendación de llevar calzado cómodo). Vale la pena el cansancio y la caminata. El resultado es este.

A la cala también se puede bajar en coche, así que no hay excusas
Calma. Silencio absoluto, roto solamente por las olas chocando contra las piedras. Aguas cristalinas. Peces nadando a tu alrededor.

El segundo descubrimiento es el de un Ayuntamiento preocupado por su municipio, por sus vecinos y por los que vienen de fuera, que en los meses de verano son muchos. Eso se nota en el programa de actos para julio y agosto (conciertos, exposiciones, visitas guiadas, etc.) y en el cuidado y el respeto por la memoria y el pensamiento de sus ciudadanos. En la plaza principal, bordeando el edificio del Ayuntamiento y un auditorio que ya quisiéramos muchos para nuestra ciudad, colgado de todas las palmeras, una preciosa iniciativa llevada a cabo por Ángel Arenas: el Banco de la Sabiduría Popular, una serie de frases que invitan a la reflexión.

Hice fotografías de todos esos pensamientos que vecinos y vecinas de Salobreña habían «cedido» a ese banco de sabiduría, pero me quedo con el primero que encontré. Suerte, o quizá defecto profesional.


Le doy toda la razón a María Jesús: enseñar lo que uno sabe es de lo más hermoso que se puede hacer por los demás.

domingo, 5 de agosto de 2012

Tengo "la" camisa

Espero que me permitan un poco de publicidad subliminal. Aunque de subliminal no tiene nada, la verdad. Les dejo con el último anuncio de Ariel, presentando las nuevas Ariel Excel Tabs.





El hermano mayor es quien habla primero, indicando que su hermano pequeño tiene una cita. Y el otro se explica: «Fundamental ir hecho un pincel. Por suerte tengo la camisa», remarcando bien el artículo determinado.


Como nos explica la Nueva gramática de la lengua española, editada en 2009 por la RAE, el   «artículo determinado del español procede, en efecto, del demostrativo latino ille / illa / illud, la misma forma que dio origen en nuestra lengua al pronombre personal de tercera persona y, con la adición de un refuerzo deíctico, también al demostrativo aquel».


Son palabras átonas, que forman grupo acentual con la primera palabra tónica que los sigue. Todavía recuerdo esas clases de Historia de la Literatura Española, en el último curso de Filología Hispánica, escribiendo fonéticamente párrafos y párrafos. Todas las palabras tienen acento (aunque no todas lleven tilde gráfica, claro está), salvo pocas excepciones, entre las que se encuentran los artículos determinados, que siempre carecen de acento léxico, salvo cuando recibe el acento contrastivo, tal y como sucede en el ejemplo del anuncio.


Volvemos a la Nueva gramática, volumen I, apartado 14.2d, página 1032:
El artículo determinado puede recibir acento contrastivo para enfatizar el rasgo de definitud de un grupo nominal, por oposición a otros valores de determinación o cuantificación que pudieran asignársele, como en El florecer de la agricultura no es ni siquiera un problema importante: es el problema. El artículo no es clítico del sustantivo en esta secuencia, ni forma con él una palabra fonológica. Posee, pues, su propio acento, que recibe una interpretación enfática.
Más tarde, la misma RAE nos referirá que este «recurso es empleado con frecuencia creciente en el lenguaje publicitario, como en Raleigh es EL cigarro (anuncio mexicano), es decir, "el cigarro por excelencia o por antonomasia", o en La Paceña es LA cerveza (anuncio boliviano)».


Aquí tienen el anuncio de Raleigh de los años 60 y, después, un anuncio de la cerveza Paceña que, aunque no contenga sí contiene un grito que hago mío: «Que viva La Paz», aunque en esta ocasión se refiera a la ciudad boliviana. O no...





El anuncio de Ariel y el de Raleigh contienen ejemplos de ese uso enfático del artículo determinado. Recuerden: son anuncios o cuñas (o también avisos o comerciales, aunque el Diccionario panhispánico de dudas nos advierte que esos dos últimos usados únicamente en América), evitando emplear el anglicismo spot.


En cuanto al objeto en cuestión de la publicidad (la camisa por excelencia, la que al hermano pequeño le da suerte con sus citas), ya habrá tiempo en otra ocasión de estudiar su etimología.

jueves, 19 de julio de 2012

#NoveldaenFiestas2012

Otro año más, Novelda está en Fiestas.


Aunque el sábado pasado pudimos escuchar el excelente pregón de la abogada noveldense María Jesús Navarro Alberola, acto en el que el azar quiso que Ester Canicio Sánchez (del barrio María Auxiliadora) y la pequeña Nerea Seller Tomás (representando al barrio La Garrova) salieran elegidas, respectivamente, como Reina Mayor e Infantil, de Novelda; aunque desde aquel día ya hemos podido disfrutar de algunos conciertos y actividades, no es hasta hoy, día 19 de julio, cuando se da el verdadero pistoletazo de salida de nuestras Fiestas.


Nuestras Reinas 2012

Un día cargado de actos, todo hay que decirlo: desde muy temprano con el recorrido de kábilas, que se alarga hasta mediodía. Y por la tarde, apenas con el tiempo justo de comer algo con la filà y arreglarse, a las 18:00 h, la Entrada de Bandas y el posterior Desfile de Capitanías, que culminan con las Embajadas Mora y Cristiana.

El mejor aperitivo para, ya a partir de las diez de la noche, el tradicional concierto que el Orfeón noveldense «Solidaridad» y la Unión Musical «La Artística» celebran en la explanada del Santuario de Santa María Magdalena, lugar desde el cual, justo a medianoche, tiene lugar el sorteo de números que acompañarán a nuestra Patrona durante la Bajada. Media hora después, y por las mismas calles por las que el 21 y el 23 discurrirán los Desfiles, empieza la Retreta.


Concierto en el Castillo, julio de 2011

Unos días muy intensos, como se ve, que culminarán el próximo 25 de julio con una mascletà nocturna (la crisis ha podido con los fuegos artificiales) y que aún se estirarán hasta el primer lunes de agosto, momento en el que la Santa volverá en romería desde la iglesia barroca de San Pedro, en pleno centro de Novelda, hasta el Santuario modernista de La Mola. Entre medias, pasacalles, desfiles, procesiones, misas, feria, conciertos, carreras (la más importante, por antigüedad, la carrera ciclista del día 22 por la mañana; otra, por espectacularidad y atracción turística, la Cross Nacional Subida al Santuario que organiza el Club Atlético «Carmencita», que ya va por su vigésimo sexta edición).

Pero quedémonos en el día de hoy: 19 de julio. Después de la Entrada de Bandas y antes del Desfile de Capitanías tiene lugar la interpretación del pasodoble festero Novelda en Fiesta, con letra del poeta local Francisco Antonio Montero Ruiz y música de un servidor. Todo un honor el poder abrir las Fiestas de mi ciudad.



La historia de este pasodoble es muy reciente. Hace unos dos años, José Eugenio Pérez, Presidente de la Junta Central de Comparsas, se dirigió a mí y otros compositores locales para comentarnos la idea que llevaban: darle un nuevo aire al reciente acto de interpretación del pasodoble Novelda, del maestro Molina.

Ese pasodoble, cuya letra está compuesta por Brauli Montoya, se llevaba tocando desde hacía muy poco, cuatro años para ser exactos (precisamente yo fui el encargado de dirigir a todas las bandas en la edición de 2009), siguiendo la estela de poblaciones vecinas, como Elda o Petrer, donde sus respectivos pasodobles (Idella y Petrel, ambos del maestro Miguel Villar) son coreados por cientos o miles de personas. Sin embargo, en Novelda este acto parecía no terminar de calar. Una letra relativamente larga (lo que complica que se aprenda de memoria), sumado a un pasodoble hermoso aunque sentado, parecía no ser lo adecuado para comenzar con energía el primer día de Fiesta. Por ello fue que la Junta Central convocó a los compositores locales para elaborar un pasodoble festero, movido y con garra, para que fuera interpretado tras la Entrada de Bandas.

Y a eso me puse en cuanto me lo comunicaron. No pedí nada a cambio, por supuesto. Si salía elegido entre aquellos que se presentasen, ya estaba pagado. Y quizá fue ese hecho, el que era una composición que había de regalarse a Novelda, lo que provocara que fuéramos pocos los que nos lanzamos a escribir unas melodías y unos acordes para celebrar los Moros y Cristianos de nuestra tierra.

No era lo primero que escribía para Fiestas, claro está. Antes había compuesto Des-filà (pasodoble) y Baixen els Desbaratats (marcha cristiana), ambas dedicadas a escuadras de la comparsa Mozárabes. Se pueden escuchar aquí. También, aunque no sea un pasodoble festero, compuse Luis 'el Pasiego', dedicado al cabo de la filà La Polseguera, de Astures. Y para esta comparsa se irá también mi última pieza, una marcha cristiana que se estrenará el año que viene.

Obviamente, el pasodoble Novelda del maestro Molina (dedicado a todo el pueblo noveldense) no queda en el olvido, y de hecho se interpreta abriendo los desfiles, en pasacalles de barrios, conciertos, etc. Sin ir más lejos, esta misma noche, en el concierto de la explanada del Santuario que he referido antes, la última pieza siempre es este pasodoble, himno de Novelda, cantado por el Orfeón y tocado por «La Artística».

El 26 de febrero de 2011 se estrenaba Novelda en Fiesta en el Centro Cívico y Social, interpretado por la Unión Musical «La Artística» y dirigido por José Antonio Llinares Igual. Pocos días después me comunicaron que había sido elegido para interpretarse tras la Entrada de Bandas. Además, me dijeron que fuera yo quien lo dirigiera en esa primera ocasión. Doble honor. Como he comentado antes, ya había dirigido a todas las bandas dos años antes, pero hacerlo aquella vez con un pasodoble compuesto por mí para todos los festeros de mi pueblo es algo que no se puede expresar con palabras.

Y así, el 19 de julio del año pasado salí al balcón del Ayuntamiento para ponerme al frente de cientos de músicos llegados de toda la provincia para dirigir Novelda en Fiesta, mi granito de arena a las Fiestas de Moros y Cristianos. Ahora, además del pasodoble Novelda, de Molina, y del Himno de los Moros y Cristianos de Novelda, del maestro Villar, se cuenta con otra pieza musical que recoja el sentir de los noveldenses en estos días mágicos. Y eso enriquece la Fiesta. Porque todo suma.





Además, Novelda en Fiesta tiene letra. Como he dicho al principio, fue mi amigo y poeta Francisco Antonio Montero Ruiz quien compuso esos versos adecuándolos a la música. Aquí están:

Viste Novelda en verano
la culpa de dos castillos;
quieren ser los jazmineros
custodios de María Magdala.

Toca julio su tostón
por las calles del bracete,
con filàs que son de moros
y las otras de cristianos.

Quiere el Sol
que desfilen las chilabas.
Quiere el Rey
que se vean sus almenas.
Porque así a la fiesta
y a nuestra romería,
vendrán las bandas,
traerán canción.

Verde y blanca noveldera,
si el aledo va a buscarte
ponte lazos de Glorieta,
que al pasodoble
te sacará a bailar.

Y en agosto devolveremos
racimos de calaveras,
que despierta el campanario
camino de la Mola,
y al final las escaleras.

Viste Novelda en verano
la culpa de dos castillos;
quieren ser los jazmineros,
quieren ser los jazmineros
custodios de María,
de María la de Magdala.



Una letra corta, muy pegadiza, que se repite así como se repite la música, plagada de referencias a Novelda y nuestras Fiestas: los dos castillos, los jazmines que engalanan la Patrona, las filàs de los dos bandos, la romería, las bandas, la música, la Subida, el verde y blanco de nuestra bandera, etc.

Una letra que nos podrá gustar más o menos, pero que representa a la perfección aquello que somos como novelderos y, ante todo, aquello que somos durante estos días de Fiesta.

Aparquemos la crisis durante esta semana. Es difícil, pero intentemos disfrutar lo máximo, con la familia, con los amigos. Estas Fiestas serán únicas.


¡¡FELICES FIESTAS PATRONALES Y DE MOROS Y CRISTIANOS 2012 A TODOS!!

sábado, 7 de julio de 2012

Aún queda camino por recorrer

Poco o nada une a Novelda como pueblo con las fiestas grandes de Pamplona. Salvo una pequeña calle en el barrio Sagrado Corazón, paralela al Paseo de los Molinos, pequeña, casi sin tráfico y silenciosa, dedicada a Fermín de Amiens.




Por el contrario, yo llevo celebrando los sanfermines toda mi vida. Nací un 7 de julio, a las 6:26 de la mañana, en la calle Emilio Castelar, en casa de mis abuelos, traído al mundo por el padre de mi madre, el doctor José Jordán. Cada 6 de julio veo el chupinazo, en casa o en algún bar almorzando, y cada San Fermín me levanto pronto para ver el primer encierro. Y así hasta que se entona el Pobre de mí. ¿Me pueden gustar los encierros sin que me gusten las corridas de toros? Por supuesto. Porque una cosa es la carrera, el enfrentamiento cuerpo a cuerpo con el animal, las distintas ganaderías y sus diferencias, la cuesta de Santo Domingo, el giro hacia la calle Estafeta y otra, totalmente opuesta, la barbarie (que algunos tratan de ver como arte) de marear a un ser indefenso durante media hora, clavándole espadas, alargando su cruel destino, hasta que muere asesinado entre los vítores de la plaza repleta. ¿Dónde está el arte? ¿Dónde la cultura? Les recomiendo que vean el documental Earthlings Terrícolas»), o The Cove, o La pesadilla de Darwin. Porque todos somos seres vivos en un mismo planeta. Ninguna especie debería dominar a otra, subyugarla y maltratarla, y menos todavía por el simple hecho de la búsqueda del placer o, acabáramos, atendiendo a unas señas de identidad que, de ser así, a mí, por lo menos, no me representan.

Los puristas dirán que, gracias a las corridas de toros, el toro bravo sigue existiendo. Si es así, ¿a qué esperamos para montar corridas de linces ibéricos para que dejen de extinguirse? Nótese la ironía.



Solo una vez he estado en Pamplona; cuando tenía once años. Fue en 1994, durante un campamento veraniego que el Padre Dehon organizaba para sus alumnos en Puente la Reina (Navarra). Yincanas, deporte, noches sin dormir, trabajo en equipo, comida comunitaria, dormir al raso… Fue durante el verano del Mundial de EE.UU., cuando nuestra selección de fútbol no era lo que es actualmente. La tarde del 9 de julio, codazo de Tassotti a Luis Enrique incluido, ninguno estaba para demasiados amigos. Ha sido de las pocas veces que he celebrado mi cumpleaños lejos de mi tierra y de mi gente. Recuerdo que nos llevaron a ver una novillada de los sanfermines durante una excursión. Supongo que ahí nacería mi antipatía por la ¿fiesta? de los toros. También fuimos a ver, en Roncesvalles, la famosa piedra de Roldán, el héroe del poema épico francés, y me acuerdo de que, en un momento dado, alguien dijo: «y ahora estamos en Francia».

Mucho ha llovido desde entonces. Ahora cumplo veintinueve, veintitodos como digo yo, una cifra que me recordará todo este año que hoy empiezo que el año que viene cambiaré de decena. Como dice aquella canción de Alejandro Sanz y Paolo Vallesi, protagonista de mi verano del amor del 96: «soy un niño, a pesar de mis treinta cumplidos». Desde aquella tierna adolescencia, esa canción siempre ha estado muy presente. Es la metáfora musical del libro de James Matthew Barrie convertido en mito, en un mundo en el que cada vez somos más los que nos adherimos a la categoría de peterpanes. Porque, y siguen cantando Sanz y Vallesi, «siempre niño, que al mirarme al espejo entendí que lo importante es ser igual por dentro». Y nunca olvidaré el niño que fui, el que de alguna manera sigo siendo. Como cantaba Hiperión en la novela de Hölderlin: «en el niño haz paz; aún no se ha destrozado consigo mismo. Hay en él riqueza; no conoce su corazón la mezquindad de la vida. Es inmortal, pues nada sabe de la muerte».





Acompaño esta reflexión con una fotografía de la clase de 4º B del Padre Dehon, tutorizada por Raimundo Rizo Mira, en el curso 1992-1993. Todos esos niños han cumplido o cumplirán veintitodos durante este 2012. Todos cumpliremos veintinueve, incluso Joaquín Blas, que ya no está entre nosotros. Él también cumplirá 29 años.

Toda esa felicidad que despedíamos en la foto ha ido cambiando de destino. Antes nos reíamos de cualquier cosa, mirando a cualquier parte, yo sobre todo con los tebeos de Pepe Gotera y Otilio o los de Astérix y Obélix (o el genial libro El pirata Garrapata, ataque de risa incluido el día que me tocó leer en voz alta en clase). No teníamos teléfono móvil, ni Internet, ni videoconsola. Ni siquiera eso era ciencia ficción, porque tampoco nos interesaba el futuro más allá del próximo fin de semana. Preferíamos el recreo, el fútbol de las cinco y las tragaperras del Casino o los Lucky. En el patio volaban de mano en mano los cromos de la Liga (a pantalón o camiseta) y rodaban las peonzas (ahora se han vuelto a poner de moda; lo hacen cada cuatro o cinco años, luego desaparecen del mercado, hasta que el lobby internacional de las peonzas decide que hay que volver a sacarlas). Acabábamos de comulgar. Mi grupo lo hizo el 24 de mayo de 1992, año olímpico como este, de blanco inmaculado y cruz al cuello, ya hace de eso veinte años…

Y no seguiré por ahí, porque me estoy poniendo muy en plan «abuelo cebolleta».

Los treinta y cinco niños de la foto ya hemos crecido. Nos hemos hecho hombres. La vida nos está tratando mejor o peor, pero quiero pensar que aún guardamos dentro alguno de esos motivos que nos hacían sonreír aquel día. Y es que, por muy mal que lo estemos pasando, siempre hay un motivo para sonreír. Hace poco me encontré con una frase atribuida al escritor brasileño Paulo Co
elho: «un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo; a estar siempre ocupado con algo; y a exigir con todas sus fuerzas aquello que desea».


Hoy cumplo yo 29 años, pero no me olvido de aquellos que fueron mi clase. Los de siempre. Para que nunca nos falte una sonrisa en nuestra cara, para que siempre encontremos algo que hacer que nos llene (y, lo más importante, alguien que nos valore ese trabajo) y, por último,  para que intentemos cambiar o exigir el cambio de aquello que no nos gusta, de todas las injusticias con las que convivimos día a día. Luchemos con todas nuestras fuerzas, las mismas que teníamos cuando no levantábamos metro y medio del suelo.

Y en esas sigo. Intentando mejorar en todo, pero sobre todo intentando no cambiar esa felicidad y optimismo que se dibujaban en mi rostro. Mirando siempre al futuro, no olvidando el pasado pero sí aprendiendo de él, perdonando y agradeciendo. Así lo dice el Dhammapada de Gautama el Buda: «"Me maltrató, me golpeó, me derrotó, me robó". El odio de aquellos que almacenan tales pensamientos jamás se extingue. "Me maltrató, me golpeó, me derrotó, me robó". Quienes no albergan tales pensamientos se liberan del odio». Y culmina diciendo: «el odio nunca se extingue por el odio en este mundo; solamente se apaga a través del amor».

En este mundo de envidias y rencores, de odios que carcomen los adentros, vamos a iluminar nuestras vidas con la luz del amor. Contemplemos la Naturaleza y gocémonos en sus detalles. Ya escribí hace poco un artículo sobre la suerte de caminar por Alicante y sentir cómo nos invade el aroma del mar. Quedémonos a observar el anochecer, cómo va moteándose el cielo de estrellas; levantémonos pronto un día para ver amanecer. Escuchemos más música, leamos más filosofía, escribamos nuestros pensamientos, degustemos cada palabra de cada conversación con nuestros amigos. Demos ánimos a quien lo necesite, agradezcamos siempre con una sonrisa, perdonemos de corazón, ayudemos sin pedir nada a cambio. Esos podrían ser mis propósitos de año nuevo, en este año que hoy comienzo: seguir construyéndome como persona, porque aún tengo mucho camino por delante.


domingo, 1 de julio de 2012

Los reyes de Europa

Pocos minutos después del pitido final del partido Alemania-Italia, cuando la selección azzurra ya había eliminado a los germanos para citarse con España en la final de la Eurocopa, «Luis Enrique» era tendencia en la red social Twitter. Luis Enrique Martínez García, el dorsal 21 de la selección española aquella tarde del 9 de julio de 1994 durante el Mundial de EE.UU.


¿Recuerdan? Nos clasificamos para octavos después de dos empates y una victoria y a cuartos llegamos tras golear 3-0 a Suiza, en un equipo sin delanteros. Javier Clemente había inventado aquello del «falso nueve» que tantos quebraderos de cabeza nos da ahora... Y en cuartos nos tocó Italia. El partido estuvo más o menos reñido y se llegaba a los minutos finales con empate a uno. Pero, en el 87, y ya con 2-1 en el marcador, el árbitro no quiso ver el codazo de Tassotti a Luis Enrique dentro del área, lo que hubiera supuesto penalti y expulsión y, quién sabe, quizá forzar la prórroga. Antes de eso vino el fallo clamoroso de Julio Salinas solo ante el portero y el gol de Roberto Baggio regateando a Zubizarreta, pero la imagen para la historia fue la camiseta del jugador asturiano manchada de sangre y lágrimas. La sangre era toda suya, pero las lágrimas eran compartidas por todo un país. Yo tenía once años recién cumplidos. 


Comenzaba ahí el largo idilio de nuestra selección de fútbol con la mala suerte y las desgracias (la Eurocopa del 96, cayendo en cuartos y por penaltis; el gol en propia puerta de Zubizarreta ante Nigeria en el Mundial del 98; el penalti a las nubes que Raúl mandó en el último minuto, en la Euro de 2000, donde podríamos haber llegado a la prórroga contra Francia; las decisiones arbitrales del egipcio Al-Ghandour y su linier de Trinidad y Tobago en el Mundial de Corea y Japón en 2002; eliminados en primera ronda en la Eurocopa de Portugal 2004 y el repaso que nos dieron Zidane y los suyos en los octavos de final de Alemania 2006), hasta que, precisamente contra Italia, en aquella tanda de penaltis en la Eurocopa que celebraban Austria y Suiza en 2008, pudimos pasar de cuartos y luego ganar el trofeo.


Pero llevamos más de noventa años sin ganarle a Italia en partido oficial. Durante esta Eurocopa pudimos dejarla atrás, si hubiéramos pactado el empate a dos contra Croacia en el último partido de la fase de grupos. Nos pudo el orgullo patrio y las ansias de ganar, pero yo no me olvido de Luis Enrique... La vendetta no ha terminado, a pesar de que el propio jugador está cansado de que siempre se recurra a él cuando nos enfrentamos a los italianos. No importa.


Esta tarde le debemos una victoria a él, a Luis Enrique, a la historia, a la sangre derramada, al tabique nasal partido. Esta tarde hemos de ganarle a Italia en la final, y no por penaltis; ganarle bien, desplegando nuestro juego, para poner en equilibrio el mundo. Si es posible, 4-0 y en la primera parte, para no sufrir demasiado.


De la crisis ya hablaremos mañana. Esta noche toca volver a vaciar las calles para llevar en volandas a la Roja. Ya pudimos hace cuatro años, ya lo hicimos en Sudáfrica. La triple corona es posible. Esta noche volveremos a ser, aunque sea en fútbol, los reyes de Europa.

miércoles, 27 de junio de 2012

La RAE se actualiza

Hace unos días, la RAE dio a conocer un listado con algunas de las novedades que incluirá la nueva edición del diccionario, la vigésimo tercera, que se publicará en 2014, coincidiendo con el tercer centenario de la institución. Aquí lo tienen.

Entre esas casi 1.700 novedades los medios de comunicación destacaban la nueva acepción para matrimonio, al que a partir de ahora se define, también, como «unión de dos personas del mismo sexo, concertada mediante ciertos ritos o formalidades legales». Esto es, no se elimina ninguna acepción, sino que se propone una nueva.

De hecho, desde la página web de la Academia, ya se puede ver cómo quedará definida esa controvertida palabra, controvertida desde el momento en que el Partido Popular interpuso un recurso de inconstitucionalidad después de que el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero permitiera el matrimonio entre personas del mismo sexo en 2005.


Mucho se ha hablado, escrito, debatido y discutido desde aquel recurso. El PP ha intentado hacer sangre con el hecho de que se llamara matrimonio, alegando que en la etimología (¡?) de la palabra no entraba tal despropósito. Este vago argumento es el que todavía se esgrime para criticar la nueva acepción del diccionario.

Pero lo cierto es que ni siquiera la etimología está clara, aunque parece que, lo más probable, la palabra provenga de matris («madre») y munium («cuidado»); esto es, «cuidado de la madre», dando por hecho que ha de ser la madre la que cuide al fruto del matrimonio, en un tiempo, ya plenamente superado, en el que para tener hijos había que estar (al menos, en principio) unido legalmente.

Desde mi punto de vista filológico, la etimología nos habla de cómo han evolucionado las palabras, nos explica la forma de escribirlas, nos cuenta a veces una historia o una anécdota sobre su formación o creación, pero no podemos vivir anclados en el significado ancestral de una palabra, impidiendo la evolución y adecuación de nuestra lengua a la forma de pensar y sentir actual. Pienso que la RAE ha hecho bien adecuando esa nueva acepción a la palabra matrimonio, porque, mal que le pese a algunos, vivimos en el siglo XXI y no por dejar de nombrar algo o denominándolo de otra forma terminaremos con ello. Hoy por hoy, los matrimonios homosexuales existen, es un hecho que la mayoría de la población acepta, comprende y respeta, más aún cuando son leyes que amplían derechos y libertades a conciudadanos nuestros sin menoscabar la libertad ni los derechos del resto.

Un punto a favor para la Real Academia. Enhorabuena.

Igualmente perfecta la inclusión de la palabra blog. Hasta ahora, tal y como expliqué en una entrada anterior, se reconocía tal palabra aunque remitiéndonos a bitácora. Eso fue en el Diccionario panhispánico de dudas. Hoy ya podemos escribir correctamente blog, que la RAE define como «sitio web que incluye, a modo de diario personal de su autor o autores, contenidos de su interés, actualizados con frecuencia y a menudo comentados por los lectores»; y nos podemos referir a las personas que crean o gestionan este tipo de páginas como blogueros.

Y es que la RAE tarda (a veces más o menos, con mayor o menor acierto y recibiendo más o menos críticas), pero siempre intenta actualizarse. Este es el caso de nuevas palabras que ya se reconocen y aparecerán en la nueva edición del diccionario, como sociata, pepero, gayumbos, SMS, canalillo, USB (y memoria USB), chat, culamen, tableta (con el significado de tableta electrónica), sudoku, okupa, etcétera.

Sin embargo, hay una palabra en concreto que no me acaba de convencer, no por la idoneidad o no en su inclusión, sino por la ortografía que la RAE ha propuesto. Se trata de friki, que la Academia define de esta manera:


La RAE ha preferido mantener en esta ocasión la -k- etimológica.

En otras palabras, quiosco por ejemplo, ha hecho lo contrario (ya lo expliqué en una entrada pasada que dediqué a la letra k), adecuando la ortografía. Y así, aunque en un primer momento (en 1884) la palabra kiosco apareció así, con k- inicial, en la siguiente edición, 1899, nos dirigía a quiosco.

Pero, ¿y la palabra okupa? ¿También lleva -k- intervocálica y ahí no hay problema? Son casos diferentes, y más aún cuando la misma RAE, en la explicación que precede a las acepciones, nos dice: «acortamiento de ocupante, con k, letra que refleja una voluntad de transgresión de las normas ortográficas».

No hay muchas palabras en nuestra lengua que contengan una -k- intervocálica. De hecho, únicamente me vienen a la cabeza cuatro: kiko (de origen incierto), karaoke (voz tomada del japonés) y esas dos que ahora la RAE introduce, okupa y friki. Y mucho me temo que esa -k- de friki no pretende transgredir ninguna norma ortográfica. ¿Por qué no escribir friqui? Es más, la Fundación del Español Urgente (Fundéu), asesorada por la Real Academia de la Lengua Española no lo olvidemos, ya respondió en noviembre de 2008 a una consulta sobre esa palabra. Y en esa ocasión dijo:
La RAE aún no ha incluido esa voz [friki/friqui] en el diccionario. La forma más aconsejable de escribirla es hispanizándola como friqui, y puede escribirse sin comillas ni cursiva, es decir, en redonda, como una palabra más de nuestra lengua.
Poco más que añadir, ¿verdad? La RAE aún está a tiempo de corregir. Espero que lo haga, más que nada para ser coherentes con la palabra quiosco, si es que alguien prefiere escribir friki por etimología y prefiere referirse al matrimonio solamente a la unión entre hombre y mujer usando la misma excusa. Ya he dicho antes que la etimología no debería ser un arma para combatir más allá de lo estrictamente lingüístico.

Para terminar, una curiosidad, que me llegó vía Twitter a través del usuario y amigo @ClimCulture sobre el posible uso de la palabra friqui en español:


Inmediatamente me explicó: «Provenía de una interpretación del inglés "free-climb"», que la verdad es que tiene una pronunciación muy cercana al original freaky y a nuestro friqui. ¡Impresionante!


Y ahora solo me queda una duda final: ¿la RAE hará caso de esta entrada tan friqui? ;-)