lunes, 23 de abril de 2012

Feliz Día del Libro (electrónico)

El escritor Andreu Martín (al que toda mi generación conocerá por ser el coautor, junto con Jaume Ribera, de las aventuras del detective juvenil Flanagan) lo explica magistralmente en el siguiente vídeo.



Nos podrá gustar más o menos, pero este es el futuro, viene a decir Andreu. Y el ejemplo del caballo es genial. Aunque contamine, aunque no sea tan romántico, todos hemos dejado ese medio de transporte arcaico y nos hemos pasado al coche. Es más, ahora buscamos vehículos ecológicos, que gasten menos y apenas produzcan emisiones de dióxido de carbono a la atmósfera. En ese sentido, como en otros muchos, nos hemos modernizado.

Sin embargo, a la literatura (o a la cultura en general) aún la seguimos considerando un arte exclusivo. No solo por el acceso a ella por parte de los escritores noveles, sino por la adquisición por parte de los lectores.

Por un lado tenemos el mercado sobresaturado: cientos de editoriales que publican miles de ejemplares invisibles, pues únicamente están a la vista, en librerías o grandes superficies, una semana. Y eso cuando hablamos de una editorial medianamente solvente con un nivel de distribución aceptable. Por lo general, son las grandes firmas editoriales las que copan los estantes de promoción con autores traducidos o nacionales que van a vender, que venderán sí o sí, que ya han nacido con espíritu de best seller. El resto de volúmenes se devuelve a la editorial, donde serán descatalogados y destruidos pasado un tiempo. Y ahí es donde termina la carrera de ese autor. Porque, con un libro publicado que no ha vendido nada, ¿qué editorial se querrá lanzar de nuevo al ruedo?

Por otro lado, los lectores tienen que sufrir el elevado precio de los libros: novedades rondando los 25 euros (¿cuándo, antes del euro, costaba un libro de género narrativo más de cuatro mil pesetas?, pero esa es otra historia), libros de bolsillo a 10 euros...

El mundo editorial, tal y como tradicionalmente lo conocíamos, está cambiando. A marchas forzadas, pero está cambiando. Pero dejaré que sea de nuevo Andreu Martín, quien en su blog, inaugurando la serie «Digitalizarse», publicó este «Aviso a futuros escritores y amantes de la lectura»:
  


Poco más se puede añadir.

La industria editorial actual la podríamos dividir en tres grantes grupos: los gigantes de la edición, esas editoriales que solo publican best sellers, premios de novela importantes o grandes autores de renombre internacional; las medianas editoriales, que por lo general andan agobiadas ante el aluvión mensual de manuscritos que les llegan; y las pequeñas editoriales que tienen un círculo de distribución muy corto. Me dejo a un lado, por no considerarlas editoriales propiamente dichas, aquellas empresas de impresión que ofrecen «servicios editoriales» a cambio de sacarle a un autor novel ilusionado dos o tres mil euros para que este tenga el placer de ver publicado su libro. Publicado sí, mejor o peor editado, con mayor o menor calidad, pero apenas (o nada) distribuido. En el mejor de los casos, esa editorial moverá el libro por librerías de su ámbito comarcal o provincial, lo colgará en su página web y será el autor el que tenga que vender y promocionar la obra, casi siempre mediante la realización de varias presentaciones. Solo así podrá recuperar parte de su inversión, por lo general un 10%, que parece mucho, pero no nos olvidemos que el autor ya ha pagado por adelantado.

Así que la única opción para el escritor novel es la autoedición (pagar por un ISBN único, ir a una imprenta y costearse la edición), que conlleva varios problemas. El principal: tener doscientos o trescientos libros en su casa esperando poder colocarlos, volúmenes que acabarán, en su mayoría, siendo malvendidos o regalados a familiares o amigos. Y de nuevo habrá de preparar numerosas presentaciones (¿para vender, cuánto, veinte o treinta ejemplares por sesión?). Esta vez, el beneficio será mayor; únicamente tendrá que dar la parte correspondiente a la librería, el resto es suyo, aunque tampoco nos olvidemos que el autor, en este caso, también ha pagado por adelantado la edición de su obra.

En esos dos casos, habitualmente era la editorial la que arriesgaba su dinero y luego trataba de recuperarlo. Si así lo hacía y el escritor novel vendía mucho, era seguro que ese autor volvería a publicar. Aunque, claro está, siempre se ha dicho que lo difícil no es vender la primera novela, sino la segunda.

No obstante, si el escritor novel no tiene o no quiere invertir parte de sus ahorros en ver cumplido un sueño, siempre se puede recurrir a la edición digital (Amazon, Smashwords...). Ahora es el autor el que controla todo el proceso editorial: desde la creación, por supuesto, hasta la promoción del libro, pasando por la edición, maquetación, diseño de portada, etc. No es tan romántico como oler la hoja del papel recién salida de la imprenta, ese tacto liso de la página cargada de palabras y de historias, el lomo grueso o plastificado, el poder admirarlo una y otra vez en las estanterías combadas de nuestra habitación..., pero es el futuro. Y de los escritores depende el que se quieran subir al carro del futuro. ¿Que así se publicará cualquier cosa, incluso con faltas de ortografía? También, aunque también puede significar que el oficio de corrector siga en valía.

¿Y qué pasa con la temida piratería? Está claro que la piratería ha invadido el mundo de la cultura. A pesar de que es un tema generalizado, tendemos a relacionarlo casi exclusivamente con la industria discográfica, con la música. Descargarse una canción ilegalmente es delito, pero mientras no exista una legislación clara y contundente al respecto, quejarse es sinónimo de inmovilismo. Hay que buscar otras opciones.

Son muchos los artistas que, alejados de los grandes sellos discográficos, se han lanzado a publicar gratuitamente sus canciones en la web (me vienen a la cabeza ahora mismo Canteca de Macao, D'Callaos, La Pegatina y muchos otros). Obviamente, la cultura no es gratis. ¿Dónde ganan dinero estos artistas? Realizando conciertos. En estos casos, la publicación gratuita de sus discos, mediante descarga o en otras plataformas como Spotify, es un modo de promoción. Muchas descargas, muchas reproducciones significarán eventos futuros, festivales a los que acudir, salas que los llamarán porque hay un público fiel que va a asistir.

Es un error pensar que eso no es extrapolable al mundo de la escritura (de la escritura 2.0, como decía en este blog hace un año): el autor no dará conciertos ni podrá cobrar entrada allá donde vaya, pero si su libro entra en una de esas páginas de descargas ilegales de libros electrónicos y por un casual se convierte en el más descargado y leído del año, seguro que algún periódico le pagará por escribir, seguro que le llamarán para dar conferencias. Y quizá, quién sabe, alguna editorial le dé un adelanto por publicar su próximo libro en formato físico.

Aunque existen modos de evitar esa posible piratería: en primer lugar, el registro de la obra en la Propiedad Intelectual, después la adquisición de una licencia Creative Commons que proteja la creación a nivel internacional y, sobre todo, ofrecer el producto final, el libro, a un precio digno y asequible. Porque hay mucha más gente que quiere acceder a cualquier tipo de Arte pagando (pero sin pensar que le han estafado) que la que está instalada en la cultura del gratis total.

domingo, 22 de abril de 2012

¿Esteticién es correcto?

Esta semana fui a que me hicieran otro masaje. Mi novia me sorprendió con uno de esos cupones regalo con cuatro o cinco masajes para gastar en seis meses, de una peluquería y estética que hay en Elda (Alicante) donde trabaja una tía suya. En la planta baja, salón de peluquería y manicura; y la primera planta dedicada a dar masajes, sesiones de fotodepilación, etc. Muy completo.

En el cartel pone «Peluquería y Estética», así que quienes trabajan allí son peluqueras, pero los de la zona de estética, ¿qué nombre reciben? ¿Esteticién? Pues no. Esteticista.

La duda surgió esta semana, en un comentario del Facebook a una foto que subí después de que me relajaran los músculos y el alma con un buen masaje acompañado de buena música oriental. La verdad es que siempre he llamado a la persona que trabaja en esta clase de salones de belleza esteticién, pero realmente se llama esteticista (lo siento, mea culpa).

Así nos lo recomienda la Fundéu: «La forma correcta de este sustantivo que significa "profesional especialista en tratamientos de belleza" es esteticista y no esteticién. Esta última procede de la palabra francesa esthéticien».

De esteticista, la RAE nos dice, en su segunda acepción: «persona que profesionalmente presta cuidados de embellecimiento a sus clientes». Así que nuestro esteticién (que levante la mano quien diga «me voy a la esteticista») es un galicismo.

Por otro lado, no confundir esteticista con fisioterapeuta, claro está, principalmente porque Fisioterapia es una carrera universitaria (vale, está bien, un grado). Y si atendemos de nuevo a la Real Academia de la Lengua, la fisioterapia es el «método curativo por medios naturales, como el aire, el agua, la luz, etc., o mecánicos, como el masaje, la gimnasia, etc.».

Por así decirlo, uno acude al fisioterapeuta cuando tiene un problema de salud derivado de una lesión, por ejemplo, y va al esteticista por puro placer. Y eso del placer nunca mejor dicho... Para muestra, uno de esos posibles temas con los que se acompañan estos masajes.

jueves, 5 de abril de 2012

We Love You

Ronny Edry es un diseñador gráfico israelí de cuarenta años. El pasado 15 de marzo, él y su mujer Michal Tamir, iniciaron una cadena que habría de recorrer el mundo. Pero me gustaría que fuera él mismo quien se presentara.

 

El mensaje es claro: los gobernantes (buscando una manera de financiación, logros personales o quién sabe por qué) fomentan el odio entre los distintos pueblos, lo que hace brotar el odio hacia los habitantes de otro país. Aunque no hayan hecho nada. Aunque simplemente estén ahí. Por desgracia, siempre ha sido así.

Sin embargo, podemos cambiar. Ahora que todos hablan de las proximidades de una tercera guerra mundial, iniciada precisamente por Israel hacia Irán (o por Irán hacia Israel), lo que provocaría que los Estados Unidos intercedieran como mantenedores (?) de la paz mundial, hecho que atraería a otros países (China, Corea del Norte, Europa) a decantarse por uno u otro bando; ahora que la última guerra que viviría el ser humano, la que terminaría por aniquilarnos definitivamente, parece que está destinada a empezar antes de agosto, es importante que voces como la de Ronny Edry surjan. Porque las guerras están hechas por seres humanos hacia otros seres humanos. Y nadie nace odiando. El odio es infundado. Y casi siempre viene diseñado desde las altas esferas del poder. 

Como sucede últimamente, esta campaña, así se explica en el vídeo, se inició en Facebook, y tuvo una respuesta masiva: de inmediato, numerosos ciudadanos israelíes comenzaron a subir sus imágenes en la misma línea: «iraníes: nunca bombardearemos vuestro país»; «os queremos».




Pero lo mejor, sin duda, fue la respuesta del otro lado...

  
Este feed-back pacífico está conmoviendo las redes sociales durante las últimas semanas. ¿Lo han visto en algún telediario? ¿Se ha mostrado el vídeo de Ronny en algún programa de máxima audiencia? Lamentablemente, intuimos la respuesta antes de conocerla.

Nadie quiere la guerra, a pesar de que los dirigentes del mundo nos estén abocando a ella. Nadie odia por naturaleza. El odio es aprendido. Y, puesto que podemos aprender a odiar, también podemos aprender a amar. Y aprendiendo a respetar nuestras diferencias descubriremos que, realmente, tampoco somos tan diferentes. Y eso es algo que hay que enseñar desde la escuela, desde la familia, desde las instituciones. Porque queremos un mundo en paz. Porque nos merecemos un mundo en paz, y es lo mejor que podemos legarles a las futuras generaciones.

Además, Ronny Edry, para ampliar la difusión de su campaña, ha abierto una página en una de esas webs de crowd funding. Todo es poco cuando el mensaje es bueno. Porque lo que importa aquí no es el hecho concreto de Israel-Irán. Es un mensaje de paz y de amor hacia cualquier pueblo, por encima de cualquier diferencia cultural, racial, ideológica o impuesta. Si entendemos el mensaje, lo sabremos transmitir. Buena suerte.