miércoles, 29 de agosto de 2012

Un saco de huesos

«Comparado con el hombre más vulgar que camina por la faz de la tierra y proyecta allí su sombra -dijo supuestamente Hardy-, el más brillante de los personajes de una novela no es más que un saco de huesos».

La cita de Stephen King está en la página 51, capítulo 3, de esa primera edición de Un saco de huesos (noviembre de 1998) que publicó en cartoné la editorial barcelonesa Plaza & Janés. El libro sigue estando sobre la estantería. Aguantó un brote de humedad hace unos cinco años en la pared donde está ubicado y ahora sus páginas están amarillentas y arrugadas. Parece más antiguo de lo que es, a pesar de que ya tiene casi quince años.

De Stephen King no he leído tanto como me gustaría, aunque sí sus obras principales (Carrie, It, El resplandor, Apocalipsis...). Cuando devoré Un saco de huesos (cayó en dos o tres días de lectura constante) yo tenía quince años y recuerdo que pasé miedo. Mucho miedo.

Y para alguien que, en aquel entonces, gracias al programa aquel de La 2 de TVE, Alucine, había visto la saga de Pesadilla en Elm Street, alguna de Muñeco diabólico y tres o cuatro de Viernes 13, además de otros clásicos del terror como La matanza de Texas o La noche de los muertos vivientes, eso de «pasar miedo» era algo habitual. Además, y como inciso, pocas películas consiguen provocar un miedo visceral y profundo. La mayoría basa ese terror en sustos provocados por subidas de volumen y acordes estridentes de la sección de cuerda de la orquesta que graba la banda sonora (véase, si no, la serie de Paranormal activity). Ni siquiera las escenas más sangrientas (las de la eterna saga Saw o las de Destino final) consiguen remover un poco el estómago acostumbrado.

Para miedo miedo, el que pasé cuando vi Al final de la escaleraEl resplandor (la versión de Kubrick) o, más recientemente, Llamada perdida (la original japonesa), la española Rec (lo reconozco: salí del cine corriendo para el coche) y la uruguaya La casa muda.

De esas tres últimas películas, por cierto, hay remake estadounidense. ¡Qué manía que tienen los americanos de hacer remakes!

Pero a lo que íbamos: Un saco de huesos. Volví a recordar esa gran novela de Stephen King cuando descubrí hace poco que contaba con una versión cinematográfica (de finales de 2011) en forma de miniserie para la televisión. Dos capítulos. Con Pierce Brosnan en el papel del novelista Michael Noonan. ¿Sería como esa otra adaptación televisiva sobre libro de King, El resplandor, protagonizada por Rebecca De Mornay? ¿Un guión débil, un actor famoso y el reclamo en grande «basado en una obra de Stephen King»? Tenía que verla.

El encargado de dirigir la miniserie fue Mick Garris, quien también dirigió la versión de 1997 de El resplandor (la actuación de Steven Weber en el papel de Jack Torrance no tiene ni punto de comparación con lo que Stanley Kubrick sacó de Jack Nicholson) y esa otra miniserie (muy larga, aunque interesante y con guión del propio autor de Portland) basada en una novela de Stephen King, Apocalipsis, que el año próximo tendrá su versión cinematográfica dirigida por Ben Affleck.



Un saco de huesos es una novela densa, profunda, donde los sueños, los recuerdos del narrador (el novelista Mike Noonan) hacia su esposa fallecida Johana, las dudas sobre ella, el oficio de escritor, los maleficios del pasado y el paisaje de Maine adquieren una importancia singular. ¿Todo eso puede ser trasladado a la pantalla, aunque sea en dos sesiones de una hora y veinte minutos? Pues no.

Por eso casi todas las adaptaciones de libros (la única excepción que me viene ahora a la cabeza es la película El club de la lucha, que complementa e incluso supera a la novela de Chuck Palahniuk; claro que detrás de la cámara estaba David Fincher) pecan de dejarse cosas en el tintero, eliminar personajes y simplificar tramas. Muchos lectores, cuando van al cine a ver esas adaptaciones, se quejan de eso mismo: que si el protagonista no tiene la misma edad que tenía en el libro, que si han cambiado la época, que si este personaje que tanto me gustaba no tiene el peso que tenía en la novela...

Por supuesto. Se trata de una «adaptación». Para original ya tenemos el libro.

Quizá como yo había leído el libro hacía quince años vi la miniserie desde otra perspectiva. Está claro que el Michael Noonan de la novela de King no podría haber usado nunca un iPad, pero la esencia principal estaba ahí: la muerte de la esposa (aquí ocurre de otra manera), el bloqueo del escritor, la cabaña junto al lago, la maldición que parece perseguir a los habitantes de esa zona por un terrible suceso del pasado, la pequeña Kyra y su madre Mattie, etc. La forma de presentarlo no puede ser igual que en la novela, obviamente. Así que considero que es una adaptación muy respetable de la novela (y sí, hay cinco o seis sustos provocados por subidas de volumen y acordes estridentes de la sección de cuerda), conociendo la complejidad de la misma.

Otra cosa es el título que decidió ponerle a la miniserie algún avispado productor o director de cadena. ¿La maldición de Dark Lake? Por favor...

viernes, 24 de agosto de 2012

Salobreña en la retina

Es la tercera vez que voy a Salobreña. Esta población se encuentra en el centro de la costa de Granada, la llamada Costa Tropical. La segunda vez que fui era diciembre y tocó quitarse las chaquetas porque estábamos a unos veinte grados. De ahí lo de «tropical». En la misma página web del Ayuntamiento de Salobreña nos indican que la media anual es de 17ºC, «con medias invernales en torno a los 12º y de 24º en los meses más cálidos».

No solo el clima es agradable. El paisaje es otro punto a su favor. Y, sobre todo, los contrastes de ese paisaje: playa de arena y playa de piedras, separadas por un peñón, un casco antiguo de casas blancas y calles estrechas que forman un laberinto coronado por un castillo árabe...


El peñón desde un chiringuito de la playa 
Así anochecía desde lo alto del peñón 
De fondo se aprecia el castillo de Salobreña 
Desde el peñón se lanzan algunos intrépidos

En mis dos primeras visitas siempre me alojé en el Hostal Jayma, en pleno centro de la ciudad, a un paseo de la playa y en mitad de toda una variadísima oferta de restaurantes y bares. Un hostal totalmente recomendable, familiar y con unas habitaciones exquisitas.

Sin embargo, esta vez quería cambiar. Y me alojé en el Best Western Salobreña, un hotel de tres estrellas cuya única pega es que dista unos tres kilómetros del centro del pueblo. Se trata de un hotel familiar, con múltiples actividades organizadas y desarrolladas por los monitores, dirigidas a todos los públicos y desde bien temprano. A partir de las diez de la mañana ya estaban buscando voluntarios para apuntarse a piragüismo, buceo, juegos alrededor de la piscina, waterpolo, voleibol acuático, gimnasia... Y por la noche siempre había fiesta: música en directo, espectáculos cómicos, etc. Para todas las edades, que para eso es un hotel familiar. Precisamente esa fue una de las críticas que leí (en páginas como TridAdvisor, por ejemplo): que, al ser familiar, había demasiados niños. No fue un problema. En todo momento se respetaban los horarios de sueño, quizá porque todos estábamos agotados. Así que pudimos hacer siesta (hasta las seis de la tarde, luego ya ponían la música en la piscina) y pudimos dormir por las noches plácidamente. Además, el hotel ha construido recientemente (ni siquiera en las fotos de la página web aparece) una piscina para los más pequeños, justo al lado de la principal.

Hablaba antes de que el único problema era la distancia que separaba el hotel del pueblo, pero eso también es su mayor ventaja. Ubicado en lo alto de un acantilado, las vistas desde el hotel son magníficas. Desde el balcón de la 238, donde estábamos alojados mi novia y yo, esto es lo que se veía:


En el centro de la imagen está el peñón y a la izquierda queda el castillo de Salobreña. Levantarse por las mañanas y ver este paisaje, con sus diferencias y sus matices, no tiene precio. Unos días, la bruma impedía ver más allá del mar; otros, la claridad te hacía distinguir hasta las sombrillas de la playa. La mayoría de las veces, el mar se confundía con el inicio del cielo. ¿O era el cielo el que se confundía con el final del mar?

Como el casco histórico ya lo habíamos visitado, incluyendo el castillo (recomendación: lleven calzado muy cómodo, las cuestas pueden llegar a ser traicioneras), únicamente pisamos el centro para cenar una noche (en el Bar Pesetas, parada obligatoria y excelente su leche frita) y otra para asistir a un concierto en directo de jazz a cargo de dos guitarristas, dentro de un ciclo de música organizado por el Ayuntamiento e interpretado por distintos rincones de ese laberinto interior.

De esta tercera visita, que no será la última, me quedo con un par de descubrimientos. El primero es una calita que hay justo debajo del hotel y a la que se accede por unas empinadas escaleras (de nuevo la recomendación de llevar calzado cómodo). Vale la pena el cansancio y la caminata. El resultado es este.

A la cala también se puede bajar en coche, así que no hay excusas
Calma. Silencio absoluto, roto solamente por las olas chocando contra las piedras. Aguas cristalinas. Peces nadando a tu alrededor.

El segundo descubrimiento es el de un Ayuntamiento preocupado por su municipio, por sus vecinos y por los que vienen de fuera, que en los meses de verano son muchos. Eso se nota en el programa de actos para julio y agosto (conciertos, exposiciones, visitas guiadas, etc.) y en el cuidado y el respeto por la memoria y el pensamiento de sus ciudadanos. En la plaza principal, bordeando el edificio del Ayuntamiento y un auditorio que ya quisiéramos muchos para nuestra ciudad, colgado de todas las palmeras, una preciosa iniciativa llevada a cabo por Ángel Arenas: el Banco de la Sabiduría Popular, una serie de frases que invitan a la reflexión.

Hice fotografías de todos esos pensamientos que vecinos y vecinas de Salobreña habían «cedido» a ese banco de sabiduría, pero me quedo con el primero que encontré. Suerte, o quizá defecto profesional.


Le doy toda la razón a María Jesús: enseñar lo que uno sabe es de lo más hermoso que se puede hacer por los demás.

domingo, 5 de agosto de 2012

Tengo "la" camisa

Espero que me permitan un poco de publicidad subliminal. Aunque de subliminal no tiene nada, la verdad. Les dejo con el último anuncio de Ariel, presentando las nuevas Ariel Excel Tabs.





El hermano mayor es quien habla primero, indicando que su hermano pequeño tiene una cita. Y el otro se explica: «Fundamental ir hecho un pincel. Por suerte tengo la camisa», remarcando bien el artículo determinado.


Como nos explica la Nueva gramática de la lengua española, editada en 2009 por la RAE, el   «artículo determinado del español procede, en efecto, del demostrativo latino ille / illa / illud, la misma forma que dio origen en nuestra lengua al pronombre personal de tercera persona y, con la adición de un refuerzo deíctico, también al demostrativo aquel».


Son palabras átonas, que forman grupo acentual con la primera palabra tónica que los sigue. Todavía recuerdo esas clases de Historia de la Literatura Española, en el último curso de Filología Hispánica, escribiendo fonéticamente párrafos y párrafos. Todas las palabras tienen acento (aunque no todas lleven tilde gráfica, claro está), salvo pocas excepciones, entre las que se encuentran los artículos determinados, que siempre carecen de acento léxico, salvo cuando recibe el acento contrastivo, tal y como sucede en el ejemplo del anuncio.


Volvemos a la Nueva gramática, volumen I, apartado 14.2d, página 1032:
El artículo determinado puede recibir acento contrastivo para enfatizar el rasgo de definitud de un grupo nominal, por oposición a otros valores de determinación o cuantificación que pudieran asignársele, como en El florecer de la agricultura no es ni siquiera un problema importante: es el problema. El artículo no es clítico del sustantivo en esta secuencia, ni forma con él una palabra fonológica. Posee, pues, su propio acento, que recibe una interpretación enfática.
Más tarde, la misma RAE nos referirá que este «recurso es empleado con frecuencia creciente en el lenguaje publicitario, como en Raleigh es EL cigarro (anuncio mexicano), es decir, "el cigarro por excelencia o por antonomasia", o en La Paceña es LA cerveza (anuncio boliviano)».


Aquí tienen el anuncio de Raleigh de los años 60 y, después, un anuncio de la cerveza Paceña que, aunque no contenga sí contiene un grito que hago mío: «Que viva La Paz», aunque en esta ocasión se refiera a la ciudad boliviana. O no...





El anuncio de Ariel y el de Raleigh contienen ejemplos de ese uso enfático del artículo determinado. Recuerden: son anuncios o cuñas (o también avisos o comerciales, aunque el Diccionario panhispánico de dudas nos advierte que esos dos últimos usados únicamente en América), evitando emplear el anglicismo spot.


En cuanto al objeto en cuestión de la publicidad (la camisa por excelencia, la que al hermano pequeño le da suerte con sus citas), ya habrá tiempo en otra ocasión de estudiar su etimología.