jueves, 31 de enero de 2013

Música desde la nada

La noticia en sí podría cambiar el curso de la música. En la Universidad de Málaga han desarrollado un programa capaz de componer piezas musicales. Solo hay que introducir los parámetros (duración y número de intérpretes y voces) y la máquina se pone a trabajar. En unos ochos minutos, Iamus, que así han bautizado al aparato en honor al personaje mitológico, hijo de Apolo y Evadne, que profetizaba el futuro a través del sonido de las aves, puede parir una obra de cinco minutos de duración para piano, violín y clarinete, por ejemplo. O para voz humana. O para orquesta. El estilo no es muy amplio; de momento se ciñe a la corriente musical del siglo XX (y, de hecho, el artilugio parece una escultura postcontemporánea o una nevera futurista), pero los creadores afirman que si lo programan para que «aprenda» a componer sinfonías al estilo Haydn u óperas al modo de Rossini al final las creará.


Los padres de la criatura, investigadores en Inteligencia Computacional de la Universidad de Málaga, dicen incluso que el invento (que tiene ya un par de años pero que salta ahora a la primera página porque ha publicado un disco con sus obras) revolucionará la forma de componer. Sin embargo, y tras el susto inicial, con atisbos de sorpresa, incredulidad y sonrisa ingenua, si nos paramos a pensar en la altisonancia de esas palabras, es ciertamente una contradicción que un programa informático para componer vaya a revolucionar la composición.

Y es que no hay revolución en la composición si se elimina al compositor, sustituyéndolo por un ordenador. Hasta ahora, lo más cercano a «componer» que un profano podía hacer es descargarse un programa tipo eJay y un buen archivo de samples y liarse a hacer combinaciones infinitas para producir bases de rap. También hay programas, en esa línea, para otro tipo de música: dance, pop, reggae... El resultado (lo que suena a través del ordenador) es bastante real y, en ocasiones, cuando el cantante graba la pista de audio encima, es muy complicado distinguir lo que es un sample de lo que es una persona tocando un instrumento. Depende de la calidad del archivo y de la tarjeta de sonido, pero, hoy en día, los estudios pueden hacer verdaderas virguerías. No diré nombres, porque se sorprenderían. Es más, muchos artistas, a pesar de grabar con músicos en directo, emplean algunos samples para según qué secciones de la canción o según qué instrumentos. Como en todo, la crisis también ha hecho estragos en este ámbito.

Al ritmo creativo que lleva Iamus, en unos años se convertirá en el compositor más prolífico de la historia (más que Anónimo…). Creo que los investigadores tomaron muy en serio esas conocidas palabras del compositor finés Esa-Pekka Salonen, director de la Philharmonia Orchestra de Londres. Ya saben: «Estoy seguro de que si Wagner o Mozart viviesen, usarían las nuevas tecnologías y trabajarían con ordenadores». Pero no creo que Salonen estuviera pensando en algo como Iamus.



No todo puede estar supeditado a las máquinas. Los ordenadores nos ayudan, por supuesto, y, como es de imaginar, desde hace algún tiempo existen programas informáticos que permiten que el compositor no tenga que copiar a mano toda la partitura, sino que permite un resultado profesional. En esos programas puedes oír la pieza antes de que la interprete una banda o una orquesta (resaltar aquí el verbo: interpretar); puedes imprimirla y facilitar la tarea del músico, pero previamente a eso ha habido un proceso creativo de composición. No me puedo explicar cómo lo hace Iamus (la verdad es que el mundo se parece cada vez más a Skynet), porque resulta increíble.

Otro tanto pasa con los procesadores de textos. Imagínense que, en vez del Word, o además del Word si quieren, tuviéramos un programa al que le dijéramos: quiero una novela romántica de trescientas páginas. O un soneto. O una obra de teatro absurdo en cuatro actos. Y la máquina se pusiera a mover circuitos y a expulsar hojas. Todo el mundo podría crear su propia obra, como afirman los creadores de Iamus, pero, por esa misma regla de tres, desaparecerían los auténticos creadores. Dicen, incluso, que las piezas de Iamus emocionan. Se pueden escuchar por Internet. Aviso a navegantes: no es una sonata de Beethoven o un vals de Chopin. De hecho, se parece más a algo de Cage o Reich. Pero es música, al fin y al cabo. El cómo surge la obra musical a partir de parámetros tan aleatorios, ambiguos y a la vez delimitadores, como es el tiempo y las voces, es algo que los científicos habrán descubierto, algo que yo, de letras puras, ni siquiera aspiro a entender.



Es posible, quién sabe, que dentro de la máquina habite un pequeño genio, un mini Mozart escondido, componiendo sin cesar. Es la única explicación lógica para que, de repente, y encima gracias a investigadores españoles en una universidad española (¡con la que le está cayendo a la educación y a la investigación!), una máquina se ponga a componer música desde la nada.

sábado, 12 de enero de 2013

Solo esos pueden decírnoslo

Hace algunos años, la RAE actualizó las normas ortográficas. Hasta ahí nada nuevo. De hecho, es su función. Sin embargo, el problema viene cuando esas nuevas reglas no nos apañan. Es lo que ha ocurrido con la propuesta de que el adverbio solo y los pronombres demostrativos este, ese, aquel y sus variantes ya no lleven tilde.

Cuando éramos pequeños nos enseñaron en el colegio que solo lleva tilde cuando equivale a solamente; si no, es un adjetivo y, por tanto, no lleva. Pero la RAE se dio cuenta de que muy pocas veces, o ninguna si atendemos al contexto, hay confusión: son dos palabras de categorías gramaticales diferentes que se escriben y suenan igual, como puente, ojo o banco. A eso se le llama homógrafo y, según el contexto en que se encuentren, tendrán un significado u otro. ¿Por qué mantener, pues, la tilde diacrítica en solo? No es el caso de el/él o tu/, por poner dos ejemplos. Estas dos palabras se diferencian, además de en su categoría gramatical (determinante/pronombre) en su acentuación: el primero es átono y el segundo tónico y, por lo tanto, la tilde nos ayuda a distinguir esa pronunciación diferente de acuerdo a la categoría a la que pertenece.

Pero eso no ocurre ni con solo (que se pronuncia igual intensidad siendo adjetivo o adverbio) ni con los pronombres demostrativos. Nada distingue la pronunciación de esas palabras en estas frases:

A mi cumpleaños vendrán SOLO Juan y su hermana.
SOLO pudo estudiar un día para ese examen tan difícil.

ESTE coche es perfecto para mí.
ESTE es el libro que me compré.

No hay diferencias de pronunciación. El significado queda claro por el contexto. Entonces, ¿por qué seguir poniéndoles a estas palabras una tilde diacrítica que no tiene sentido? Y, puesto que son llanas acabadas en vocal (o en ese, caso de estos, esos, aquellos, etc.), no necesitan llevar tilde. Y es un error ortográfico ponérsela, como la propia Academia reconoce (la última vez en su canal de Twitter, @RAEinforma):



Sin embargo, como hecha la ley hecha la trampa, la propia RAE nos dice, en el Diccionario panhispánico de dudas que «ahora bien, cuando esta palabra pueda interpretarse en un mismo enunciado como adverbio o como adjetivo, se utilizará obligatoriamente la tilde en el uso adverbial para evitar ambigüedades». Como en la oración «Juan toma un café solo», que no sabemos si el café es lo único que toma o no hay nadie junto a Juan mientras lo toma. Pero esa excepción tiene problemas de comprensión incluso en la lengua hablada (donde la tilde de solo no se «escucha», por así decirlo, al pronunciarse de igual modo en todos sus sentidos). La RAE (y la lógica, por otra parte) nos ayuda a resolver esa ambigüedad: «Juan toma solamente un café».

Hay muchísima gente que no acepta esos cambios por parte de la Real Academia. «Cuando equivale a solamente, sólo ha llevado tilde», dicen. «Toda la vida», añaden. «La RAE puede decir misa», rematan. Como he repetido muchas veces en otras entradas en este blog o en artículos en prensa, la lengua es un ente vivo en constante evolución. Y para muestra un botón. Seguro que ustedes pueden recitar de memoria la retahíla de preposiciones en español: a, ante, bajo, cabe, con, contra, de, desde, en, entre, hacia, hasta, para, por, según, sin, so, sobre y tras. Desde hace algunos años, se añaden nuevas preposiciones: durante, mediante, versus y vía. Y esto no es algo demasiado nuevo, claro está: la preposición durante se reconoce como tal desde la 21ª edición del Diccionario, en 1992 y mediante desde la 20ª edición, en 1984. Versus apareció por vez primera en nuestro Diccionario en 1985 (revisión del diccionario anterior), con el sentido de «frente a, contra», tomado del inglés, que hizo una mala traducción de la preposición original latina, que quiere decir «hacia, en dirección a». Finalmente, la preposición vía es de corto recorrido: si bien en el DRAE de 1992 se decía que «en complementos circunstanciales sin artículo ni preposición, hace las veces de esta y equivale a “por, pasando por”. He venido VÍA París, La fotografía se ha recibido VÍA satélite», desde la 22ª edición, en 2001, ya tiene el estatus de preposición.

Y es que no todo es inamovible, y menos cuando tratamos asuntos lingüísticos. Ya ni siquiera la ciencia es inamovible. Cuando estudiábamos en la escuela la lista de planetas del Sistema Solar (Mercurio, Venus, Tierra, Marte, Júpiter, Saturno, Urano, Neptuno y Plutón) nos la sabíamos de memoria, por orden, como las provincias de Andalucía o los afluentes del Ebro, como los reyes godos o las capitales de estado de EE. UU. No obstante, desde 2006, nuestro Sistema Solar cuenta con ocho planetas, uno menos; Plutón se considera desde entonces un planeta enano, junto a Ceres, Haumea, Makemake y Eris. Y lo hemos aceptado. Sin más. No nos hemos parado a pensar: «Pero si toda la vida (al menos desde 1930) Plutón ha sido un planeta…».



También lo he dicho en repetidas ocasiones: no todo es como nosotros creemos que es. Pasa con la conocidísima pieza musical Adagio en sol menor, o Adagio de Albinoni. A pesar de que es general la creencia de que es una obra original del compositor barroco Tomaso Albinoni, realmente fue compuesta por el musicólogo italiano Remo Giazotto en 1945. Hay algunos que incluso esgrimen con terquedad: «Siempre ha sido de Albinoni y siempre lo será», pero lo cierto es que nunca lo ha sido y nunca lo será. Lo que no le resta mérito a esta hermosa pieza, por supuesto, como también es fabuloso el archiconocido Adagio para cuerdas de Samuel Barber, compuesto a finales de los años 30 del pasado siglo.



Hay más: el delicioso librito Pequeña crónica de Anna Magdalena Bach siempre se creyó escrito por la segunda mujer de Johann Sebastian Bach, pero en realidad su autora, Esther Meynell, lo publicó de forma anónima en 1925. Al final, y debido al éxito, tuvo que confesar la autoría. Y es posible que el poema Espejo de paciencia, compuesto por Silvestre de Balboa (¿?) corra esa misma suerte. Algún día lo sabremos.

Espero que este, quien escribe, esté para contarlo. Y ustedes para verlo. Mientras tanto, solo ellos, solo esos, los académicos de la RAE, estarán para decirnos (nos guste más o menos) cómo se escribe.

viernes, 4 de enero de 2013

Cómo sobrevivir a 2013

Ahora que ya llevamos unos días del nuevo año, ahora que es posible que hayamos incumplido los dos o tres primeros propósitos que nos habíamos planteado en Nochevieja, es momento de hacer balance sobre este 2013 que empieza a florecer en los campos gélidos de este enero luminoso. Y perdón por la metáfora.


Durante este 2013 me he propuesto seguir siendo un ignorante en economía. Y espero que, al llegar el próximo diciembre, siga sabiendo lo mismo sobre mercados, balances y primas de riesgo. O sea, nada. O poco. Como mucho, la alegría o la tristeza de ver bajar o subir las tres cifras de nuestra prima, atisbando que, si esto fuera una clasificación deportiva, nuestra prima estaría en Preferente, la de Francia jugando la Champions interestelar y la de Grecia dándole patadas a las piedras en campos abandonados de las afueras de la polis. Tampoco es plan de comprarme algún libro tipo Economía para Dummies y lucirlo por la calle (prefiero ir leyendo por los parques el recomendable y voluminoso ensayo musical Escucha esto, del crítico Alex Ross). Seguiré siendo, lo prometo, un no iniciado en economía. Sé lo básico: que vivimos en un enorme laberinto formado por fichas de dominó y que, cuando a los cuatro o cinco tipos que manejan los hilos les venga en gana, empezará todo a derrumbarse. Y en ese momento ya no habrá vuelta atrás. Y sé, o creo saber, lo peor de todo esto: que siempre ha sido así, desde el final de la Segunda Guerra Mundial, cuando el mapa geopolítico del mundo se decidió tras una buena cena y antes de un copioso desayuno. Es lo que tiene ser de letras puras y haber aprobado mi examen de integrales de 2º de BUP sin subir la escalera que conducía a la clase.

Mi propósito de año nuevo quizá se parezca al suyo: voy a aprender inglés. Para ello estoy poniendo todo lo que se puede y más de mi parte. Además de la academia y de algunas clases extra de conversación con nativos, me he apuntado a una plataforma educativa llamada Coursera. En ella, distintas universidades internacionales ofertan cursos en línea sobre los más variados temas. En marzo empiezo uno sobre escritura de canciones. En inglés, por supuesto. También se puede aprender (lengua inglesa, además de otras materias) utilizando la plataforma TED, que nos ofrece miles de conferencias de todos los géneros y para todos los gustos. Y leyendo, por supuesto. Leyendo mucho. Ahora estoy con The elements of the style (si algún alma caritativa la tiene traducida al español y me la presta, aquí dejo mi agradecimiento eterno), de Strunk y White, un librito que todo escritor o aspirante a escritor debería leer, releer, subrayar y estudiar. Lo que me lleva a mi tercer propósito de año nuevo que espero cumplir.



Voy a escribir más. Tras publicar recientemente mi novela El asesino del pentagrama, me hallo inmerso ahora en la documentación para mi próximo libro. Es importante esa fase de investigación, no para que una obra se convierta en un compendio de sabiduría (para eso está la enciclopedia o San Google), sino para que nada le chirríe al lector experto o a aquel que, aun no siéndolo, acude a Internet para ver si puede poner a prueba al autor. Escribir novela es difícil. La gente piensa que, una buena mañana, después del café y las tostadas, enciende el ordenador, abre el Word y toda esa sabiduría que atesora empieza a formar una historia, los personajes adquieren voz y presencia, los párrafos se forman solos, los puntos se colocan en su sitio… No es así, por supuesto. Primero hay que leer, y leer mucho. Leer de todo. Después hay que escribir, reescribir, borrar, corregir y desechar muchísimas veces. Tampoco viene mal apuntarse a un curso de escritura creativa porque, para qué engañarnos, aunque nuestro grupo privado de aduladores nos llene continuamente los oídos de bondades acerca de nuestras metáforas enrevesadas o sobre nuestra maestría en el manejo del diccionario de sinónimos, todo es mejorable. Es más, conformarse con el halago fácil es lo último que hay que hacer.



Lo más difícil de todo esto es encontrar una voz propia. Estamos acostumbrados, casi anestesiados más bien, a leer textos que suenan a otros autores; a Juanjo Millás, a Ángeles Caso, a Héctor Abad Faciolince, a Pérez-Reverte, por citar solo a algunos de los mejores articulistas del panorama actual en español. Como todo, no hay nada como el original. Y en el momento de ponerte a escribir un relato o una novela, toca dejar de leer. O al menos de leer prosa de ficción. Tengo una máxima: cuando escribo ficción, leo poesía o ensayo.

Pretendo sobrevivir de esta manera al nuevo año. Leyendo y escribiendo, maravillándome a cada paso de todo cuanto me rodea, viendo el lado bueno (aunque a veces resulte casi imposible), descubriendo nuevos mundos (aunque estén dentro de este, como decía Paul Éluard), enseñando lo poco que sé y tratando de sacar de mis alumnos todo el potencial que mantienen oculto, aprendiendo algo cada día. Procurando hacer realidad la frase de Giuseppe Verdi: «Copiar la verdad puede ser algo bueno, pero inventar la verdad es mejor, mucho mejor». Y en esas estamos.